viernes, 26 de abril de 2013

LA ANÉCDOTA DE LA QUE DERIVA EL LEMA DE LOS AGUILERA



A NINGUNO DESTA VIDA YO ME DIERA, SI A MI MISMO REY NO FUERA



La fotografía es del escudo de los Serrano de Aguilera y se encuentra en la puerta de la capilla de Jesús, María y José (actual Sagrario de la Iglesia Parroquial de Santa María de la Inmaculada Concepción de Torredonjimeno). Hemos tenido ocasión de tratar en varias ocasiones esta capilla que fue enterramiento de los Serrano de Aguilera, así como de los peregrinos gallegos que, transitando por la villa de Torredonjimeno, no tuvieran por su forastería lugar donde ser sepultados (ver este enlace).

Recientemente teníamos ocasión de comentar con D. Antonio Recuerda Burgos, a la sazón Cronista de Porcuna, algunos particulares sobre el linaje de los Aguilera, asentados en Porcuna y aquí en el mismo Torredonjimeno también. El lema que rodea el escudo dice: A NINGUNO DESTA VIDA YO ME DIERA SI A MI MISMO REY NO FUERA.

¿Cuál es la razón histórica de este lema?

Nuestro amigo D. Antonio Recuerda Burgos ha encontrado y nos ha comunidado una curiosa noticia del lema que orla este escudo de armas.  

"Un caballero Aguilera, hallándose al frente de una fortaleza de Navarra o Aragón, supo que su Rey la había ofrecido al de Castilla para obtener su libertad. Al comunicarle que la abandonara, en virtud de ese ofrecimiento, el caballero en cuestión se negó a obedecer, respondiendo que no reconocía órdenes que no dimanasen de su soberano. Y así se mantuvo hasta que condujeron a su Rey en persona para que se lo ordenase y a quien dijo las palabras de la expresada bordura".

Esta es la ejemplar historia de la que procede este lema. La de un caballero que no entregó la fortaleza a él encomendada hasta que no se lo dijo su mismo Rey.

Manuel Fernández Espinosa.

jueves, 18 de abril de 2013

DEVOTOS TOSIRIANOS DEL SANTÍSIMO CRISTO DE CHIRCALES DE VALDEPEÑAS DE JAÉN

Cuadro Votivo de unas tosirianas agradecidas, dedicado al Cristo de Chircales en señal de gratitud. Año 1856. Fotografía de D. José Manuel Marchal.
 


LIGAZONES ANCESTRALES ENTRE VECINOS DE VALDEPEÑAS DE JAÉN Y TORREDONJIMENO
 
Las relaciones entre vecinos de Valdepeñas de Jaén y vecinos de Torredonjimeno, pese a no ser localidades colindantes y estar a una cierta distancia, son a lo largo de la historia menuda una constante. Desde el siglo XVI hasta el XX hay movimientos de familias que, siendo de naturaleza tosiriana, pasan a residir a Valdepeñas y a la inversa. Podemos referir el caso de los Escabias (indistintamente encontramos el apellido escrito como "Escavias"): Sebastián Ruiz de Escavias, uno de los descendientes del prolífico alcaide andujareño Pedro de Escavias, nacerá en Torredonjimeno, será vecino de Arjona y algunos de sus descendientes pasarán a establecerse en Valdepeñas, donde a día de hoy el apellido es uno de los más característicos de la población serrana.
 
Valdepeñas de Jaén fue poblada en el año 1539 (aunque existía la voluntad de fundarla desde el año 1508, por real cédula del Emperador Carlos I de España y V de Alemania). En un principio, sus pobladores fueron honrados vecinos de Jaén y otros pueblos del Santo Reino, como Jamilena o Torredelcampo, sus primeros colonos fueron también miembros de la servidumbre palaciega, así como guardias (Monteros de Espinosa) del Emperador Carlos. Entre los primeros pobladores no hallamos a ni un solo tosiriano, pero sin embargo desde el siglo XVI hasta el XX habrá tosirianos que se asientan en Valdepeñas. Este flujo de vecinos se perpetúa a lo largo de los siglos y así se explica que en el siglo XIX y XX no pocos valdepeñeros vinieran a la villa de Torredonjimeno, sobre todo en la temporada aceitunera, para trabajar como jornaleros. Con el tiempo, algunas de estas familias se establecerían definitivamente en Torredonjimeno: así tenemos a los Cabrera, a los Marchal, a los Gallego, a los Milla, a los Escabias... Y a tantos otros que, siendo oriundos de Valdepeñas, son a día de hoy tosirianos de tercera o cuarta generación.


LA DEVOCIÓN AL CRISTO DE CHIRCALES EN TORREDONJIMENO
 

Estas relaciones explican que la devoción más entrañable de Valdepeñas de Jaén (me refiero al Santísimo Cristo de Chircales) enraizara entre el vecindario tosiriano del siglo XIX. Bien pudiéramos aventurar que también hubo dicha devoción en centurias anteriores, pero queremos ser fieles a la documentación histórica y, al no tener constancia documental ni gráfica, nos limitaremos al siglo XIX y XX. Esta devoción iría decayendo, hasta prácticamente desvanecerse a mediados del siglo XX. No obstante, aunque no gozara de tanta extensión como antaño, ha sido celosamente conservada en el ámbito doméstico (y sé bien de lo que hablo, pues en mi hogar mi abuela, valdepeñera ella, mantuvo esta piadosa tradición: toda mi vida he visto fotografías del Cristo de Chircales en mi casa).
 
El origen del Santuario del Santísimo Cristo de Chircales está convenientemente tratado en un excelente trabajo histórico que debemos a la paciente constancia y buen hacer de Monseñor D. Félix Martínez Cabrera (ilustre hijo de Valdepeñas de Jaén, nombrado Prelado de Honor por Su Santidad Benedicto XVI). Dicha obra que combina el rigor historiográfico y la piadosa devoción ha sido  publicada en internet (CHIRCALES Y SU CRISTO).

Según este exhaustivo estudio histórico de Monseñor Martínez Cabrera el origen del Santuario del Santísimo Cristo de Chircales hay que remontarlo a un eremitorio que habitó un grupo de  hombres que se retiraron del mundanal ruido, bajo la edificante influencia de San Juan de Ávila (Doctor de la Iglesia) y, recogiéndose a la vida eremítica, se dedicaron por entero a la contemplación espiritual. Así nació el Santuario de Chircales, en un paraje retirado, como una Tebaida en el Santo Reino de Jaén. Precisamente, en relación a San Juan de Ávila, habría que decir que el nieto de aquel tosiriano al que más arriba aludíamos, llamado Sebastián Ruiz de Escavias, fue hombre tan próximo a San Juan de Ávila que prestó testimonio, como declarante, en el proceso de San Juan de Ávila, por haber sido compañero de éste: nos referimos al Padre Sebastián de Escavias, que militó bajo las banderas de San Ignacio de Loyola en la Compañía de Jesús.
 
La devoción al Santísimo Cristo de Chircales arraigó en Torredonjimeno, al igual que en otros pueblos de la comarca. Y eso es algo que se puede comprobar por los exvotos que conserva la cofradía valdepeñera.

Era una acendrada costumbre que los fieles del Santísimo Cristo de Chircales, habiendo entendido que habían sido escuchadas sus plegarias, fuesen en acción de gracias a su Santuario en Valdepeñas y allí depositaran un exvoto; es lo que todavía se hace en tantos y tantos santuarios de la Cristiandad, como es el caso del Santuario de la Virgen de la Cabeza. Lo singular del caso de Chircales es que muchos de esos exvotos que la fe fue depositando allí, consistían en unos curiosos cuadros que, pese a la sencillez de su factura, representaban pictóricamente el momento en que el fiel suplicaba al Cristo impetrándole el milagro. Estos cuadros (en lienzo, en tabla o en madera cubierta con papel) son, amén de una conmovedora ofrenda, el más sencillo testimonio de la fe grande de nuestros antepasados, así como una muestra muy interesante para la antropología religiosa.

Por cumplir la función de recordatorio y agradecimiento las escenas de dichos cuadros representan al convaleciente, también al suplicante (en la mayor parte de los casos se trata de un pariente del atribulado que yace en cama: el suplicante ruega de rodillas al Cristo de Chircales). Y nos los representan al natural en la alcoba, en medio del penoso trance de enfermedad o accidente por el que se ruega la milagrosa intervención divina. De estos interesantes cuadros votivos se conservan actualmente once y dos de ellos indican la naturaleza tosiriana de los oferentes.
 
Gracias a las diligentes gestiones realizadas por nuestro amigo D. José Manuel Marchal podemos ofrecer al público la fotografía de estos cuadros votivos de origen tosiriano, conservados por la Cofradía del Santísimo Cristo de Chircales de Valdepeñas de Jaén y que fueron ofrendados por sus devotos de Torredonjimeno. Queremos expresar nuestra gratitud a D. José Manuel Marchal por habernos hecho llegar estas dos fotografías de los cuadros concernientes a Torredonjimeno que se hallan en Valdepeñas de Jaén. Publicamos hoy una de estas fotografías y esperamos muy pronto hacer lo propio con la segunda.
 
 
Manuel Fernández Espinosa.
 
Santísimo Cristo de Chircales

 

En la fotografía que encabeza este artículo se nos muestra una mujer que yace en el lecho de dolor; según reza la leyenda se trata de Francisca de Rada, que cayó enferma de tabardillo y se hallaba tan grave que no parecía haber solución. La madre de la convaleciente, por nombre María de los Dolores, miró al Santísimo Cristo de Chircales y pidió la salud de su hija y, estando en esta súplica, consiguió gracia del Santísimo Cristo. El cuadro da el año de 1856. Reproducimos nuevamente la misma fotografía aquí abajo:
 
Fotografía: José Manuel Marchal.
 
 
 
 
 
 
La leyenda al pie del cuadro votivo reza:

"Estando Francisca de Rada gravemente enferma, con un tabardillo, su madre María de los Dolores Lendínez, miró al Santísimo Cristo de Chircales, pidiendo su salud y estando en esta súplica consiguió su perfecta salud. Esta enferma es vecina de Torredonjimeno. Año 1856."
 

viernes, 12 de abril de 2013

DESCUBRIENDO LA IDENTIDAD DEL SANTO AL QUE ESTABA DEDICADA LA ERMITA DE "SANTO NICASIO"

San Nicasio, representado como santo cefalófaro (portador de su cabeza decapitada), al lado de Eutropia, su hermana y compañera de martirio. En la Catedral de Reims.
 
DE MONASTERIO A ERMITA Y DE ERMITA A TOPÓNIMO.
 
 
En la linde que separa los términos municipales de Martos y Torredonjimeno se erigía, hasta un tiempo difícil de determinar mientras no sea hallada más documentación, la ermita de San Nicasio. Hoy, como recordatorio de ella, nos queda su nombre en la toponimia (más conocido como Santo Nicasio) donde se levantan algunas casas de campo y, al otro lado de la carretera, una cantera al aire libre.
 
Rus Puerta (siglo XVII) la menciona en el elenco de ermitas relativo a la villa de Martos. Más tarde, en el siglo XIX, no vuelve aparecer en otros diccionarios geográficos figurando como ermita. Los ancianos marteños (según contaba el P. Recio Veganzones) y los ancianos tosirianos (a nosotros mismos nos lo contaron de viva voz) contaban que la romería de "Santo Nicasio" fue suspendida por las autoridades eclesiásticas debido a un altercado que tuvo lugar en el mismo paraje donde se celebraba esta romería, un altercado que incluso costó víctimas humanas cuando mozos de Martos y mozos de Torredonjimeno protagonizaron una reyerta. Nuestro querido amigo el P. Recio con Fernández Chicarro inspeccionaron la zona en que se emplazaba la ermita extinta y documentaron los vestigios de lo que podría ser un antiguo monasterio visigótico: "hemos podido ver restos de grandes sillares, columnas y fragmentos de pilastras estriadas y un magnífico ejemplar de imposta trabajada a bisel que presenta idéntico labrado al de algunos que se ven en la iglesia visigótica de Quintanilla de las Viñas". Santa María de Quintanilla de las Viñas es una de las mejores muestras monumentales de la arquitectura religiosa de época visigoda y está ubicada en la provincia de Burgos.
 
Interior de Santa María de Quintanilla de las Viñas (Burgos), alguno de cuyos elementos arquitectónicos fueron comparados por el P. Recio con los restos que él mismo descubrió en el antiguo emplazamiento de nuestra desaparecida ermita de San Nicasio
 
 
Algunos modernos se muestran escépticos ante estas noticias del P. Recio, poniendo en tela de juicio el buen juicio arqueológico que siempre mostró el sabio fraile franciscano, el mismo que había excavado catacumbas en Roma. Nosotros tuvimos la gracia de conocer personalmente al P. Recio y podemos afirmar que su riquísima experiencia como arqueólogo paleocristiano le agudizó un sexto sentido para identificar vestigios arqueológicos, un don que tuvo nuestro inolvidable amigo y maestro que supera con mucho el conocimiento técnico de estos modernos que, en su falta de sentido común, son capaces de cometer dislates increíbles como, por ejemplo, llegar a pensar que el tesoro visigodo de Torredonjimeno fue transportado desde Sevilla hasta nuestro término, para ser enterrado aquí a la postre. Esto es a todas luces un formidable despropósito: afirmar la hipótesis de que el tesoro pudiera proceder de un templo de Sevilla, por el solo hecho de hallar en la epigrafía de dicho tesoro los nombres de Santas Justa y Rufina, es propio de las estrechas miras de especialistas técnicos, tan especializados que pierden el contacto con la realidad: y es que, en buen sentido común, no puede pensarse que, con un tesoro tan valioso encima, sus portadores anduvieran una distancia tan grande como la que dista entre Sevilla y los Majanos de Marañón (o Garañón, averígüelo Vargas...), para enterrarlo aquí, en tierras de Jaén. Piénsese por un momento solo en el riesgo al que se exponían, llevando consigo un tesoro por caminos tan peligrosos. Además de eso, es cierto que Santas Justa y Rufina fueron mártires sevillanas, en efecto; pero su culto -parece ser que esto no lo saben los sostenedores del despropósito- se impuso en toda la Bética, por lo que cualquier santuario visigodo podía buenamente venerarlas, lo mismo en Sevilla que en Tucci o Tosiria. El tesoro visigodo de Torredonjimeno estaba en un santuario próximo al lugar en el que se enterró.
 
Dejemos estas cuestiones a un lado, no sin expresar lo deseable que sería que algún investigador local se aplicara a reconstruir la historia de esta arcaica ermita desaparecida. El propósito de este articulo no es ese, sino que es ofrecer un perfil del santo titular, identificar el santo al que se dedicó esta ermita que, con bastante probabilidad, pudo ser en tiempo más remoto un monasterio visigodo. Nuestro interés, por ahora, es definir con la mayor precisión de qué santo estamos hablando cuando nuestros antepasados hablaban de "Santo Nicasio".
 
 
Decapitación de San Nicasio por los vándalos
 
 
 
La Iglesia católica venera a tres santos con el nombre de Nicasio, a saber:
 
1. San Nicasio Camuto de Burgio (santo mártir siciliano que nació entre el año 1030 o 1040 y subió al cielo el año 1187: véase en este enlace). San Nicasio Camuto de Burgio fue miembro de la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén y, tras ser capturado como prisionero, los mahometanos lo invitaron a renegar de la fe en Cristo, el santo varón prefirió ser martirizado antes que renegar de Cristo y por ello fue decapitado ante el mismos Saladino. Todas las noticias que sobre él hay parecen confirmar que su culto fue muy temprano, tras la noticia de su martirio; pero todo indica que el culto a San Nicasio Camuto quedó confinado en el marco local de la isla de Sicilia: en 1305 se le dedicó un altar en la iglesia de San Pedro, en Caccamo, Trapani. Sería muy improbable que el San Nicasio que se veneraba en la ermita homónima de nuestra comarca fuese San Nicasio Camuto: pensemos que, en primer lugar, el culto a este santo mártir de la Edad Media estuvo muy restringido a su tierra nativa y que, por las rivalidades propias de las órdenes religioso-militares, un santo tan lejano, miembro de la Orden de San Juan de Jerusalén, no sería un candidato idóneo para ser venerado en tierras calatraveñas. Lo descartamos, a la espera de documentos que pudieran confirmar lo contrario de lo que suponemos y que pudieran convencernos de que nuestro San Nicasio fuese San Nicasio Camuto.
 
2. San Nicasio de Rouen fue Obispo de Rouen, era griego y fue martirizado, con el presbítero Quirino, el diácono Escubiculo y la virgen Piencia, bajo el poder del prefecto Fescenino entre el siglo I y II. Murió decapitado. Su fiesta se celebra el 11 de octubre.
 
3. San Nicasio de Reims fue Obispo de Reims y padeció el martirio con su hermana Eutropia y con los diáconos San Jucundo y San Florencio, en diciembre del año 406, cuando la ciudad de Reims cayó bajo el terror de los vándalos. Fue decapitado. Su fiesta se celebra el 14 de diciembre.
 
Los tres santos a los que venera la Iglesia católica bajo el nombre de San Nicasio fueron mártires y los tres tuvieron el mismo martirio: la muerte por decapitación. Lo mismo que descartamos que nuestro San Nicasio fuese el siciliano, no podemos aventurar definitivamente el San Nicasio al que veneraban nuestros antepasados, tanto marteños como jamilenudos y tosirianos: pues los paralelismos entre el obispo de Rouen y el de Reims, pese a las diferencias de época y de verdugos, son muchos. Necesitaríamos confirmar definitivamente, con documentación, a cuál de los dos se veneraba aquí: bastaría con determinar la fecha de su festividad para ello. Sin embargo, si es cierta la tradición oral que daba la fiesta local de San Nicasio en diciembre, no queda lugar a dudas sobre la identidad de nuestro San Nicasio: estaríamos ante San Nicasio de Reims. Según la piadosa creencia, San Nicasio era especial abogado para casos de disentería, calenturas, reúmas, roturas de hueso, flujo de sangre y no faltaba quién dijera que su intercesión era capaz de devolver la voz a los mudos y de resucitar muertos.
 
Si se confirma que el San Nicasio venerado por los vecinos de Martos, Jamilena y Torredonjimeno era el San Nicasio de Reims la hipótesis del monasterio visigodo, lanzada por el P. Recio y Fernández Chicarro, ganaría solidez, en tanto que hacemos notar la identidad de los verdugos de este San Nicasio: recordemos que sus asesinos fueron los vándalos. Desde el punto de vista cronológico, para los hispano-visigodos, el martirio de San Nicasio de Reims estaba bastante reciente: recordemos que fue decapitado en el año 406. Poco después de decapitar a San Nicasio los vándalos cruzaron los Pirineos y en su avance devastaron todo cuanto encontraron a su paso, y por la fama de sus devastaciones el nombre de "vandálico" se aplicó a cuantos actos destructivos se vinieran a cometer en lo sucesivo, como expresión extrema de la vesania bárbara.
 
En el año 418 los visigodos, habiendo llegado a Hispania, emprendieron la conquista de la península, combatiendo a otros pueblos bárbaros que habían llegado con anterioridad. Los visigodos derrotaron a los suevos, obligando a estos a replegarse a la actual Galicia. Y los alanos y los vándalos (los mismos descendientes de los asesinos de San Nicasio) fueron barridos de la península Ibérica, empujados por el vigor visigodo. Los vándalos dieron el salto a África, expandiéndose por el actual Magreb. Así es como los vándalos llegaron, en el año 430, con su rey Genserico acaudillándolos, a Hipona (actual Annaba, en Argelia) y, durante el asedio vándalo de esta ciudad norteafricana, falleció San Agustín de Hipona. En el año 589 el rey visigodo Recaredo, habiendo convocado el III Concilio de Toledo, abjuró de la herejía arriana, para confesar la Fe Católica: la mayor parte de los visigodos siguieron a su Rey, convirtiéndose al catolicismo, salvo algunos pertinaces arrianos que, más tarde, pactarían con los mahometanos. Desde el punto de vista religioso-político, la devoción de San Nicasio de Reims, víctima martirial de los vándalos, además de estar envuelto en maravillosas leyendas de su formidable poder intercesorio, sería un candidato idóneo para dar nombre a un monasterio lo mismo que a una ermita.
 
Si esto es así como decimos habría que ir pensando que lo que nuestros antepasados conocieron en su forma menguada de ermita pudo muy bien ser -en tiempos del Reino Godo de Toledo- un floreciente núcleo del monacato visigótico, alguno de cuyos vestigios pudo ver el P. Recio en sus expediciones arqueológicas, dejando testimonio de ello y parangonándolos a elementos arquitectónicos de la iglesia visigoda de Santa María de Quintanilla de las Viñas en Burgos.  Sin embargo, este tema queda abierto a la investigación, puesto que la adquisición de documentación relativa a esta antigua ermita podría asentar nuestra hipótesis, así como el trabajo arqueológico de campo podría corroborar si estamos ante un centro religioso visigodo de cierta entidad.
 
Manuel Fernández Espinosa

martes, 9 de abril de 2013

LA MUJER ESPAÑOLA, BRAVA COMO ELLA SOLA (II)

 
"Aspecto actual de la torre del homenaje del castillo de la Peña de Martos"
 
La defensa de la Peña de Martos por la condesa doña Irene y sus mujeres
Siguiendo con las hazañas heroicas realizadas por las mujeres españolas en la Historia, traigo en esta ocasión la defensa de la Peña de Martos realizada en el s. XIII por la condesa doña Irene, esposa del Conde don Alvar Pérez de Castro.
El Rey Fernando III el Santo donó el castillo a don Alvar Pérez de Castro en el año 1238. La zona no estaba pacificada ni mucho menos, y en las tierra aledañas existía todavía mucha presencia musulmana. El sentimiento de odio y de venganza se palpaba en el ambiente, así que los cristianos debían de permanecer alerta ante posibles incursiones sobre sus ya recuperadas posesiones.
El mejor sistema para poder equilibrar las fuerzas eran las razias, o incursiones rápidas en el terreno del adversario, con la finalidad de conseguir víveres, animales y botín. Dichas expediciones eran practicadas por ambos bandos, lo que hacía la vida en la frontera harto difícil.
 
Así las cosas, Don Alvar dejó en el castillo de la Peña de Martos a su esposa la Condesa doña Irene y a su sobrino don Tello Alonso de Meneses con cincuenta y cinco caballeros, mientras él continuaba bajo las órdenes del Rey pacificando la zona y continuando con la campaña.
 
Don Tello y sus caballeros aprovecharon la ocasión para salir a correr la tierra de los moros, dejando sola a la condesa y sus dueñas. Cuando el rey de Granada, Alhamar, tuvo conocimiento de este hecho, se encaminó rápido y presto hacia la Peña de Martos con intención de recuperarla.
 
Cuentan las crónicas que la condesa, desde la altura de su castillo, oteó el horizonte y divisó el peligro que se avecinaba al ver llegar las tropas granadinas, así que ordenó que  un mensajero partiese de inmediato para avisar a don Tello del peligro en el que se hallaba, con la esperanza de que éste regresase cuanto antes.  
Al ver que no llegaba don Tello, Doña Irene ordenó a sus dueñas y mujeres que se subiesen a las almenas, y ataviadas con las ropas de sus maridos se colocasen de tal forma que diese la impresión de que en la fortaleza había guarnición suficiente.
Los granadinos, al divisar esa presencia en el castillo, detuvieron el asalto y rodearon el castillo con intención de asediarlo.
Ello dio lugar a que se ganase un tiempo precioso, haciendo que D. Tello, acompañado de D. Diego Pérez de Vargas y demás caballeros se presentasen a un tiro de flecha ante las tiendas de los moros.



"Vista de las ruinas del castillo de la Peña de Martos desde la torre del homenaje del castillo de la villa"
 
Según cuenta la crónica, ésta fue la arenga que don Diego dijo a sus caballeros antes de la acometida:
Caballeros ¿qué es lo qué cuidades? Fagamos de nos un tropel y metámonos por esos moros perros, a probar si podremos pasar por ellos. Ca si lo cometemos, bien fio en dios que lo acabaremos, e non podrá ser, que al menos algunos non pasen a la otra parte, e tales somos cuantos aquí estamos, que cualesquier de nos que hoberen ventura de sobir a la Peña, la denfenderían, fasta ser acorridos. E los que no pudiéremeos pasar e moriremos, y yo creo que los moros sentirán bien nuessa muerte, e demás salvaremos nuessas almas, e faremos nuestro deudo, según que todo caballero Fidalgo debe cumplir. E esto es facer derecho e perder miedo allí do de conviene perder. E de mí vos diré, que yo antes querría morir aquí a manos destos moros, que non que lleven la condesa captiva, e las dueñas fijasdalgo que con ella son, nin ver perder la Peña de Martos, de que seríemos deshonrados, e menospreciados por ello fincado vivos. E yo nunca me pararíe ante el Rey don Fernando, nin ante Don Alvar Pérez con esta vergoña. E todos sois caballeros fijosdalgo, e debesevos en este punto acordar lo que debedes tal caso como este. E pues tan poca es la vida deste mundo, por miedo de la muerte no debemos dejar perder tan noble cosa como la Peña de Martos, e que sea captivada la condesa y sus dueñas
A lo que don Tello contestó complacido:
 
Diego Pérez, fablaste a mi voluntad como buen caballero que sodes, e los que quisieren hacer así como vos dijistes, farán su derecho así como fijosdalgo, e si non yo e vos fagamos nuesso poder, fasta que muramos”.
Y así, gracias a la valentía y arrojo de Dª Irene y sus mujeres, se frenó lo que hubiese sido la pérdida de la Peña de Martos a manos del rey granadino Alhamar.
 
L. Gómez

lunes, 8 de abril de 2013

LA MUJER ESPAÑOLA. BRAVA COMO ELLA SOLA

 
"Vista de la Catedral de Palencia"
 
Las Mujeres Caballero de Palencia
 

En muchas ocasiones, desde este Blog de Cassia, hemos hecho mención a las gestas heroicas realizadas por nuestros compatriotas y antepasados en innumerables batallas y lances varios. Es hora también de dejar constancia de los hechos realizados por nuestras mujeres, que en nada tienen que envidiar al de los hombres. Y es que ya se sabe lo que dice el dicho castellano “Dos que duermen en un mismo colchón, se vuelven de la misma condición

Hoy traemos la historia de las heroínas de Palencia. “Las mujeres Caballero de Palencia”.

En el siglo XIV, (más concretamente en el año 1386) los reinos hispanos estaban, para variar, en guerra. Hacía poco que las armas de Castilla habían perdido de forma estrepitosa en la batalla de Aljubarrota. Juan I de Castilla se vio en un tremendo aprieto, pues ese revés dejó a Castilla desguarnecida, y ese hecho fue aprovechado por el Duque de Lancaster  para reivindicar la corona de Castilla de la cual se consideraba pretendiente legítimo.

El inglés cargó sus naves con pertrechos y soldados afectos a su causa y tomó rumbo a España, realizando el desembarco en las costas gallegas, lugar desde donde partiría su incursión bélica con destino el corazón de Castilla.

Sus ejércitos tomaron sucesivamente las ciudades de, La Coruña, Santiago, Orense, y entabló batallas victoriosas en diversos frentes de Castilla, hasta que sus tropas por fin llegaron a la muy castellana Palencia. Corría por entonces los primeros días del mes de junio del año 1387.

La ciudad estaba desguarnecida, pues la mayoría de los hombres aptos para el combate habían sido convocados en sucesivas levas para engrosar el ejército del rey.

En Palencia sólo había desvalidos, viejos y sobre todo, sus mujeres.

El hasta entonces victorioso ejército del Duque de Lancaster intentó tomar la ciudad, pero las mujeres, subidas a las almenas, resistieron el asalto. El frenazo en la progresión de sus huestes del pretendiente inglés, dio tiempo a que se organizase una mejor defensa por parte de las tropas castellanas. Los ingleses fueron derrotados en Palencia, y ello les obligó a replantearse otra estrategia.

Juan I para premiar dicha gesta, dio el privilegio perpetuo a las mujeres de Palencia de ser “Caballeros de Honor” y portar la “Banda de Oro” que las iguala a los caballeros. Esta banda de oro sólo la podían portar, hasta entonces, los caballeros, pero debido a su gesta heroica y al gran servicio de armas que realizaron para con el rey Juan I, éste les premió con dicho privilegio. Privilegio que sólo pueden llevar las “bravas” mujeres de Palencia.


"Mesa que se conserva en el Museo del Ejercito en el  que se recueerda la gesta de las mujeres palentinas"
 
Como recuerdo de la valentía de la mujer palentina, además de la banda de oro también se conserva una mesa de nogal, rematada con una gran placa de mármol, en la que se recuerda el privilegio otorgado por el rey Juan I a las mujeres de Palencia por haberse enfrentado a los invasores ingleses, cuando los hombres palentinos se hallaban ausentes, enrolados en las mesnadas reales. En la inscripción se recoge que a las mujeres de Palencia se les concedió el honor de poder adornar sus tocas con los colores oro y rojo, un privilegio sólo reservado a los caballeros.
 
L. Gómez
 

sábado, 6 de abril de 2013

HISTORIAS DE LOS TERCIOS X

"Tercios en combate"
Gracias a mi amigo Antonio Moreno Ruíz, me encuentro con este texto, el cual reproduzco íntegro tal cual, pues sirve muy a propósito con las características de HISTORIAS DE LOS TERCIOS DE FLANDES, procedente de la página de facebook LOS HÉROES OLVIDADOS y que queremos sumar a los ya publicados en esta bitácora de Cassia.
La Batalla de Waalwijk.
 "Cuentan las crónicas que a las primeras luces del alba del 20 de enero de 1580, en las colinas que rodean Waalwijk, el Tercio Viejo de Cantabria, a las ordenes de su Maestre de Campo, D. Diego de Alcuneza y Briones, se aprestó para combatir a fuerzas enemigas muy superiores en número. Como ya era tradicional por esos lares, compuestas por holandeses, tropas inglesas y mercenarios franceses, que se decían pagados por las provincias rebeldes, pero que a lo que se sospechaba, y no sin fundamento, más pudiera asegurarse que la soldada que percibían provenía, como era habitual, de las arcas del monarca francés.
 Habían desembarcado 10 días antes en el puerto de Dunquerque, donde atracaron los galeones de la flotilla española que les transportaba y que había desafiado, con pericia, los adversos elementos naturales, que nunca parecían estar del lado de su majestad católica, y a los corsarios ingleses que trataban de hacer rapiña de toda vela que navegara por esos mares, pretendidos como de su propiedad.
 Venia el Tercio con tres compañías de coraceros, dos de arcabuceros y dos de picas secas, a las que se les había unido, a última hora, una compañía de arcabuceros del Tercio de Armada de la Mar Océana, una sección de gastadores de los que minaron y abrieron un boquete en las murallas de Amberes y un tren de artillería de seis baterías de cañones de a cuarenta libras.
 Eran, los más, soldados viejos, de esos que ya no van ni vienen, curtidos en las guerras de Nápoles y que habían visto amanecer a las orillas de Túnez, rodeados de turcos con intenciones de rebanarles el pescuezo al menor descuido. Castellanos, andaluces, vascos, extremeños, aragoneses, catalanes, unos cuantos walones y germanos y algún que otro italiano de los reclutados en Sicilia. Componían un variopinto grupo aglutinado por una particular concepción de la vida, en la que el honor y lealtad al camarada eran patrimonio perenne forjado en años de combates, y en la que el servicio bajo las banderas de la vieja, cansada y altanera España, constituía casi una religión. Para ser honesto hay que decir que no se esperaba mucho de ellos, dadas las desiguales circunstancias, tan solo que se retrasaran el avance de los rebeldes, hasta que el Farnesio llegara con los Tercios que venían de Italia, en marcha forzada, y cuyas picas ya negreaban los caminos que conducen a Flandes.
 Quizás por ello, por despecho o por soberbia de viejo soldado que siente que se le envía al matadero en un papel secundario, se conjuraron para vencer. Como tantas otras veces, contra todo y contra todos. Era el “con nosotros quien quiera, enfrente quien pueda” en el que les habían educado. Y que les había llevado a dejar, a la sombra de sus estandartes, tumbas en cada pedazo de tierra de las entonces conocidas.
 Lucharon metro a metro, hombro con hombro, como leones heridos, como hijos de una tierra que había hecho del ''todo lo sufren en cualquier asalto, solo no aguantan que les hablen alto" una ley no escrita, y murieron, por decenas, por cientos... pero vencieron.
 Cuando las vanguardias de Farnesio, que venía en su socorro los avistaron, solo algunos orgullosos se mantenían en pie, pero el estandarte del Tercio, el que el mismo rey les dio a su regreso de Túnez, presidía la colina rodeado de rebeldes muertos, como si de un altar de sacrificios pagano se tratara. D. Diego recibió al capitán general del Ejército de Flandes que se había adelantado con su escolta de piqueros españoles a rendirles homenaje y le saludó con estas palabras:
 "Señor: estos señores soldados, mis hijos, os saludan. Algunos, los más, no pueden alzarse porque están muertos, pero todos os presentan sus respetos y os encarecen que digáis al Rey, nuestro señor, que cumplieron lo jurado e hicieron honor al título que heredaron de sus mayores: soldados de los Tercios de España"
 "Extraído del tomo 11 de la Historia de los Tercios Españoles en las campañas de Flandes de D. Pedro de Figueroa. Publicación cuyo último ejemplar desapareció en el Incendio del Alcázar de Segovia y del que sólo se conserva la página manuscrita copiada por el archivero Jaime Peñalara”.
Luis Gómez