UN POETA DE TORREDELCAMPO
Manuel Fernández Espinosa
Asistimos este año a uno de los aniversarios que ha de
congratularnos a todos los tosirianos. Celebramos los cincuenta años que cumple
nuestro Instituto de Enseñanza Secundaria "Santo Reino". Quiero contribuir a
esta celebración rindiendo un sincero homenaje a uno de esos muchos profesores
que pasaron por sus aulas: D. Antero Jiménez Sánchez.
A veces, muchas veces por desgracia, lo más próximo se nos
convierte en lo más desconocido, los más prójimos se nos vuelven los más
lejanos, y eso es lo que ha pasado con este viejo profesor y poeta, natural y
vecino de Torredelcampo, D. Antero Jiménez Sánchez. Apenas se conoce su obra
poética en Torredonjimeno, pero muchos tosirianos recordarán su nombre por haber
sido durante muchos años, hace ya mucho tiempo, profesor en el Instituto de
Enseñanza Secundaria "Santo Reino".
Antero nació el 28 de Diciembre de 1906 en Torredelcampo.
Estudió el Bachillerato en el Instituto de Jaén y cursó la carrera de Derecho en
la Universidad de Granada así como parte de la de Filosofía y Letras.
Desde los doce años empezó a componer sus bisoños versos que
luego serían recogidos en un poemario titulado "Cosas de mi Lira". Era la suya
por aquel entonces una poética inspirada en sus primerizas lecturas de
Espronceda, Campoamor y Zorrilla. La obra infantil y juvenil de D. Antero
constituirá el embrión de su posterior producción literaria, en la que tendrán
sus ecos la melancolía y la ternura de Gustavo Adolfo Bécquer hasta la
purificación de su lira en la diamantina palabra y el exacto nombre de Juan
Ramón Jiménez.
Sus poemas aparecieron esporádicamente en revistas y periódicos
como "Advinge", "Alver de Olivo" o Diario "Jaén". Algunos de sus poemas también
verían la luz en antologías poéticas aparecidas en Madrid y Barcelona. La
contemplación enamorada del paisaje vernáculo, la pertenencia al suelo patrio,
la soledad del campesino y la sencillez de un estilo de vida vinculado al
terruño alimentan su poesía. Inspiraban a D. Antero los atardeceres de la
campiña y las panorámicas que se abren a la vista desde el contemplatorio del
Cerro de Santa Ana, y sobre todo lo humano -mester de juglaría- que se derrama
en conversación, romerías, ferias y paseos, sobre esa poesía humana, planeará el
águila de lo religioso -mester de clerecía- que otea entre el Cielo y la Tierra,
tan a las veces ave solitaria, aspirante a la enclaustración en sí mismo, con la
promesa de encontrar el ápice que es fontanar de toda vida interior:
Que no me hablen de nadie;
de nadie quiero saber.
Quiero vivir en mí mismo,
en lo hondo de mi ser
porque dentro llevo el mundo
y el Universo también.
Cuando se inicia la guerra civil española, D. Antero Jiménez se
hace cargo de la dirección del semanario "Nueva Humanidad" que se lanzó en
Torredelcampo allá por 1936-37, era esta publicación fiel portavoz de la II
República española, pero ajena a las consignas de los sectores más radicalizados
que clamaban por una revolución marxista en el seno de la República liberal.
También fue D. Antero uno de los fundadores del círculo
cultural "La Peña", grupo que nació en Torredelcampo como iniciativa de algunos
lugareños cultos que tuvieron la idea de congregarse con objeto de paliar el
aburrimiento pueblerino, exorcizando aquel tedio con la amistad fraterna y la
cultura. "Llevamos cada uno una silla y un libro; bellos símbolos del sosiego y
la cultura" -escribía D. Antero cuando rememoraba la creación de aquel círculo
cultural. Tertulias, lecturas poéticas, conferencias como la que el mismo D.
Antero pronunció sobre el "Poema del Mio Cid", excursiones al campo, ascensos a
los montes y paseos por los bosques turdetanos, intercambio fecundo de libros y
de ideas... el círculo cultural La Peña de Torredelcampo fue refugio de nuestro
poeta y uno de los motores del progreso cultural y humano de Torredelcampo.
D. Antero compaginaba su vida literaria con la vocación docente
que desempeñaba en el Instituto de Torredonjimeno, donde ejercía como profesor
de "Lengua y Literatura" y "Geografía e Historia". Fruto de esta vida
profesional, a caballo entre Torredelcampo y Torredonjimeno, es la evocación en
prosa del parque botánico tosiriano por el que paseara tantas veces entre clase
y clase, tal como nos lo confiesa él mismo: "El parque de Torredonjimeno... lo
he paseado en otoño, en invierno y en primavera; y en verano, en el rigor de la
siesta de julio, cuando el pueblo duerme bajo el sopor del sol amarillo... bajo
las frondas acogedoras de sus glorietas".
Antero Jiménez era amante de la naturaleza y un auténtico amigo
de sus amigos. Por eso dedicó al Alcalde de Torredonjimeno, D. César Gallo
Arnedo, un justo elogio en reconocimiento al papel del Alcalde como promotor de
la hacendera que había levantado nuestro parque botánico: "...cuando los pueblos
se quedan sin árboles, nos has traído este bello parque... aunque no hubieras
hecho otra cosa por Torredonjimeno, basta tu parque para que tu recuerdo sea
perenne". Pues el poeta sabía que: "Los pueblos sin parque son pueblos sin
primavera".
La poesía que une y no la que separa fue la que cultivó D.
Antero, pues no mereciera jamás el nombre de poesía el fruto podrido de
cualquier odio que disgrega y no reúne. Así aparecen en los versos de Antero los
pueblos colindantes, unidos en devota confederanza para tributar homenaje a la
Abuela Santa Ana en su romería grande. Lo leemos en su poema "El Cerro
Miguelico":
"La explanada de la Ermita
va reuniendo a cuatro pueblos:
"Torrecampo", Jamilena,
Martos, Torredonjimeno
que se esparcen por familias
en el monte verdinegro."
Tuvimos a este poeta de Torredelcampo para que nos cantara en
sus versos eso que se nos pasa por alto, tal vez por tratar con ello a diario; y
cantándonos lo más cotidiano nos lo fue redescubriendo. En castellano
contemporáneo el vocablo "vivienda" tiene un uso común y prácticamente
exclusivo: "vivienda" se emplea como sinónimo de "casa", de "habitáculo". Pero
en castellano antiguo, la palabra "vivienda" también significaba "el estilo de
vida", "el modo de vivir". Rescatando esta arcaica acepción caída en desuso
podemos decir que, en ambos sentidos, Antero es el poeta de la "vivienda", el
poeta que revela lo hogareño y levanta el acta de defunción de "viviendas" que
se han perdido con la invasión de otras formas de vida. En su poema "Aire nuevo"
constrata Antero la vivienda de ayer -"aquel aguardiente seco" que bebía el
capataz con sus obreros en la vieja taberna- con el estilo de vida,
extranjerizante y ruidoso, que irrumpe en los pueblos:
Por la taberna se cuela
un aire de tiempo nuevo
de whisky y cubalibres
y señoritos gamberros.
Pero Antero también inventa habitáculos nuevos en los que el
hombre pueda vivir. Propone a los arquitectos que, cuando edifiquen las casas
confortables de hoy, no sólo proyecten dormitorios, comedor, cocina y salón,
sino que también -les pide- echen las líneas para un nuevo espacio que él
denomina "el lloradero": "El lloradero sería un cuartito reducido y limpio, con
una mesa y un crucifijo, algo así como un pequeña celda de monjitas... Todos los
días entraríamos en el lloradero, nos reconcentraríamos unos minutos y
lloraríamos media hora por la humanidad doliente y caída...". Nos vendrían bien
estos lloraderos en las casas, para dedicar ni siquiera media hora a pensar en
los otros, para que no nos engañe la ilusión de ser nosotros el centro del
universo.
Su poesía también nos advirtió de la devastación que produce la
Edad de la Técnica, cuando los artefactos vienen a modificar las relaciones del
hombre con su entorno, destruyendo la belleza de lo natural en nombre de un
presunto progreso. Así su poema titulado "El tractor":
Ya viene el tractor horrible
que con su infernal arada
va destruyendo las rosas
en esta tierra rosada.
Tractor de infernales hierros,
sin corazón y sin alma,
armatoste de ruidos
y olor que produce náuseas,
no te lleves la belleza
cuando la tierra arañas...
¡Tractor, fruto de estos tiempos,
sin corazón y sin alma!
Del centro de enseñanza media y profesional local surgió un
periódico de publicación irregular: "Toxiria". Eso era allá por 1953 y se
prolongó hasta 1955. Este periódico reaparecería en su segunda época, corriendo
el año 1961, sin que superara los ocho números. En sus páginas escribían los
alumnos del Instituto, como el poeta y estimado amigo nuestro Manolo Reyes
Muñoz, hoy afincado en Madrid. No he accedido a los ejemplares que pudieran
conservarse, por lo que ignoro si el profesor D. Antero Jiménez tuvo que ver
algo en el proyecto de esta revista o bien llegó a publicar alguna pieza de su
producción propia en ella.
Aquel trabajador de la enseñanza que dio lección en el
Instituto Laboral de Torredonjimeno a generaciones de tosirianos, aquel culto
profesor que leía a Kant y a Berceo a la sombra de nuestra arboleda, frente al
Instituto Santo Reino, aquel precoz y constante agricultor de la poesía, el
torrecampeño D. Antero Jiménez Sánchez, pasó a mejor vida el 1 de enero de 1986;
descanse en paz su alma. Pero no descansen nunca sus versos en el olvido,
volvamos a ellos, repensando lo que nos dice en la letra este hombre que todavía
alienta en sus poemarios. Puede que esos libros suyos nunca sean superventas
mundiales, pero nos hablan de cosas más nuestras que todos los demás que podamos
leer. Sus libros todavía pueden encontrarse en las librerías de su pueblo
natal.
La Torredelcampo, población que como pocas saben honrar a sus
profetas y a sus poetas, todavía recuerda agradecida a Antero Jiménez Sánchez,
poeta y profeta. Permítanme sus paisanos que lo conocen mejor que yo honrar su
memoria con estos modestos renglones. Sepan cuantos me lean que lo he hecho
desde la fraternidad que me une al poeta y desde el cariño que profeso a su
pueblo Torredelcampo, vecino del nuestro.
Publicado en edición impersa en DIARIO TORREDONJIMENO
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