Cuadro Votivo de unas tosirianas agradecidas, dedicado al Cristo de Chircales en señal de gratitud. Año 1856. Fotografía de D. José Manuel Marchal. |
LIGAZONES ANCESTRALES ENTRE VECINOS DE VALDEPEÑAS DE JAÉN Y TORREDONJIMENO
Las relaciones entre vecinos de Valdepeñas de Jaén y vecinos de Torredonjimeno, pese a no ser localidades colindantes y estar a una cierta distancia, son a lo largo de la historia menuda una constante. Desde el siglo XVI hasta el XX hay movimientos de familias que, siendo de naturaleza tosiriana, pasan a residir a Valdepeñas y a la inversa. Podemos referir el caso de los Escabias (indistintamente encontramos el apellido escrito como "Escavias"): Sebastián Ruiz de Escavias, uno de los descendientes del prolífico alcaide andujareño Pedro de Escavias, nacerá en Torredonjimeno, será vecino de Arjona y algunos de sus descendientes pasarán a establecerse en Valdepeñas, donde a día de hoy el apellido es uno de los más característicos de la población serrana.
Valdepeñas de Jaén fue poblada en el año 1539 (aunque existía la voluntad de fundarla desde el año 1508, por real cédula del Emperador Carlos I de España y V de Alemania). En un principio, sus pobladores fueron honrados vecinos de Jaén y otros pueblos del Santo Reino, como Jamilena o Torredelcampo, sus primeros colonos fueron también miembros de la servidumbre palaciega, así como guardias (Monteros de Espinosa) del Emperador Carlos. Entre los primeros pobladores no hallamos a ni un solo tosiriano, pero sin embargo desde el siglo XVI hasta el XX habrá tosirianos que se asientan en Valdepeñas. Este flujo de vecinos se perpetúa a lo largo de los siglos y así se explica que en el siglo XIX y XX no pocos valdepeñeros vinieran a la villa de Torredonjimeno, sobre todo en la temporada aceitunera, para trabajar como jornaleros. Con el tiempo, algunas de estas familias se establecerían definitivamente en Torredonjimeno: así tenemos a los Cabrera, a los Marchal, a los Gallego, a los Milla, a los Escabias... Y a tantos otros que, siendo oriundos de Valdepeñas, son a día de hoy tosirianos de tercera o cuarta generación.
LA DEVOCIÓN AL CRISTO DE CHIRCALES EN TORREDONJIMENO
LA DEVOCIÓN AL CRISTO DE CHIRCALES EN TORREDONJIMENO
Estas relaciones explican que la devoción más entrañable de Valdepeñas de Jaén (me refiero al Santísimo Cristo de Chircales) enraizara entre el vecindario tosiriano del siglo XIX. Bien pudiéramos aventurar que también hubo dicha devoción en centurias anteriores, pero queremos ser fieles a la documentación histórica y, al no tener constancia documental ni gráfica, nos limitaremos al siglo XIX y XX. Esta devoción iría decayendo, hasta prácticamente desvanecerse a mediados del siglo XX. No obstante, aunque no gozara de tanta extensión como antaño, ha sido celosamente conservada en el ámbito doméstico (y sé bien de lo que hablo, pues en mi hogar mi abuela, valdepeñera ella, mantuvo esta piadosa tradición: toda mi vida he visto fotografías del Cristo de Chircales en mi casa).
El origen del Santuario del Santísimo Cristo de Chircales está convenientemente tratado en un excelente trabajo histórico que debemos a la paciente constancia y buen hacer de Monseñor D. Félix Martínez Cabrera (ilustre hijo de Valdepeñas de Jaén, nombrado Prelado de Honor por Su Santidad Benedicto XVI). Dicha obra que combina el rigor historiográfico y la piadosa devoción ha sido publicada en internet (CHIRCALES Y SU CRISTO).
Según este exhaustivo estudio histórico de Monseñor Martínez Cabrera el origen del Santuario del Santísimo Cristo de Chircales hay que remontarlo a un eremitorio que habitó un grupo de hombres que se retiraron del mundanal ruido, bajo la edificante influencia de San Juan de Ávila (Doctor de la Iglesia) y, recogiéndose a la vida eremítica, se dedicaron por entero a la contemplación espiritual. Así nació el Santuario de Chircales, en un paraje retirado, como una Tebaida en el Santo Reino de Jaén. Precisamente, en relación a San Juan de Ávila, habría que decir que el nieto de aquel tosiriano al que más arriba aludíamos, llamado Sebastián Ruiz de Escavias, fue hombre tan próximo a San Juan de Ávila que prestó testimonio, como declarante, en el proceso de San Juan de Ávila, por haber sido compañero de éste: nos referimos al Padre Sebastián de Escavias, que militó bajo las banderas de San Ignacio de Loyola en la Compañía de Jesús.
Según este exhaustivo estudio histórico de Monseñor Martínez Cabrera el origen del Santuario del Santísimo Cristo de Chircales hay que remontarlo a un eremitorio que habitó un grupo de hombres que se retiraron del mundanal ruido, bajo la edificante influencia de San Juan de Ávila (Doctor de la Iglesia) y, recogiéndose a la vida eremítica, se dedicaron por entero a la contemplación espiritual. Así nació el Santuario de Chircales, en un paraje retirado, como una Tebaida en el Santo Reino de Jaén. Precisamente, en relación a San Juan de Ávila, habría que decir que el nieto de aquel tosiriano al que más arriba aludíamos, llamado Sebastián Ruiz de Escavias, fue hombre tan próximo a San Juan de Ávila que prestó testimonio, como declarante, en el proceso de San Juan de Ávila, por haber sido compañero de éste: nos referimos al Padre Sebastián de Escavias, que militó bajo las banderas de San Ignacio de Loyola en la Compañía de Jesús.
La devoción al Santísimo Cristo de Chircales arraigó en Torredonjimeno, al igual que en otros pueblos de la comarca. Y eso es algo que se puede comprobar por los exvotos que conserva la cofradía valdepeñera.
Era una acendrada costumbre que los fieles del Santísimo Cristo de Chircales, habiendo entendido que habían sido escuchadas sus plegarias, fuesen en acción de gracias a su Santuario en Valdepeñas y allí depositaran un exvoto; es lo que todavía se hace en tantos y tantos santuarios de la Cristiandad, como es el caso del Santuario de la Virgen de la Cabeza. Lo singular del caso de Chircales es que muchos de esos exvotos que la fe fue depositando allí, consistían en unos curiosos cuadros que, pese a la sencillez de su factura, representaban pictóricamente el momento en que el fiel suplicaba al Cristo impetrándole el milagro. Estos cuadros (en lienzo, en tabla o en madera cubierta con papel) son, amén de una conmovedora ofrenda, el más sencillo testimonio de la fe grande de nuestros antepasados, así como una muestra muy interesante para la antropología religiosa.
Por cumplir la función de recordatorio y agradecimiento las escenas de dichos cuadros representan al convaleciente, también al suplicante (en la mayor parte de los casos se trata de un pariente del atribulado que yace en cama: el suplicante ruega de rodillas al Cristo de Chircales). Y nos los representan al natural en la alcoba, en medio del penoso trance de enfermedad o accidente por el que se ruega la milagrosa intervención divina. De estos interesantes cuadros votivos se conservan actualmente once y dos de ellos indican la naturaleza tosiriana de los oferentes.
Era una acendrada costumbre que los fieles del Santísimo Cristo de Chircales, habiendo entendido que habían sido escuchadas sus plegarias, fuesen en acción de gracias a su Santuario en Valdepeñas y allí depositaran un exvoto; es lo que todavía se hace en tantos y tantos santuarios de la Cristiandad, como es el caso del Santuario de la Virgen de la Cabeza. Lo singular del caso de Chircales es que muchos de esos exvotos que la fe fue depositando allí, consistían en unos curiosos cuadros que, pese a la sencillez de su factura, representaban pictóricamente el momento en que el fiel suplicaba al Cristo impetrándole el milagro. Estos cuadros (en lienzo, en tabla o en madera cubierta con papel) son, amén de una conmovedora ofrenda, el más sencillo testimonio de la fe grande de nuestros antepasados, así como una muestra muy interesante para la antropología religiosa.
Por cumplir la función de recordatorio y agradecimiento las escenas de dichos cuadros representan al convaleciente, también al suplicante (en la mayor parte de los casos se trata de un pariente del atribulado que yace en cama: el suplicante ruega de rodillas al Cristo de Chircales). Y nos los representan al natural en la alcoba, en medio del penoso trance de enfermedad o accidente por el que se ruega la milagrosa intervención divina. De estos interesantes cuadros votivos se conservan actualmente once y dos de ellos indican la naturaleza tosiriana de los oferentes.
Gracias a las diligentes gestiones realizadas por nuestro amigo D. José Manuel Marchal podemos ofrecer al público la fotografía de estos cuadros votivos de origen tosiriano, conservados por la Cofradía del Santísimo Cristo de Chircales de Valdepeñas de Jaén y que fueron ofrendados por sus devotos de Torredonjimeno. Queremos expresar nuestra gratitud a D. José Manuel Marchal por habernos hecho llegar estas dos fotografías de los cuadros concernientes a Torredonjimeno que se hallan en Valdepeñas de Jaén. Publicamos hoy una de estas fotografías y esperamos muy pronto hacer lo propio con la segunda.
Manuel Fernández Espinosa.
Santísimo Cristo de Chircales |
En la fotografía que encabeza este artículo se nos muestra una mujer que yace en el lecho de dolor; según reza la leyenda se trata de Francisca de Rada, que cayó enferma de tabardillo y se hallaba tan grave que no parecía haber solución. La madre de la convaleciente, por nombre María de los Dolores, miró al Santísimo Cristo de Chircales y pidió la salud de su hija y, estando en esta súplica, consiguió gracia del Santísimo Cristo. El cuadro da el año de 1856. Reproducimos nuevamente la misma fotografía aquí abajo:
Fotografía: José Manuel Marchal.
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La leyenda al pie del cuadro votivo reza:
"Estando Francisca de Rada gravemente enferma, con un tabardillo, su madre María de los Dolores Lendínez, miró al Santísimo Cristo de Chircales, pidiendo su salud y estando en esta súplica consiguió su perfecta salud. Esta enferma es vecina de Torredonjimeno. Año 1856."
"Estando Francisca de Rada gravemente enferma, con un tabardillo, su madre María de los Dolores Lendínez, miró al Santísimo Cristo de Chircales, pidiendo su salud y estando en esta súplica consiguió su perfecta salud. Esta enferma es vecina de Torredonjimeno. Año 1856."
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