Asalto de la ciudad de Maastricht por los tercios del "Príncipe de Prama"
HISTORIAS DE LOS TERCIOS V
En el año 1579, tuvo lugar la batalla
para la toma de la ciudad de Maastricht, que nuestros gloriosos tercios
llamaban “Mastrique”. No fue tarea fácil, pero con hombres como aquellos, lo
imposible parece posible, y lo difícil fácil. Cuenta un autor de la época que:
“El
Maestre de campo Francisco de Valdés, y satisfecho desta relación y que las
baterías estaban abiertas, hizo la oración acostumbrada, que como era tan
devoto jamás emprendía cosa que primero no se la ofreciese á Dios, y con su
ayuda mandó luego hacer la señal de arremeter y que tocasen los pífanos,
trompetas y cajas, y cerrando por entrambas baterías valerosísimamente,
apellidando al glorioso Santiago, patrón de España, comenzaron á subir y á
pelear todos los Capitanes españoles con sus compañías, y en particular D.
Sancho Martinez de Leiva, que el año antes le había dado la de su hermano D.
Alonso, peleó animosamente, aportillando con todos sus soldados, que eran
particulares y escogidos, los apiñados contrarios, que con gran tesón y
ferocidad resistían á los valientes españoles que, aunque no tenian necesidad
de ánimo, acudia el príncipe de Parma á dárselo á los unos y á los otros, á
entrambas baterías, haciendo pasarla palabra que los españoles de Valdés hablan
entrado en esta villa, Y á estos que los de D. Lope de Figueroa, y á los otros
que los de D. Hernando de Toledo, y cualquiera dellos pensaba que esta nueva
era verdadera, con que les crecía el furioso coraje y peleaban por entrar con
grandísimo valor, y los rebeldes se resistían con osadía jamás vista, ya con la
espada, ya con la pica, se hacían mil pedazos y cubrían la batería de cuerpos
muertos, y al tiempo que los españoles comenzaban á ganar un poco de tierra y á
cobrar esperanza de entrar dentro en Mastriq, se descubrieron los traveses de
los rebeldes, que con extraño ingenio los tenían cubiertos y muy armados de
gente, sin haberlos reconocido, y dellos comenzaron á disparar espesísimas
cargas de artillería y mosquetería, barriendo las baterías y haciendo en los
españoles el mayor estrago que jamás se había visto”.
Como se puede ver, la ciudad resistía
con valentía a las embestidas de los soldados españoles, que morían al intentar
subir por los terraplenes y fosos para alcanzar las posiciones asignadas. Cuenta
nuestro cronista que:
“Fué
industria de gran soldado no querer gastar la pólvora ni municiones hasta el
día de mayor ocasión, y descuidar á los españoles para mejor ceballos en el
asalto; pero no por esto desmayaban los nuestros, antes, con más porfía subían
de nuevo por las baterías valerosísimamente, ocupando los puestos y lugares de
los amigos muertos que habían estado peleando en ellos”
Los habitantes de Maastricht resistían
ufanos. Su posición ventajosa y sus ingenios costaban la vida a cientos de
soldados españoles. Tan envalentonados estaban que se permitían hacer alardes
de valor en las murallas.
“Los
rebeldes comenzaron á arrojarles mucha cantidad de guirnaldas de fuego, con que
los abrasaban, y por las baterías abajo echaban carros con los ejes llenos de
púas de hierro muy largas y agudas para embarazar los españoles que no
subiesen, y los que topaban se enclavaban en ellas y sin remedio perdían las
vidas; y ufanos destas victorias se ponian sobre las murallas, todos
descubiertos, tremolando las banderas y haciendo gallardías, convidando siempre
á pelear, y aunque la artillería de los españoles les tiraba y derribaba á
muchos, no por eso dejaban de ponerse otros haciendo lo mismo, y peleando con
increíble valor y bizarría, arrojando siempre muchos fuegos artificiales y
cohetes de hierro con que los enclavaban y destruían, y piedras grandísimas á
peso por las baterías abajo, y otras pequeñas despedidas con extraordinario
ingenio que hacían notable daño á los españoles, que con irles tan mal, se
habían encarnizado y encendido con la sangre, de manera que, como si no pasara
nada por ellos, volvían de nuevo á pelear
con grandísima ferocidad. El príncipe de Parma, maravillado del mucho tesón y
coraje con que los rebeldes se defendían y el notable daño que recibían sus
soldados, dio orden á algunos Capitanes entretenidos que fuesen á las baterías
á retirarlos, temeroso que no se acabasen todos de perder, porque como la
reputación y vergüenza española los tenia empeñados, no obstante que no podían
alcanzar victoria, no osaban dejar sus puestos sin orden; y que habiéndolo
hecho comenzase de nuevo el artillería á tirar á los rebeldes porque no se descubriesen
de la muralla para ofender á los españoles; y habiéndose retirado todos como se
les había ordenado y puéstose detras de la artillería y cestones para
favorecerse de las cargas que tiraban de la muralla, en tanto que se les decía
lo que habían de hacer, sucedió una notable desgracia, que se pegó fuego á los
barriles de pólvora que estaban junto á el artillería, de suerte que hizo mucho
daño á los españoles; que parece
quiso Dios, después de tantos trabajos y muertes, darles otra mayor para probar
su paciencia con abrasarlos casi á todos, sin que tuviesen ningún amparo ni
remedio, y los pocos que escaparon se les incendiaron los vestidos, y
quemándose dentro dellos revolcaban por
los suelos; otros se arrojaban dentro del rio
y
en los fosos, huyendo de la muerte, dando terribles gritos que provocaban á
compasión. El número de todos los muertos serian setecientos españoles
escogidos, que habían peleado valerosísimamente, y entre ellos D. García
Hurtado de Mendoza,
Alférez
de la compañía de D." Sancho Martinez de Leiva, que en esta ocasión dio
grande muestra de su nombre y valor, y otros muchos caballeros y
gentiles-hombres entretenidos desta nación; y de la italiana murieron Fabio
Farnese, Marco Antonio, señor de Torrichela, el marqués Conrado, Mala Espina,
Cario Benzo, gentil-hombre piamontés, y el conde Guido San Jorge, y con él la
envidia de Barlamont; los más destos, con otros muchos también italianos que
allí acabaron, eran criados y gentiles-hombres de la Casa del príncipe de
Parma, y algunos de su cámara, y todos hablan peleado y señalándose
gallardamente”
Muchos fueron los capitanes y
valerosos soldados que murieron en esa jornada, y el ejército español quedó
maltrecho y en serias dificultades, tantas, que el Príncipe mandó a su consejo
que deliberase si convenía sostener el sitio o retirarse y curar a los heridos
para regresar en otra ocasión. El consejo deliberó, y ganaron los que pidieron
que por honor a los caídos, se les hiciese a los herejes una arremetida que no
olvidasen contra quien se las estaban viendo. Después de realizar algunas
mejoras en las defensas y otras industrias para facilitar la toma de la ciudad…
“Mandó
el príncipe de Parma al capitán Gaspar Ortiz, que era sobrestante de la
fábrica, que con toda su compañía se arrimase á un torreón que estaba en la
puerta de la villa é hiciesen un agujero y se apoderasen del. Pusiéronlo por obra,
pero no lo hallaron tan fácil como entendieron, porque así como se iba
agujereando, los rebeldes se hallaban á la defensa y peleaban valentísimamente,
y con tanta pérdida de los españoles, que eran más los cuerpos muertos que
sacaban que lo que se trabajaba, pero como porfiaban tanto y tenían perdido el
miedo á la muerte, se apoderaron del y degollaron á los rebeldes que lo
defendían”.
Las cosas se torcían or momentos, pero
llegado el día de San Pedro, el Príncipe de Parma ordenó un asalto general. Se
prepararon los españoles y alemanes para la faena, de tal suerte que fue un
conquense uno de los primeros en dar al asalto. Lo cuenta el coronista de esta
guisa:
“Cúpole
estar en un reducto á un soldado español que se llamaba Alonso García Ramón,
natural de Cuenca, de la compañía del capitán Alonso de Perea, ejecutando este
orden; hízolo con mucha puntualidad y vigilancia , pasando la palabra hasta que
volvió desde lo último y á tiempo que pudiese hacer el efecto que se deseaba,
que era tener á los rebeldes necesitados de sueño y en arma, para que
cogiéndolos á la mañana fatigados, al
tiempo de gozar el sabroso sueño del alba, dar sobre ellos; y en siendo de dia
tuvo tan buen conocimiento este Alonso García, que sin aguardar orden ninguna,
no quiso perder la ocasión y suerte que Dios le habia ofrecido , y tendiendo la
vista por toda la muralla vio á los demás españoles alertados y puestos á
punto, y comenzó á grandes voces á tocar arma, y á decir: «cierra España,
Santiago, » y á un mismo tiempo se arrojó del reducto al foso, libre de todo
temor, y dio sobre los enemigos valerosísimamente, todos los demás españoles le
fueron siguiendo; lo mismo hicieron los alemanes y valones, y cada uno por su
parte comenzaron á pelear ferocísimamente, y los rebeldes á resistirse; pero
viéndose asaltados por todas partes y que no les era posible contrastar el
ímpetu con que los católicos habían cerrado y el valor con que peleaban,
comenzaron á perder el ánimo y á desamparar sus puestos , y los españoles y
demás naciones á degollarlos y á hacer una riza en ellos extraordinaria; y con
la memoria de los trabajos que hablan pasado en el largo y prolijo sitio con
muerte de tantos amigos, se les encendió el furor, y mezclado con alguna
crueldad no perdonaban á niños ni á mujeres, que por escapar las vidas iban
huyendo y se arrojaban por las ventanas, y daban en manos de otros que se las
quitaban, y algunos echaron del puente, que es muy alto, en el rio Mosa, y se
ahogaban”.
Sigue el relato de lo que nuestro
coronista vio durante esa jornada, y comenta la mortandad de herejes apilados
en las calles, así como algunos milagros que observó durante el mismo asedio.
Las mujeres que defendían la ciudad, estaban armadas con picas y arcabuces, y
según Tarpino, oficial que guiaba la defensa de la ciudad, en orden de tres
compañías las tenía dispuestas, que arrimaban el hombro como los soldados
herejes, hora disparando, hora acarreando espuertas de arena para la defensa de
la ciudad. Es por ello, que los soldados las trataron como si hombres fuesen,
no perdonando la vida de las que, amparadas por su condición, habían matado a
tantos y tantos españoles.
Luis Gómez
No hay comentarios:
Publicar un comentario