jueves, 26 de febrero de 2015

RESCATANDO A NUESTROS HIJOS ILUSTRES


Pila Bautismal de la S. I. Catedral de Jaén
 
Dedicado a mi amigo Luis Ortega Vegas, a mis antiguos alumnos Fernando Vilchez y Nacho López-Barajas y a mi compañera Juana;
en el día de hoy, cumpleaños de los cuatro.


FRANCISCO DE CUENCA Y ARJONA, HUMANISTA Y POETA TOSIRIANO

Manuel Fernández Espinosa

Desde la revista ÓRDAGO (y hasta nueva publicación impresa, a través de este blog) nosotros estamos empecinados en la tarea que nos hemos autoimpuesto de conocer y dar a conocer nuestra historia local. Sentimos que es una necesidad, pues el estado de las cosas en lo que atañe al conocimiento y divulgación de nuestro pasado es -digámoslo sin ambages- deplorable y deja mucho que desear. Es tanto lo que hay por profundizar que todo cuanto se hace parece poco. No entraremos a considerar los factores que tienen estancado el estudio de nuestra historia, pero sí pudiéramos achacarlo a cierto desapego por lo propio: vicio no sólo tosiriano, sino de dimensiones nacionales en nuestros aciagos días.
 
Los personajes del humanismo local dieciochesco (fray Juan Lendínez y fray Alejandro del Barco) han sido bastante estudiados por nosotros mismos, ofreciendo el fruto de nuestros estudios en algunas publicaciones impresas, como la revista ÓRDAGO y VIDAS DE LA IBÉRICA TOSIRIA: estamos pendientes de ofrecer más material de nuestras investigaciones sobre estos dos grandes tosirianos del XVIII. Y quisiéramos dejar sentado que, aunque nosotros mismos los hemos llamados "ilustrados" (por desarrollar su actividad intelectual en el siglo de las luces) estaría por ver si el calificativo les cuadra tanto como parece a simple vista. A esta altura de las cosas, preferimos llamarlos "humanistas", aunque algunos (como el hispanista alemán Karl Vossler) pusieran en tela de juicio que en España haya "humanistas" en un sentido lato, debido al prejuicio del erudito germano que pensaba que en España prevalecía el gusto por el pensamiento teológico-simbólico y alegórico, que para él eran términos: "que se han opuesto siempre al pensamiento humanista". Dejando a un lado estas consideraciones, podemos afirmar que en España hubo humanistas y tanto que los hubo; pero de una pasta muy nuestra, nada de paganizantes ni frívolos descristianizados.
 
El florecer de nuestras universidades durante los siglo XVI y XVII aportó un gran contingente de hombres cultos (clérigos en su mayoría) que justamente pueden ser llamados "humanistas". Pero no solo fueron Salamanca, Alcalá de Henares o Granada las únicas universidades de aquella época: la verdadera reforma católica de la Iglesia desplegó tal actividad que a esas universidades de postín, pronto le salieron a manera de hijuelas en las provincias. Es así como en esos siglos de oro asistimos a la institución de universidades en Osuna o en nuestra bellísima Baeza. Eso sí, como afirma Abraham Madroñal: "Los humanistas [españoles] del XVII se posicionan claramente a favor de la Contrarreforma" y, sigue diciendo el mismo autor: "hay en algunos humanistas una cerrazón al exterior, por considerar que de fuera sólo podían llegarnos influencias de herejes", pues para ellos, como apunta Madroñal: "todo lo que interesa se muestra en el libro sagrado, la verdad divina es el origen de todas las verdades".
 
Para el entonces Reino de Jaén, la universidad de Baeza fue alma máter de muchos regnícolas y Jaén contó con grandes humanistas como el teólogo Diego Pérez de Valdivia (eminente inmaculista), el matemático Juan Pérez de Moya o el historiador marteño Diego de Villalta, algunos formados en Baeza y otros bajo la influencia de humanistas españoles e italianos de primer orden. Además de los autóctonos, Jaén puede gloriarse de haber tenido al vascofrancés Juan Huarte de San Juan, eminencia de los médicos de su época, traducido en sus tiempos a las principales lenguas vernáculas europeas y digno de ser estudiado hasta en nuestros mismos días. Pero, ¿aportó nuestro Torredonjimeno algún humanista? Nos felicitamos por haber encontrado a uno que, bien lo sabemos, no fue el único, pero sí el que más sobresalió en su época.
 
Francisco de Cuenca y Arjona nació en Torredonjimeno el año 1584. Se formó inicialmente en el Colegio de Filosofía y Moral que había sido fundado en el Convento de Nuestra Señora de la Piedad de Madres Dominicas que, recordemos, fue triple fundación (aunque hoy solo permanezca la conventual): Convento, Colegio de Doncellas y Colegio de Filosofía y Moral. En los años en que Francisco de Cuenca estudió en él, la casa dominicana en Torredonjimeno llevaba unas décadas de andadura. Pasó al Convento de Santa Catalina de Jaén y terminó sus estudios como maestro en Artes y Teología por la Universidad de Granada, recibiendo las órdenes sagradas en 1606 y ganando la Cátedra de Gramática de la Catedral de Jaén. En la Escuela Catedralicia desempeñó su actividad profesional como catedrático de Gramática entre 1606 y 1636. Pero también desarrollaba la docencia en su casa, convertida en Casa de Pupilos.
 
Además de sus quehaceres docentes, Francisco de Cuenca cultivó la poesía, siendo considerado como uno de los poetas religiosos más importantes del siglo XVII. Aunque residente en Jaén y, por sus cometidos docentes podemos pensar que poco saldría fuera de la provincia, Cuenca se relacionaba con lo que Pedro Velarde de Ribera llamó, en su "Historia Eclesiástica del Monte Santo, ciudad y reino de Granada", la "Academia de Granada"; y aquí es necesario que puntualicemos que lo que en aquel entonces era llamado "Academia" había empezado a ser, en su origen, apoteosis poéticas de Santos o Vírgenes, con motivo de sus particulares fiestas, aunque pronto se ampliaron los asuntos sobre los que giraban estos concursos poéticos (que también podríamos llamar Justas Poéticas). Fueron famosas la Academia de los Generosos (Lisboa), la de los Anhelantes y la de los Ociosos (de Zaragoza); algunas de estas Academias fueron más estables, convirtiéndose en tertulias, como la Academia de la Casa de Pilatos (Sevilla), o la de los Nocturnos de Valencia; ésta se congregaba alrededor del caballero calatravo Bernardo Catalá de Valeriola y sus miembros ostentaban cargos como presidente, secretario, consiliario y portero, con el añadido de tener sobrenombres alusivos a la noche: "Secreto", "Centinela", "Silencio", etcétera.
 
Nuestro paisano participó en algunas justas poéticas organizadas por los granadinos (presumiblemente sus años universitarios le habían ligado a muchos de aquellos poetas de la Academia de Granada), pero también participa en la Justa Poética celebrada en Baeza a honor de la Inmaculada Concepción o en la que la Compañía de Jesús organizó para ensalzar a la Virgen del Alba en la misma ciudad de Jaén. Avezado gramático, componía sus versos lo mismo en latín que en romance.

 
Nuestro Francisco de Cuenca tuvo que conocer y tratar al aventurero, escritor y clérigo Pedro Ordóñez de Ceballos (1547-1634) que, tras sus muchos viajes alrededor del mundo y mil hazañas, se asentó en Jaén a principios del XVII, cuando empezaba su docencia el tosiriano; y si trató a Ordóñez de Ceballos, no dejaría de tratar al también humanista manchego Bartolomé Ximénez Patón (1569-1640), tan amigo de Ordóñez. También se sabe de cierto que Cuenca cultivó la amistad con Lope de Vega y con el humanista murciano Francisco Cascales (1563-1642). Cascales, en una epístola a Cuenca, le dice al tosiriano, en términos encomiásticos: "Yo también doy gracias a Dios porque nací hombre, y no bestia; porque soy cristiano, y no pagano, y porque tengo por amigo al español Sócrates, Francisco de Cuenca". Por lo que se deduce de la carta de Cascales, Francisco de Cuenca tenía una salud quebradiza que éste achacaba a los severos estudios a los que se aplicaba lo más de su tiempo.
 
Foto de Manolo Fernández.
Francisco Cascales
 
A tenor de esta condición enfermiza Cascales consuela de los rigores de su enfermedad a Cuenca con una hermosa metáfora en la que el murciano compara el extenuante ejercicio intelectual al que se entrega el otro, con el estrago que experimenta la salud de los mineros, pues -dice Cascales- que la sabiduría es como el metal, que para extraerlo de la tierra, "se arriesga la salud y la vida", terminando por recomendarle que: "Cure, pues de su salud, siquiera para saber siempre más".
 
Casi toda la producción poética de Francisco de Cuenca está manuscrita e inédita. Su poesía castellana, además de la circunstancial (con motivo de Exequias Fúnebres y Fiestas religiosas locales), está inspirada en los modelos clásicos, pero destaca por sus poemas ascéticos y devocionales y, en algunos, se barruntan fulgores místicos. Por ser sus poemas tan extensos, prefiero ofrecer como muestra unas estrofas en vez de las composiciones completas y que, poniendo fin a este artículo, dejen el mejor sabor de boca de lo que fue, sin duda, uno de nuestros más ilustres compatriotas, digno de ser rescatado y rememorado por su sabiduría y por su lira poética.
 
En el primer caso, la estrofa pertenece a un largo poema que titula "Al desierto de los Carmelitas Descalzos"; por lo que dice en otros versos del mismo poema, el yermo carmelitano al que se refiere nuestro Francisco de Cuenca es  el de San Juan de la Cruz y, por lo tanto, se refiere a La Peñuela, enclavado en Sierra Morena; y a ésta, a Sierra Morena, nos la compara Francisco de Cuenca con la sulamita, del "Cantar de los Cantares", diciendo:
 
"Se llama a boca llena,
de suerte que tú adquieres
tal renombre, pues eres,
Sierra Morena, hermosa, aunque morena."

 
Todo el poema es un canto a la vida retirada, transportándonos a la naturaleza, a los senderos del bosque que son como calles intrincadas, donde -nos dice el poeta- "de gente ajena y de Dios pobladas" se está más cerca de Dios. Y termina el poema así:

"Aquí, pues, quiero en este campo solo
mirar tus bellas flores y guirnaldas
donde Céfiro bulle blandamente,
al tiempo que el dorado y rubio Apolo
a los indios volviere las espaldas,
hasta volvelles a mostrar su frente;
aquí, que no se siente
del mundo el falso trato
y en silencio se pasa,
tendré morada y casa,

o, por mejor decir, cielo barato;
aquí, sin más bullicios
que estar en soberanos ejercicios,
donde nadie mormura,
si no es el agua cristalina y pura."
 
La segunda estrofa que escojo pertenece a su poema "A Cristo Crucificado". El motivo por el que la elijo de entre todas las que componen el extenso poema es por ver en ella rasgos muy propios de este poeta nuestro, que yo -después de leer mucha poesía profana y sacra de los Siglos de Oro- no podría hallarle un término con el que poder compararla, lo que indica que, además del virtuosismo en la versificación, las imágenes del poeta tosiriano no son imitación de moldes convencionales, sino fruto de su inspiración y oración. Habría que ir a la hagiografía de Santa Catalina de Siena, santa y mística de la familia dominicana, para encontrar la raíz de esta inspiración mística.
 
"Mas para más amarte,
hiérame, Rey de Gloria,
de tu frente una espina:
será la anacardina
para tenerte siempre en la memoria,
que, si pasó tus sienes
y el divino cerebro donde tienes
tal memoria de amarme,
pasando el mío, no podré olvidarme.
Canción, pues que descubres mi rudeza,
habla, dejando el canto,
por señas y con llanto
al que en la cruz inclina la cabeza
en señal que nos ama,
y que por señas a su amor nos llama."
 
El poeta, en la contemplación de Cristo Crucificado y consciente de su tibieza, suplica que una espina de la corona que ciñe la frente de Jesucristo Nuestro Señor lo hiera a él, para que ésta sea "anacardina". La "anacardina" era un fármaco de la época  que se hacía con anacardo (Anacardium occidentalis: nuez indiana) y que, según se creía, era remedio para desmemoriados.

Anacardina tendríamos que tomarnos, para no olvidar a nuestros más grandes, que nacieron en nuestro pueblo y que apenas son conocidos por sus mismos compatriotas.
 
Grabado del Santo Rostro, de Durero

jueves, 19 de febrero de 2015

CUANDO ESCAÑUELA PUSO OBISPO EN DURANGO DE MÉXICO

Foto de Manolo Fernández.
Carlos II de Austria, adorando el Santísimo Sacramento
 
 
 
NACIDO EN ESCAÑUELA Y OBISPO EN AMÉRICA
 
 
Por Manuel Fernández Espinosa
 
Fray Bartolomé García de Escañuela nació, como su sobrenombre religioso nos indica, en nuestra localidad vecina de Escañuela (Jaén) el año 1619. En aquel entonces Escañuela todavía se llamaba San Pedro de Escañuela.
 
Según algunos historiadores la hoy Escañuela fue la antigua Eiskadia, uno de los escenarios de la encarnizada lucha de los hispanos de Viriato y las legiones romanas de Serviliano. La población fue reconquistada en tiempos de Fernando III el Santo y quedó sujeta bajo el alfoz de Arjona. En 1385 la localidad era señorío de D. Pedro Ruiz de Torres y en 1394 devino señorío de D. Fernando de Portugal. Y el señorío formado por Villardompardo y Escañuela se convertiría en Condado de Villardompardo en el siglo XVI. La iglesia parroquial tiene el título de San Pedro Ad Vincula y en ésta sería bautizado el año 1619 uno de sus hijos más ilustres.
 
Bartolomé ingresó en la orden franciscana, perteneciendo a la Provincia franciscana de Granada y, habiendo profesado y vistiendo la piel seráfica, ejerció como Lector: muy probablemente hiciera su noviciado en el convento de San Francisco de Martos, que se había fundado allá por el año 1573, parece que también cursó en la Universidad de Baeza y fue docente en la de Granada, ciudad en la que llegó a ocupar el cargo de Guardián del Convento de San Francisco de la Alhambra, convento fundado por los Reyes Católicos en cumplimiento del voto que Isabel y Fernando hicieron al Patriarca de Asís como agradecimiento por culminar la reconquista con la toma de Granada. Fray Bartolomé fue uno de los ocho religiosos a los que se les encargó el examen de los escritos de la concepcionista Venerable Madre María de Jesús de Ágreda, concluyendo estos que "nada contenía la obra contrario a la fe o buenas costumbres".
 
EN LA TRADICIÓN TEOLÓGICO-POLÍTICA HISPÁNICA: GLORIFICACIÓN DE SAN FERNANDO REY
 
Por su saber, el Rey Carlos II lo nombró Predicador suyo y su Consejero. El año 1671, fray Bartolomé García de Escañuela llegaría a uno de los puntos álgidos de su carrera, marcado con el sermón que predicó en la capilla del palacio real, en presencia del rey Carlos II y de la reina madre Mariana de Austria, allí se congregaba también lo más esclarecido de toda la Grandeza española. No podía escapársele a un hijo bien nacido del Santo Reino la ocasión de levantar jubilosamente su corazón en una oración encendida de fervor a nuestro libertador San Fernando Rey y, por ello, con motivo de la canonización de Fernando III el Santo, compuso "Trono de glorias, adornado de sabios", que llegó a imprimirse (como tantas otras oraciones fúnebres que pronunció). En "Trono de glorias, adornado de sabios", el P. Escañuela elabora una barroca alegoría alrededor del trono de Salomón. Sobre ese Trono de Salomón hay doce leones situados en las seis gradas, y sobre ellas coloca doce sentencias de sabios que se aplican al buen gobierno del Santo Rey cuya memoria se recuerda. El Trono de Salomón se suponía adornado sobre doce leones, cada uno de los cuales representaba a uno de los doce príncipes de las tribus de Israel: recordemos que los doce leones de la famosa "fuente de los leones" de la Alhambra representan esto mismo y a buen seguro recordaría el P. Escañuela para componer esta preciosa alegoría.
 
La traslación simbólica que empleó aquí fray Bartolomé consistía en identificar, en el trono de Fernando III, cada uno de esos doce leones como representante de cada uno de los príncipes grandes "que le sirven por Rey como vassallos, y le adoran por Santo como devotos". Se establecía así un nexo entre la Casa de David y la Casa de Habsburgo, que tenía una dilatada tradición en España. Lo que en Salomón es un trono para un "Rey hombre, asombro de la naturaleza", en San Fernando es "para un Rey Santo, portento de la gracia". En el discurso de su sermón está latente uno de los principales argumentarios que legitimaban la monarquía española como Imperio, al entenderse que el otrora pueblo elegido de Israel había dejado de ser la nación predilecta de Dios, tras la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo. Se entendía así que el Nuevo Israel (nación escogida por Dios para obrar la propagación del cristianismo) era España. Esto se basaba en una complicada teoría teológico-política que recurría a la exégesis bíblica (sobre todo de los libros proféticos) por la cual se asentaba que, tras haber caído en desgracia Israel, el Israel santo se había trasladado, para cumplir los designios de hegemonía imperial sobre el orbe: es la llamada "traslación de Jerusalén" que, según Nicolás de Lira y otros teólogos, se había producido con la venida de Santiago Apóstol a Hispania, cumpliendo así las profecías veterotestamentarias que incluso anticipaban la edad de los descubrimientos geográficos portugueses y españoles. Comentando las profecías del Antiguo Testamento un franciscano francés como Nicolás de Lira podía sentenciar: "En hebreo dice en Sefarad, esto es, en España, como dice Rabbí Salomón, lo cual fue cumplido por el apóstol Santiago y sus discípulos, que predicaron allí la verdadera fe y sometiron a las gentes"; este magnífico legado exegético sería articulado por teólogos españoles y portugueses que legitimaban el Imperio hispánico. El P. Escañuela pertenecía a esa tradición, incluso cuando la dinastía de los Austria llegaba a su fin. La "traslación de Jerusalén", uno de los lugares más fecundos para la Teología Política hispánica no implicaba, eso sí, confusión racial: España es el Nuevo Israel espiritual, pero es consciente de su estirpe visigoda. Resuena así en el P: Escañuela: "Siéntese, pues, en este Trono mi Santo; y pues pintado en traje de Godo, en Trono, y pompa de Santo se halla en sus antiguas imágenes, suba, corónese, descanse".
 
OBISPO EN AMÉRICA
 
Encumbrado por su fama de sabiduría y apreciado por Carlos II, este Rey (tan devoto y tan injustamente tratado por la historia, debido a su enfermiza condición) propone al P. Escañuela como Obispo de Puerto Rico y es preconizado como tal en Consistorio secreto del 6 de obrubre de 1670. Tomó posesión de esta sede episcopal el 25 de abril de 1671. Tras unos años en la sede de Puerto Rico, es designado para ocupar la sede episcopal de Guadiana (Nueva Vizcaya, México). En el jueves 4 de marzo de 1677 llegaba "en una de las tres fragatas de cacao de Caracas" Fray Bartolomé García de Escañuela, para tomar posesión del Obispado de Durango (este Obispado se llamó Guadiana por el nombre del valle en que estaba enclavado, habiendo sido erigida diócesis el año 1621). Se dice de él que predicaba con edificación de toda la feligresía, lo mismo virreyes que indios y que "se consagró a visitar y cuidar su extensa diócesis; de tal modo formó la disciplina eclesiástica, que sus sucesores nada la han cambiado, sino más bien siguieron sus huellas". En su labor episcopal redactó las "Constituciones para la Santa Iglesia de la Nueva Vizcaya" que serían aprobadas por el Consejo Supremo de Indias. También se ocupó de los panegíricos de Santa Rosa de Lima.
 
En 1677 fray Bartolomé nombró capellán vicario para la expedición a California de D. Isidro de Atondo y Antillon, pero los jesuitas le frustraron el propósito, reclamando el derecho de la evangelizacion para la Compañía de Jesús por cuestiones de jurisdicción.
 
El preclaro hijo de Escañuela falleció el 20 de noviembre de 1684 en su diócesis de Durango.

miércoles, 18 de febrero de 2015

ANTERO JIMÉNEZ SÁNCHEZ, EL POETA DE LO CERCANO

 

UN POETA DE TORREDELCAMPO

Manuel Fernández Espinosa



Asistimos este año a uno de los aniversarios que ha de congratularnos a todos los tosirianos. Celebramos los cincuenta años que cumple nuestro Instituto de Enseñanza Secundaria "Santo Reino". Quiero contribuir a esta celebración rindiendo un sincero homenaje a uno de esos muchos profesores que pasaron por sus aulas: D. Antero Jiménez Sánchez.

A veces, muchas veces por desgracia, lo más próximo se nos convierte en lo más desconocido, los más prójimos se nos vuelven los más lejanos, y eso es lo que ha pasado con este viejo profesor y poeta, natural y vecino de Torredelcampo, D. Antero Jiménez Sánchez. Apenas se conoce su obra poética en Torredonjimeno, pero muchos tosirianos recordarán su nombre por haber sido durante muchos años, hace ya mucho tiempo, profesor en el Instituto de Enseñanza Secundaria "Santo Reino".



Antero nació el 28 de Diciembre de 1906 en Torredelcampo. Estudió el Bachillerato en el Instituto de Jaén y cursó la carrera de Derecho en la Universidad de Granada así como parte de la de Filosofía y Letras.

Desde los doce años empezó a componer sus bisoños versos que luego serían recogidos en un poemario titulado "Cosas de mi Lira". Era la suya por aquel entonces una poética inspirada en sus primerizas lecturas de Espronceda, Campoamor y Zorrilla. La obra infantil y juvenil de D. Antero constituirá el embrión de su posterior producción literaria, en la que tendrán sus ecos la melancolía y la ternura de Gustavo Adolfo Bécquer hasta la purificación de su lira en la diamantina palabra y el exacto nombre de Juan Ramón Jiménez.

Sus poemas aparecieron esporádicamente en revistas y periódicos como "Advinge", "Alver de Olivo" o Diario "Jaén". Algunos de sus poemas también verían la luz en antologías poéticas aparecidas en Madrid y Barcelona. La contemplación enamorada del paisaje vernáculo, la pertenencia al suelo patrio, la soledad del campesino y la sencillez de un estilo de vida vinculado al terruño alimentan su poesía. Inspiraban a D. Antero los atardeceres de la campiña y las panorámicas que se abren a la vista desde el contemplatorio del Cerro de Santa Ana, y sobre todo lo humano -mester de juglaría- que se derrama en conversación, romerías, ferias y paseos, sobre esa poesía humana, planeará el águila de lo religioso -mester de clerecía- que otea entre el Cielo y la Tierra, tan a las veces ave solitaria, aspirante a la enclaustración en sí mismo, con la promesa de encontrar el ápice que es fontanar de toda vida interior:



Que no me hablen de nadie;

de nadie quiero saber.

Quiero vivir en mí mismo,

en lo hondo de mi ser

porque dentro llevo el mundo

y el Universo también.



Cuando se inicia la guerra civil española, D. Antero Jiménez se hace cargo de la dirección del semanario "Nueva Humanidad" que se lanzó en Torredelcampo allá por 1936-37, era esta publicación fiel portavoz de la II República española, pero ajena a las consignas de los sectores más radicalizados que clamaban por una revolución marxista en el seno de la República liberal.

También fue D. Antero uno de los fundadores del círculo cultural "La Peña", grupo que nació en Torredelcampo como iniciativa de algunos lugareños cultos que tuvieron la idea de congregarse con objeto de paliar el aburrimiento pueblerino, exorcizando aquel tedio con la amistad fraterna y la cultura. "Llevamos cada uno una silla y un libro; bellos símbolos del sosiego y la cultura" -escribía D. Antero cuando rememoraba la creación de aquel círculo cultural. Tertulias, lecturas poéticas, conferencias como la que el mismo D. Antero pronunció sobre el "Poema del Mio Cid", excursiones al campo, ascensos a los montes y paseos por los bosques turdetanos, intercambio fecundo de libros y de ideas... el círculo cultural La Peña de Torredelcampo fue refugio de nuestro poeta y uno de los motores del progreso cultural y humano de Torredelcampo.

D. Antero compaginaba su vida literaria con la vocación docente que desempeñaba en el Instituto de Torredonjimeno, donde ejercía como profesor de "Lengua y Literatura" y "Geografía e Historia". Fruto de esta vida profesional, a caballo entre Torredelcampo y Torredonjimeno, es la evocación en prosa del parque botánico tosiriano por el que paseara tantas veces entre clase y clase, tal como nos lo confiesa él mismo: "El parque de Torredonjimeno... lo he paseado en otoño, en invierno y en primavera; y en verano, en el rigor de la siesta de julio, cuando el pueblo duerme bajo el sopor del sol amarillo... bajo las frondas acogedoras de sus glorietas".

Antero Jiménez era amante de la naturaleza y un auténtico amigo de sus amigos. Por eso dedicó al Alcalde de Torredonjimeno, D. César Gallo Arnedo, un justo elogio en reconocimiento al papel del Alcalde como promotor de la hacendera que había levantado nuestro parque botánico: "...cuando los pueblos se quedan sin árboles, nos has traído este bello parque... aunque no hubieras hecho otra cosa por Torredonjimeno, basta tu parque para que tu recuerdo sea perenne". Pues el poeta sabía que: "Los pueblos sin parque son pueblos sin primavera".

La poesía que une y no la que separa fue la que cultivó D. Antero, pues no mereciera jamás el nombre de poesía el fruto podrido de cualquier odio que disgrega y no reúne. Así aparecen en los versos de Antero los pueblos colindantes, unidos en devota confederanza para tributar homenaje a la Abuela Santa Ana en su romería grande. Lo leemos en su poema "El Cerro Miguelico":



"La explanada de la Ermita

va reuniendo a cuatro pueblos:

"Torrecampo", Jamilena,

Martos, Torredonjimeno

que se esparcen por familias

en el monte verdinegro."



Tuvimos a este poeta de Torredelcampo para que nos cantara en sus versos eso que se nos pasa por alto, tal vez por tratar con ello a diario; y cantándonos lo más cotidiano nos lo fue redescubriendo. En castellano contemporáneo el vocablo "vivienda" tiene un uso común y prácticamente exclusivo: "vivienda" se emplea como sinónimo de "casa", de "habitáculo". Pero en castellano antiguo, la palabra "vivienda" también significaba "el estilo de vida", "el modo de vivir". Rescatando esta arcaica acepción caída en desuso podemos decir que, en ambos sentidos, Antero es el poeta de la "vivienda", el poeta que revela lo hogareño y levanta el acta de defunción de "viviendas" que se han perdido con la invasión de otras formas de vida. En su poema "Aire nuevo" constrata Antero la vivienda de ayer -"aquel aguardiente seco" que bebía el capataz con sus obreros en la vieja taberna- con el estilo de vida, extranjerizante y ruidoso, que irrumpe en los pueblos:



Por la taberna se cuela

un aire de tiempo nuevo

de whisky y cubalibres

y señoritos gamberros.



Pero Antero también inventa habitáculos nuevos en los que el hombre pueda vivir. Propone a los arquitectos que, cuando edifiquen las casas confortables de hoy, no sólo proyecten dormitorios, comedor, cocina y salón, sino que también -les pide- echen las líneas para un nuevo espacio que él denomina "el lloradero": "El lloradero sería un cuartito reducido y limpio, con una mesa y un crucifijo, algo así como un pequeña celda de monjitas... Todos los días entraríamos en el lloradero, nos reconcentraríamos unos minutos y lloraríamos media hora por la humanidad doliente y caída...". Nos vendrían bien estos lloraderos en las casas, para dedicar ni siquiera media hora a pensar en los otros, para que no nos engañe la ilusión de ser nosotros el centro del universo.

Su poesía también nos advirtió de la devastación que produce la Edad de la Técnica, cuando los artefactos vienen a modificar las relaciones del hombre con su entorno, destruyendo la belleza de lo natural en nombre de un presunto progreso. Así su poema titulado "El tractor":



Ya viene el tractor horrible

que con su infernal arada

va destruyendo las rosas

en esta tierra rosada.

Tractor de infernales hierros,

sin corazón y sin alma,

armatoste de ruidos

y olor que produce náuseas,

no te lleves la belleza

cuando la tierra arañas...

¡Tractor, fruto de estos tiempos,

sin corazón y sin alma!



Del centro de enseñanza media y profesional local surgió un periódico de publicación irregular: "Toxiria". Eso era allá por 1953 y se prolongó hasta 1955. Este periódico reaparecería en su segunda época, corriendo el año 1961, sin que superara los ocho números. En sus páginas escribían los alumnos del Instituto, como el poeta y estimado amigo nuestro Manolo Reyes Muñoz, hoy afincado en Madrid. No he accedido a los ejemplares que pudieran conservarse, por lo que ignoro si el profesor D. Antero Jiménez tuvo que ver algo en el proyecto de esta revista o bien llegó a publicar alguna pieza de su producción propia en ella.

Aquel trabajador de la enseñanza que dio lección en el Instituto Laboral de Torredonjimeno a generaciones de tosirianos, aquel culto profesor que leía a Kant y a Berceo a la sombra de nuestra arboleda, frente al Instituto Santo Reino, aquel precoz y constante agricultor de la poesía, el torrecampeño D. Antero Jiménez Sánchez, pasó a mejor vida el 1 de enero de 1986; descanse en paz su alma. Pero no descansen nunca sus versos en el olvido, volvamos a ellos, repensando lo que nos dice en la letra este hombre que todavía alienta en sus poemarios. Puede que esos libros suyos nunca sean superventas mundiales, pero nos hablan de cosas más nuestras que todos los demás que podamos leer. Sus libros todavía pueden encontrarse en las librerías de su pueblo natal.

La Torredelcampo, población que como pocas saben honrar a sus profetas y a sus poetas, todavía recuerda agradecida a Antero Jiménez Sánchez, poeta y profeta. Permítanme sus paisanos que lo conocen mejor que yo honrar su memoria con estos modestos renglones. Sepan cuantos me lean que lo he hecho desde la fraternidad que me une al poeta y desde el cariño que profeso a su pueblo Torredelcampo, vecino del nuestro.
 
Publicado en edición impersa en DIARIO TORREDONJIMENO

martes, 17 de febrero de 2015

BEATO FRAY DIEGO DE CÁDIZ, TAUMATURGO Y PROFETA CONTRA-REVOLUCIONARIO


 

MAYO DE 1780: UN SANTO PASA POR TORREDONJIMENO

Manuel Fernández Espinosa


Hubo en la España del siglo XVIII un capuchino, beato fray Diego José de Cádiz (nacido el 30 de marzo de 1743 y muerto el 24 de marzo de 1801), que sobresalió en las misiones populares que iniciara el año 1771, y a las cuales dedicaría los últimos treinta años de su santa vida. La Iglesia lo ha beatificado, y se espera que algún día lo canonice, elevándolo a los altares.
 

Todo su aspecto, como bien muestran los retratos que se conservan de él, era el de un asceta. Tenía aquel fraile las hechuras propias de aquellos ermitaños del desierto, que después de vencer tentaciones sin cuento a fuerza de oración y prolongados ayunos, arribaban a los poblados, ardiendo en celo por la gloria del Señor, para transmitir, y no sólo decir de palabra, a sus hermanos los hombres que el mismo Dios se había encarnado en Jesucristo, que Jesucristo había sido crucificado, había resucitado y vive entre nosotros.
 

El andariego beato fray Diego José de Cádiz estuvo en el Santo Reino de Jaén, como lo pone de relieve el trabajo de investigación que debemos al estudioso marteño D. José Cuesta Revilla.
 

Los días 13, 14 y 15 de mayo de 1780 el beato capuchino estuvo en la vecina ciudad de la Peña, pero en el camino, procedente de Jaén y rumbo a Martos, a la fuerza había de pasar por Torredelcampo y por Torredonjimeno. Así nos lo cuenta el propio fraile bienventurado, en una carta dirigida a su confesor:
 

"El día 13 -escribe fray Diego José de Cádiz- salí de Jaén y llegué a Martos, que dista tres leguas. Por el camino hubo lo común de salir los pueblos de la inmediación en tanto número que no bastaba la escolta de soldados que nos acompañaba y sus caballos para precavernos. ¡Qué tumultuarse los pueblos de Torredonjimeno y Torredelcampo, saliendo al camino y sus arrabales por donde era forzoso el tránsito! ¡Qué atropellarse unos a otros por llegar a este miserable! Veía llorar a gritos, hombres, mujeres y niños, unos pidiendo la lluvia, otros compungidos de sus culpas y todos clamando: ¡Padre de mi alma!, ¡Padre de mi alma!, ¡Padre de mi corazón!, y otras semejantes expresiones. Costó mucho trabajo, tiempo y fatiga vernos libres de estos pueblos."
 


LA GRACIA DE DIOS INTERVIENE A TRAVÉS DE FRAY DIEGO JOSÉ DE CÁDIZ



Entre los muchos agraciados de aquellos prodigios que Dios obraba a través de su siervo Beato fray Diego José de Cádiz, hubo un dichoso clérigo de Torredonjimeno, el freyle calatravo D. Manuel Antonio Zorrilla, que comprobó los efectos del taumaturgo. Era a la sazón D. Manuel Antonio Zorrilla el cura rector de San Amador de Martos.


Semanas antes de la llegada del beato Diego José de Cádiz a nuestros predios en loor de multitudes, dicho prior de San Amador había acogido en su casa a su hermano, D. Francisco Alonso Zorrilla, de 43 años de edad y que por lo corriente residía en Torredonjimeno. Estaba D. Francisco Antonio aquejado de unos dolores estomacales, que serían su fin y buscaba aquel tosiriano el calor y la compaña de su hermano, el cura prior de Martos. En la casa rectoral, bajo los auspicios fraternales, convaleció D. Francisco Antonio, muriendo en su lecho de dolor el 5 de abril del mismo año del paso de fray Diego José (Libro IV de Sepelios, Archivo Histórico de la Parroquia de Santa María, fol. 137).


Todavía pesaba en el clérigo tosiriano residente en Martos la reciente pérdida de su hermano a quien había dado cristiana sepultura en el suelo sagrado de Santa María de Torredonjimeno, pero a esa aflicción se le añadían unas jaquecas o migrañas que lo atribulaban de un tiempo a esa parte, condenándolo a una sordera que avanzaba y que prácticamente lo había inutilizado. Los fieles acudían a su confesionario, y el pobre hombre a duras penas podía oírles sus pecados. Veamos, por su fidedigna declaración, la notoria mejoría que experimentó tras el trato que tuvo con el beato fray Diego José de Cádiz.


"Frey D. Manuel Antonio Zorrilla del hábito de Calatrava, prior de dicha villa depuso; que padeciendo de muchos años unos tremendísimos dolores de cabeza que le impedían todo estudio y aplicación al confesionario, pues de ellos le había resultado una extraordinaria torpeza de oído, en el primer día que allí estuvo el P. Fray Diego le suplicó le leyese un Evangelio, á que se prestó muy pronto, sentí, dice, un alivio muy particular al contacto de su mano, y desde luego tan bueno y firme en el oído, que llevando en los días de la misión ocho, ó diez horas de confesionario, no volví a padecer ni aquellos dolores, ni tal incomodidad."


El beato fray Diego también participaba del don profético. Las prédicas del popular fraile de Cádiz advertían de los peligros que entrañaban las turbias corrientes ideológicas, impías y ateístas, que en la Francia de la época campaban a sus anchas. Estas ideas iban preparando el camino a la orgía sangrienta que fue la Revolución Francesa que nueve años después, en 1789, tendría lugar. El bienaventurado gaditano se anticipó a su tiempo, y con anterioridad a la invasión napoleónica, advirtió a los españoles el peligro que entrañaban las tormentas revolucionarias que se cernían sobre Europa, los ríos de sangre que la soberbia de los envanecidos ilustrados y la lujuria de los libertinos derramarían.


Algunos descreídos, a todo esto le denominan "oscurantismo" o "milagrería". Nosotros, creyentes, sabemos que todas estas cosas son lo que Cristo nos enseñó: fe que mueve montañas, la fe que mueve a los pueblos.