martes, 16 de junio de 2015

POETAS DE JAÉN POR LOS BÓERS (II PARTE)



 
Patrocinio de Biedma

LOS POETAS Y SUS POEMAS (II PARTE)

 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
PATROCINIO DE BIEDMA Y LAMONEDA


Nacida en Begíjar (provincia de Jaén) el 13 de marzo de 1845, doña Patrocinio de Biedma casó con D. José María de Cuadros y Arellano, hijo del marqués de San Miguel de la Vega. Tuvo tres hijos de su primer matrimonio, los tres murieron a temprana edad. A los diez años de casados, doña Patrocinio quedó viuda y, pasado el luto de precepto, marchó a Cádiz con la princesa Ratazzi. Allí en Cádiz volvió a casarse con D. José Rodríguez y Rodríguez, director de “La Crónica Gaditana”. Alfonso XII fue padrino de estas segundas nupcias. Instalada definitivamente en Cádiz, en compañía de su segundo esposo, moriría el 14 de septiembre de 1927.
D. Alfredo Cazabán Laguna escribió de ella que fue una mujer y una poetisa que: “En todo momento fue el amor a la humanidad el sentimiento característico de sus creaciones. Una moral sana y justiciera; una piedad tierna, dulce e ingenua; una protesta caritativa; un aliento generoso para los nobles empeños…”. El poeta vizcaíno Antonio de Trueba, más conocido como Antón el de los Cantares, encomió las dotes literarias de doña Patrocinio que escribió, amén de poemarios, novelas y artículos periodísticos.

Pasa por ser una de las tempranas feministas andaluzas, y en 1898 fue nombrada vicepresidenta en España de la “Ligue de femmes pour le desarmement international”.


En 1877 fundó la revista “Cádiz” que dirigiría hasta 1880. En dicha revista colaboraron firmas prestigiosas del mundo político y literario del momento: D. Emilio Castelar, Echegaray, García Gutiérrez, Hartzenbusch o Salvador Rueda. Con motivo de la guerra anglo-boer, doña Patrocinio publicó un poema que se editaría en Holanda: “Los Boers”.

Este es el canto que dedicó a los combatientes böers:
¡Salud, Pueblo inmortal!, la heroica lucha
Con que defiendes en tu noble tierra
Tu hogar, tu libertad, tu fe, tus leyes,
El grandioso ideal de tu conciencia…
Esa explosión viril de tu entusiasmo
Que hace de cada hazaña la epopeya
De un pueblo libre, que al trabajo debe
Prosperidad y honor, gloria y riqueza.
Esa constancia en el deber cumplido,
Esa fraternidad en la entereza
Con que, al salvar los fueros del derecho,
Afirmáis la santa independencia…
Esa lealtad del hombre convencido
De su augusta misión sobre la tierra
Que, al inspirar respeto y confianza,
Ofrece ejemplos a la edad moderna.
Quedará en los anales de la historia
Formando la magnífica leyenda
Del valor y el deber que sobrevive
A los brutales golpes de la fuerza.
Quedará cual corona de este siglo,
Que pudo ser de redención emblema
Dando al hombre la paz en el derecho,
Ahogando la ambición que lo vulnera.
Que pudo hacer sagrada e inviolable
La propiedad del débil, la existencia
Del pueblo honrado, que al trabajo uncido
Nuevas corrientes a la vida lleva.
Y prefirió manchar el aureo manto
Con que el progreso proclamó su alteza,
Con señales de lágrimas y sangre,
Con injusticias de nefandas huellas.
¡Salud, Pueblo inmortal! ¡Tú reverdeces
Laureles de otras razas, de otras épocas!
Mereces libre ser, y habrás de serlo
Pésele a los tiranos de la tierra.
Que el pueblo que defiende sus hogares
Y lucha por su santa independencia,
El pueblo que sostiene sus derechos
Frente a las injusticias de la fuerza,
No puede esclavo ser, ni ser vencido,
Que de Dios el espíritu lo alienta,
Y si los poderosos lo abandonan
De su poder mostrando la flaqueza,
Los buenos, los sencillos, los humildes,
Como a hermanos los aman y respetan.
Defender a este pueblo en sus derechos
Es defender la humanidad entera.
Es romper esos moldes que forjaron
El egoísmo y la ambición, en guerra
Con el sublime espíritu divino
Que sólo a la justicia se doblega.
Es borrar para siempre de la historia
La infamante señal de las miserias
Que manchan los Estados y los Tronos
Ocultas en brillantes apariencias.
Defender el Transvaal es redimirse
De errores que el pasado nos revela…
¡Ayudemos al pueblo que defiende
Patria y honor, virtud e independencia!

FRANCISCO DE PAULA UREÑA


Nacido el 22 de junio de 1871 en Torredonjimeno (provincia de Jaén), D. Francisco de Paula Ureña Navas es un poeta de raza que, desde su brutal asesinato a manos de las hordas rojas, pasó al olvido.
Hijo de una modesta familia carlista de Torredonjimeno, en sus venas corría sangre de cristianos viejos, gentes piadosas y patriotas. Cuidó marranos cuando era niño, pero uno de los muchos presbíteros de su pueblo natal reparó en su precoz talento. Estudió las primeras letras con el cura y pasó a Sevilla para cursar Derecho y Filosofía y Letras.

En la capital de las Andalucías, en la inmortal Sevilla patriarcal y castiza, fue en donde D. Francisco de Paula Ureña conoció al eminente cervantista D. Francisco Rodríguez Marín. Amplió su círculo de amistades y llegó a merecer el aplauso de D. Marcelino Menéndez y Pelayo por sus traducciones de Horacio. También fue corresponsal epistolar de D. Juan Valera.

Con el tiempo se convirtió en director-propietario del periódico tradicionalista de Jaén “El Pueblo Católico”, líder de opinión en la provincia. Fue cooptado por la Real Academia Española de la Lengua y adoptado como Hijo Ilustre de la ciudad de Jaén.

En 1936, tras vender su periódico que continuamente era hostigado por los frentepopulistas, pasa a Madrid creyendo poder ponerse a salvo. El poeta tiene una avanzada edad, y es acompañado por su primogénito Paco. Ambos –el padre y el hijo- fueron apresados por las milicias en el Madrid sovietizado. El anciano poeta tradicionalista D. Francisco de Paula fue asesinado vilmente en Vicálvaro, después de ser obligado a cavar la fosa en la que, primero arrojaron a su hijo, y en la que poco después acabaron asesinándolo a él. Era el 27 de septiembre de 1936. En Jaén, sus otros dos hijos varones –Carlos y Juan- también fueron apresados por los frentepopulistas y asesinados en uno de los infames “paseíllos”.


Treinta y seis años antes de su fatídico desenlace; podemos decir que de su martirio por Dios y por España: en marzo de 1900, D. Francisco de Paula compuso esta oda con rasgos epopéyicos que obtuvo el accésit al premio de honor en los Juegos Florales de Sevilla del mismo año 1900.

AL PUEBLO BÖER (I)

¡Quiero cantar! El rayo que serpea,
De tremebunda tempestad la noche
Bañando en luz; el fragoroso trueno,
Que estremece montañas; la terrible
Trompa del Ángel vengador; la tea
Que alumbre al mundo en el postrero día;
El terror, el espanto, la ira, el odio…,
Las cuerdas templen en la lira mía;
Y, de entusiasmo lleno
Y de coraje henchido
Mi joven pecho, en batallar no usado,
Convierta el blando nido,
Por casto amor labrado,
En Etna horrible, que en el fondo estalla,
Y al libre viento lance
Mortífera metralla,
Que al opresor de la justicia alcance.
¡Sombras ilustres de Corinto; ruinas
De la inmortal Sagunto; peregrinas
Hembras insignes de Tarento; muros
Del Partenón de Atenas; bendecidos
Manes errantes de Numancia; escombros
De la fiel Zaragoza; no vencidos,
Aunque muertos, soldados de Gerona;
Héroes de Trafalgar y de Santiago,
Gloria a la vez y estrago,
Que ibero honor pregona;
Márgenes de La Janda; león bravío,
Que guardas las Termópilas; sombrío
Peñón de Arcadia, que Tarpeya fuiste
De las hijas de Grecia,… todo, todo
Cuanto grandeza perenal reviste,
O señala una fecha
De abnegación gigante
Por inmortales hecha,…
¡surgid!; y al plectro mío,
Para que digno cante
Y al débil torne en fuerte,
Prestadle tonos de aflicción y muerte,
Y enseñad a las razas,
Que forman las naciones,
Que insultos y amenazas
Y exterminio y ruina
Nada son, si ilumina
La fe los corazones,
O timbre son de inmarcesible gloria,
Que con amor profundo
Conserva fiel la Historia
Para llenar de admiración al mundo.
Mansísimos pastores,
Entregados al dulce esparcimiento
De escuchar en las ramas de la selva
Los trinos de los pardos ruiseñores,
Al tiempo que en la umbría
O en el monte callado
Descansaba o pacía
El tímido ganado;
O bien sencillas gentes,
A los pechos criadas
De Ceres pura, un pueblo
De educación bravía
Y costumbres sagradas,
En el trabajo y la honradez vivía.
Nadie a turbarle en su quietud serena
Llegó jamás; ignotas,
En tierras tan remotas,
Sus minas fueron; la ambición ajena,
¡causa de tantos males!,
No trocó los espesos matorrales
De sus vírgenes campos, en recinto
De medrosos cipreses funerales.
Todo era paz, y sencillez, y encanto.
El nombre de Dios santo,
Bendecido en el monte y en la aldea
Con viva fe cristiana,
Fue siempre hermosa idea,
Que le mostró esplendente
De la vida la próspera mañana.
Mas ¡ay! Que a tierra toca
De piratas modernos el navío,
Que artero amarra a la imponente roca;
El sol convierte su calor en frío
Y en sombra su fulgor; se cubre el cielo
De espesos nubarrones,
Y, bajo el denso velo
Que eclipse y nubes dan, pisan la tierra
En banda los ladrones,
Y ocupan llano y sierra,
Ocultado sus negras intenciones.
-¡Somos amigos! –dicen-. Y, mintiendo
-nuevos penos, salidos de Cartago-,
Escrutan, a las luces del halago,
Las riquezas que fueron persiguiendo;
Y hoy dos, mañana diez, veinte más tarde,
Van llegando los barcos forajidos,
Con carga de bandidos,
De amistad, y aun de amor, haciendo alarde.
Un día el leopardo… ¡Horror! ¡De Dios maldito,
Cien veces cien, en su memoria sea
El que espantó con estentóreo grito
A los hijos del monte y de la aldea!
¿Por qué, leopardo, tus sañudos bríos
Llevas así contra el cordero inerme,
Mientras en calma duerme
Sobre el césped umbroso de sus ríos?
¿Por qué la frente humillas,
Cuando cruzas, de noche, los breñales,
Para apresar las mansas avecillas
Que reposan en zarzas y en jarales?
Mas… ¡ni aves ni corderos
Son los hombres, que oprimen
Tus rudas garras en horrendo crimen!
¡Pastores son!; guerreros,
Que, al golpe de tu zarpa fementida,
Niegan valles y oteros
Y hogar y esposas y quietud y vida,
Para correr a la escarpada sierra,
Al ronco son de “¡Libertad y guerra!”
¡Libertad, Libertad!... Nombre bendito,
Por Dios impreso en la conciencia honrada;
Emblema de honor; timbre de gloria;
Brillante sol, que iluminó la Historia
Desde los brazos de la Cruz sagrada;
Lumbre perenne que inflamó el acento,
Ya grito, ya lamento,
De las arpas hebreas,
Y enardeció en los circos fabïanos
El pecho de los mártires cristianos,
Del martirio en las luchas giganteas;
Fuero de la verdad; peto y escudo
De la inocencia amable; hermosa palma
De la justicia, en el combate rudo
Que engendran las ideas;
Luz de la inspiración, alma del alma,…
Libertad, Libertad… ¡bendita seas!
¡Y en la montaña son! De sus pendones
-que al aire dan, de “¡Independencia!” al grito,
“¡Dios proveerá!”, es el lema
Con oro y sangre escrito.
Y tórnanse cañones
Los ciclópeos peñones,
Que les prestan sus rocas de granito;
Y el mar les da su fuerza, el sol su llama,
El huracán su furia, Dios su ira,…
Y la Patria ¡la pira
De purísimo amor que los inflama!
¡Mirad, mirad a Krüger,
Anciano venerable,
Más que Príamo valiente,
Oír inalterable
La voz de guerra que sonó estridente;
Mirad sobre Pretoria,
Honra ya de la Historia,
Tremolar la bandera sacrosanta,
Que, en esplendente vuelo,
Desde la tierra al cielo
Nobleza y gloria y libertad levanta.
Y mirad por el viento,
Revibrando veloz, de Palas fiera
La flamígera espada, que, al acento
Terrible y bronco de “¡Venganza!”, espera
Romper el férreo yugo,
Que el odioso verdugo
Sobre pueblos honrados impusiera.
Mas ¡ay! Que acude en vano
La Justicia a luchar. Ya el Océano,
Revueltos con la espuma,
Hombres vomita, que le dio la bruma
De la odiosa Albïón; sobre la arena
De las playas del África, ya veo,
Del moderno Briareo,
Arrastrar en los carros los cañones;
Ya el agudo clarín los aires llena;
Treme el suelo, al pisar de las legiones,
Y la muerte sus alas
Extiende por doquier con furia loca,
Saliendo envuelta en las silbantes balas,
Que escupió del cañón la horrible boca.
¡Rómpete, lira, ya! Tu canto sea
Reflejo de la gloria del que bueno
Por su patria sucumbe en la pelea;
Mas del verdugo, no! ¡Letal veneno
Beban mis labios, antes
Que a los tiranos de la tierra cantes!
¡No más, no más cantar! Dame, Dios mío,
Por estro, rayos de asfixiante lumbre,
Y no haya mar, ni río,
Garganta, cima o cumbre,
Donde el verdugo esté, sin que hasta él lleguen
Las llamas que le aneguen
En fuego que le abrase
Y hasta su nombre, como arista, arrase.
¡Pueblos sin alma de la vieja Europa,
Mi maldición oíd! Yacéis dormidos,
Tirada al suelo la dorada copa
Del insano placer. ¡Ay! Los gemidos
De la justicia que oprimió el tirano
¿no os hirieron el pecho? ¿No la mano
De espada armó el doliente
Clamor del inocente?
¡Despertad, despertad! Llevad los ojos
Al África infeliz, y ved, llorando,
Los fúnebres despojos,
Que va Albïón tras de su pie dejando;
Los campos ved desiertos,
Y montones de muertos
Insepultos yacer sobre la tierra,
Y ved en las montañas
Y en las tristes cabañas
Los estragos del hambre y de la guerra…
Pero ¡escuchad! ¿Es trueno,
Borrasca bramadora,
Presagio de huracán…, o es armonía,
Dulcísimo y sonora,
Que va de Dios al seno,
Rauda cruzando la región vacía?
¡Es el himno marcial! Himno sagrado,
Al Dios de los Ejércitos potente,
Tras la lucha por héroes elevado,
Fija en el cielo la serena frente;
Himno marcial bendito
De intrépidos guerreros,
Defensores heroicos de sus lares,
Que, para honrar a Dios tras lo infinito,
En montañas y en valles y en oteros,
Hallan templos y víctimas y altares.
¡Gracias, mi Dios! No pueden,
Los pueblos que así viven,
Nunca morir. Que rueden
Sus exangües cabezas por el suelo;
Sus troncos, mutilados,
Llenen la tierra; el cielo
Sus campos desolados
Cubra doquier de funerario velo;
Sus jefes aguerridos
Caigan en el fragor de la pelea,
O giman entre hierros, confundidos
Con gentes de bajísima ralea;
Quemen sus casas; sus tugurios quemen;
Agua pidan y pan, pidiendo en vano,
Y habiten en un Yemen
Sin voz amiga y sin socorro humano.
¡No importa!... ¡Vivirán!... Mientras derrame
Su lumbre el Sol sobre la madre Tierra,
Y el mar furioso brame,
Y exista en pie una sierra;
Mientras haya un torrente
Y un valle y un collado
Y una selva y un prado,…
O sólo un ser viviente,
Dueño y señor del mundo inhabitado,…
Vivirán estos pueblos, bendecidos
Por la gigante boca
Que formarán, reunidos,
Torrentes, valles, prados,
Aves, selvas, collados,
Océano, Sol y roca!
¡Pueblo inmortal, arriba!
La frente yergue altiva,
Por nimbo orlada de virtud; ¡avanza,
Sin un palmo ceder! “¡Guerra y venganza!”
Tu santo lema sea,
Del honor en la lucha ciclópea.
Tu brazo es Dios; la Libertad, tu espada:
La Patria, tu celada;
La Justicia, tu escudo;
Tu enemigo,… la sórdida codicia.
Y ¿qué el tirano de la Historia pudo
Contra Dios, Libertad, Patria y Justicia?
¡Basta; no más! Dios pío,
Si a tu encumbrado trono,
Del pobre plectro mío
Llegare el flébil tono;
Si la oración ferviente,
Que de mis labios sale,
En la región luciente
Donde te ostentas, vale…,
¡laureles de victoria
Honoren al atleta,
Y vivan, coronados por la gloria
Los amargos acentos del poeta!
Marzo, 1900.


Con la muestra de estos dos sendos poemas, compuestos por una poetisa y un poeta jaeneros, queremos dejar constancia de las simpatías que se granjearon los heroicos afrikaanders, bóers, boers o afrikáners entre los poetas y poetisas del Santo Reino de Jaén. En la lucha contra la política ruin y miserable del sedicente imperio británico, los jienenses supieron cerrar filas con aquellos que fueron ejemplo de valor y resistencia contra la pérfida Albión.

BIBLIOGRAFÍA:

Alfredo Cazabán Laguna en la revista “Don Lope de Sosa”.

Manuel María Morales Cuesta, "Viejos poetas giennenses", Editorial Jabalcuz, Jaén, 1997.

Manuel Fernández Espinosa, “Don Francisco de Paula Ureña Navas: un poeta tosiriano olvidado. Elegía a un poeta que no tuvo su muerte”, Revista Cultural ÓRDAGO de Torredonjimeno, n.º 9, pp. 10-13.

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