“D. Tomás
de Zumalacárregui, el gran estratega y militar de la I Guerra Carlista”
En
el año 1839. Las tropas carlistas estaban exhaustas. Estaban reducidas a los bastiones
más norteños de la península, pero aún defendían la legitimidad de Carlos V
como heredero al trono de España.
Los
isabelinos, comandados por el sanguinario general Espartero, acorralaban a las
fuerzas en liza. Mientras tanto, se urdía a las espaldas de los carlistas la
traición. Espías y embajadores se desplegaban por las cortes europeas y
cortaban toda esperanza de que progresase la causa legitimista. En las cortes
europeas, se cundía el rumor del pronto ocaso de la tentativa española de
recuperar el trono de España por parte del pretendiente, y por lo tanto, la
causa de Carlos V se veía privada de ingresos con los que sufragar a sus
tropas y pagar a sus hombres.
No
todo estaba perdido, pues en el corazón de los generales carlistas aún ardía el
deseo de recuperar algunas zonas y volver a plantar batalla, más el líder de
los Carlistas, el general Maroto, no estaba por la labor.
Muerto
el carismático Zumalacárregui, la causa carlista se desvaneció entre sus
sucesores. Había muerto el mejor general del carlismo y un caudillo nato, y lo
peor de todo, había muerto sin que hubiese un sucesor claro a su puesto. Su
genio militar y a su ascendencia sobre las tropas que comandaba era muy difícil
de igualar. “El tío Tomás” fue
irrepetible, y en esa su genialidad estriba gran parte del ocaso de la causa
por la que luchaba.
El
general Maroto no era tan apreciado por las tropas como “Zuma”. Maroto era más un
general de componendas; un hombre que prefería el pacto en desventaja, aún
perdiendo prestigio y honor, antes que el enfrentamiento bélico a la vieja
ultranza, donde a buen seguro, sus escasas dotes militares, serían vapuleadas
por el sanguinario Espartero y sus “belchas” o “negros”, soldados a sueldo,
mercenarios sin honor, que en los combates en los que participaban, arriesgaban
hasta la última bala y arrasaban con toda vida, sin respetar heridos, ni
ancianos ni mujeres ni niños. Ellos se sabían sabedores de que los carlistas no
harían de ellos sus prisioneros, pues su causa no era la Isabel ni la de
Carlos, ni la de España, sino la del dinero, que todo lo compra y todo lo
corrompe.
Así
las cosas, el 29 de agosto de 1839, en las cercanías de Oñate, en la localidad
de Vergara, se reúnen los dos ejércitos. Está a punto de fraguarse una gran
traición. El ejército carlista se rinde en unas condiciones miserables. El
pacto se firma a los pocos días, quedando para la historia el abrazo de los dos
generales, Maroto y Espartero ante las tropas de ambos bandos. Este pacto pasó
a la Historia como “El Abrazo de Vergara”.
“El
general tosiriano D. Miguel Gómez Damas, quien no aceptó el Abrazo de Vergara"
No
todos los generales carlistas aceptaron dicho acuerdo, y los más se hubieron de
exiliarse a Francia o buscar refugio en diversos países.
La
casusa del pretendiente no había muerto del todo, y aún quedaban rescoldos que
apagar.
Estos
generales, por su potencial y por su veteranía, eran perseguidos por los
isabelinos y por lo tanto debían de esconderse, camuflarse o disfrazarse, para
poder escapar de sus perseguidores. Su objetico era reunirse con los suyos y
con los partidarios de sus causas legitimistas, tanto aquí en España, como en
Portugal con sus “miguelistas”.
En
la prensa decimonónica de 1849, podemos
leer:
“De la frontera de Portugal escriben lo
siguiente sobre el cabecilla carlista Gómez, de cuya prisión en el vecino reino
nos ocupamos pocos días hace;
«El día 4 del corriente fué preso en Portugal en el reino
del Algarve el célebre Gómez, caudillo carlista que en 1836 corrió como un rayo
toda la España. Este aventurero se presentó en Lisboa como mejicano, pudo
disfrazarse, de modo que obtuvo pasaporte para el Algarve, para desde allí
principiar sus trabajos en favor de don Miguel y de don Carlos, y poder con más
facilidad introducirse en España. Le acompañaba un tal don Manuel Rodríguez,
que se decía boliviano. Antes que estos había llegado al Algarve otro español,
López Caracuel, bien conocido como jefe carlista. La llegada de estos extranjeros
activó mas la vigilancia del benemérito gobernador civil del Algarve don
Antonio Muria Gomairo, que luego previno á su gobierno y observó tan de cerca
los pasos de estos viajantes, que al momento de recibir orden del gobierno para
prenderlos, sabedor de que se hallaban en la villa inmediata de Loulé dentro de
dos horas fueron capturados. Grande fué el servicio que hizo dicho señor
Comeiro a nuestra España y á Portugal, y grande desengaño deben tener estos
agentes revolucionarios viendo el ningún apoyo que hallaron en Portugal, y
sabiendo que los otros cabecillas carlistas han sido batidos en todas partes.
También anunciamos con satisfacción que nuestro cónsul en el Algarve, don
Manuel Gómez Roldan, expidió las mas acertadas órdenes á los vicecónsules de su
dependencia tan luego como el señor gobernador civil le comunicó la aparición
de personas tan sospechosas.»”
“D.
José María López Caracuel (1806-1872) Mariscal de Campo del Ejército de la I
Guerra Carlista” Foto cortesía del blog: prieguenses4.blogspot.com
Algunos
datos sobre la noticia.
El
general don Miguel Gómez Damas fue uno de los muchos militares carlistas que no
aceptó el “Abrazo de Vergara”, y
junto con otros mandos y militares carlistas, se decidió disolverse y
refugiarse en otros países, donde el legitimismo también estaba en liza y le
servía de escapatoria. Este es el caso del vecino Portugal, quien padecía una
situación sucesoria en su corona muy parecida a la que se sufría en España.
En
Portugal, los partidarios del legitimismo eran llamados “miguelistas”, por ser
su pretendiente, D. Miguel I, en detrimento de María II de Portugal, hija de
Pedro I de Brasil y IV de Portugal, que reinó sólo durante unos pocos días y
abdicó en su hija. Portugal hubo de padecer también su propia guerra civil por
este motivo, ello ocurrió durante los años 1828 al 1834. Acabada la contienda,
quedó en la sociedad portuguesa una profunda división, donde se podía entrever a
los partidarios de unos, -los radicales liberales- y de otros los -absolutistas
o miguelistas-.
En el
año 1848 todavía quedaban en Portugal partidarios del legitimismo, y no sería
extraño que viejos soldados carlistas buscasen en estos “hermanos de causa” fondos o ayudas económicas para su causa de
entre los seguidores del miguelismo.
La
vigilancia y la presión de los liberales, hizo que en esta ocasión Gómez viese
frustrada sus expectativas y cayese prisionero.
De
todas formas, no terminarían ahí las peripecias del más famoso general que haya
dado Torredonjimeno en todos los tiempos, pues los últimos días de su vida,
viejo y achacoso, los pasó exiliado en Burdeos, Francia, donde existía una gran
colonia de refugiados carlistas de toda España los cuales malvivían y pasaban
su existencia entre añoranzas de un pasado mejor y las esperanzas de poder
regresar a su patria algún día.
Otro de
los apellidos mencionados en el texto de la noticia es el de López Caracuel,
que bien puede ser uno de los hermanos, o José María o Manuel López Caracuel,
aunque por edad optamos por Manuel, ya que José María, que llegó a ser Mariscal
del Ejército Carlista y uno de los miembros que asistió a la asamblea de Vevey,
en Suiza, donde se diseñó el plan para apoyar la adhesión del Carlos VII, moriría
en 1872.
Dichos hermanos
eran unos ricos hacendados oriundos de la vecina localidad cordobesa de Priego,
desde el principio aceptaron la causa carlista, siguiendo las vicisitudes de
éste. Una vez concluida la contienda, se exiliaron con toda su familia, y
pasaron largos años fuera de sus propiedades, hasta que regresaron a su
localidad natal allá por el año 1864. Fueron recibidos con alegría por sus
convecinos, incluso por los contrarios a su casusa.
A los
pocos años, en los 70 del s. XIX, el entonces pretendiente de la causa carlista
llamó a filas a Manuel López Caracuel, que bajo el grado de Brigadier aceptó
luchar por el pretendiente. Su misión consistía en levantar a las tropas en
Andalucía, pero le fue imposible, pues estaba bajo vigilancia. Optó por huir a
Sierra Morena, pero al poco fue capturado y hecho prisionero. Manuel López
Caracuel logró burlar la vigilancia y escapar de la cárcel, huyendo al norte,
donde pasaría el resto de la contienda.
Luis Gómez
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