"Caratula de libro y foto del autor D. Vicente Diez de Tejada"
TORREDONJIMENO CITADA POR EL ESCRITOR Y PERIODISTA
VIENTE DÍEZ DE TEJADA
Luis Gómez
Traemos en esta
ocasión una entrada, cuando menos curiosa. Se trata de una mención en la prensa
de principios de siglo realizada por parte del gran periodista y escritor que
fue D. Vicente Díez de Tejada[1].
El escrito se
enmarca dentro del género de relatos cortos que los periodistas realizaban en
la prensa decimonónica. En este caso, el autor narra la conversación que
mantienen una madre y su hija en relación con las amistades, y dentro de la
moral de la época, el cómo se ha de diferenciar entre lo que son murmuraciones
o chismorreos y las verdaderas habladurías, las cuales dan lugar a “la falta de caridad, y por lo tanto al
pecado” como sugiere el autor en el texto.
Para poder
construir su historia, D. Vicente nos habla de dos tías de la joven
protagonista, y de sus amigas. A una de ellas, con sobrenombres inventados (a
la tosiriana la apoda Longitud) la hace oriunda de nuestra localidad.
El texto en sí
no merece más interés, pero si es de destacar, que nuestra localidad, en esas
fechas tan tempranas del siglo XX, era más conocida de lo que nos solemos suponer
por personalidades de la Villa y Corte
LA DULCE MURMURACIÓN
— ¡Mira, tu pobre tía
Cristeta, qué carta escribe tan llena de lisonjas!
—Y de faltas de
ortografía, ha puesto hoy sin bache.
—... Y la necesita,
¿verdad, hija?
— ¡Claro que sí,
mamaíta! Ayer, no; hoy, sí.
— ¿Ves, nena, las consecuencias
do introducir cambios en cosas tan serias? Hoy sí y ayer no; pues tu tía, por
lo visto, escribe con arreglo á las normas de sus tiempos: no como hoy, sino
como ayer. Además, tu tía no es la Condesa de Pardo Bazán[2],
precisamente.
—No lo jures,
mamaíta, que el jurar es pecado. Mira, en cambio, qué económica es. Primero
escribe horizontalmente; después, y encima, verticalmente, y, por último, y
sobre todo ello, al revés y con otra tinta. Esto no es carta, es una
muestra de tela escocesa...[3]
— ¿Y esto no es
pecado, reírte de los defectillos ajenos?
— -No; porque yo,
puesta á reír, y lo hago siempre, me río también de los míos. ¡Pues poquito que
nos hemos reído tía Cristeta y yo de sus cosas, de las mías y de las de los
demás, en este mesecillo que he pasado á su lado. No ha quedado en Barcelona
títere con cabeza. ¡Hasta del dedo de Colón, que parece la caña del higuí[4],
nos hemos sonreído un poco!... No quiero decirte nada de las amiguitas de
tía Cristeta... ¡Las tiene...museables!
—¡Qué palabrota!
—Las aprendo de
Enriquito. Mi hermano las llama timos.
— ¡Niña!
— ¡Si no es nada
malo, mamá! Sabe otras, que no se entienden nunca, y las llama camelos.
—¡Jesús! No quiero oírte
hablar de este modo, impropio de una señorita...
— No te apures, mamá,
que tampoco sabría hacerlo aunque quisiera. Esto de los camelos y de las camelancias (¡qué risa!) es cosa muy
difícil. Verás: Enriquito contigo no se atreve; ¡pero conmigo!... Viene, á lo
mejor, y me dice: “Nena, hazme el favor de alargarme esa Arballonguita que hay encima del piano…”
—¿Esa qué, hija?...
—¿Lo ves, mamaíta?
¡Ya caíste! Caíste, como caen los demás; como caen todos... Arballonguita, nada;
una tontería cualquiera... ¡Pues esto es el camelo! ¡¡Es muy
difícil!!...
—Sí. ¡¡Y muy
ingenioso!!... Don Baltasar del Alcázar[5]
no escribió jamás epigramas con tanto salero...
—¡Ay, mamaíta, qué
cara tan fea has puesto ahora! Me has recordado á doña Lutecia, una
de las amigas de la tía, solterona también; siempre seria, como tú ahora,
vestida de negro, ojos negros, pelo negro (pintadito), ojeras negras..., uñas
negras... ¡Un encerado!... ¡Yo creo que no se alimenta más que de calamares en
su tinta!... ¿Ves? Ya te ríes un poco...
—Es nervioso. Yo no
puedo reír esas... simplezas.
— ¿No? Pues oye. Esto
de Doña Lutecia, ya comprenderás que es un nombre puesto por mí; por
mi... y por tiíta Cristeta, que también me ayudaba. Tiene otra amiga, que yo la
llamo Doña Latitud. Una señora..
apaisada, apaisada
completamente, ¡Con decirte que los retratos no se los pueden hacer á lo alto,
porque no cabe!... Es ancha, como un portfolio... abierto, y cuando la veía, me
figuraba ser yo que me estaba mirando en el pomo de la escalera... ¡Ay,
mamaíta, cada vez que se acercaba á mí para besarme, pensaba yo: ¡Ahora se
cierra esta señora y me quedo dentro!... No te rías...
— Sí, de tus gracias.
—En cambio, mira Doña
Longitud: una señora andaluza, de Torredonjimeno, tan alta, que necesitaba andar plegada, como los
metros articulados. Esta señora no tenía más defecto que los dientes cariados y
grandes. Al reírse, parece que te invita á echar una partida de dominó. ¡Pobrecita!
Cuando me vine la dejé descabalada... ¡Be le habían caído el blanca dos y
el seis dable!...
—Pero, hija, ¿se te
ha escapado la cuerda?
—¡Ca, mamaíta! Es que
me he echado á andar... Hay para rato. Sí hubieses visto un retrato suyo que
nos enseñó, hecho un día que fué á los toros en Úbeda, te quedas cuajada.
Figúratela vestida de blanco; toda ella vestida de blanco: zapatos, falda, pañolón,
mantilla, claveles... ¡Seis mil reales de magnesia efervescente... ¡jirviendo![6]...
-¡Basta, basta,
cabeza de chorlito! ¡Válgame Dios, qué lengüecita la tuya!
—Mamita, no hago mal
á nadie... Me río un poquito de los demás, á cuenta de lo mucho que los demás
se reirán de mí. No calumnio, no ofendo... Esto es todo... Bromitas inocentes,
inofensivas...
— Con las que faltas
á la Caridad, exhibiendo los defectos del prójimo y mofándote de él á costa de
ellos. Pecas.
— Todos pecamos, reverenda madre...
— Sí; y el más Justo
siete veces al día. Pero esto de pasarse la vida murmurando...
—Vaya, mamaíta, que
tú me has tomado á mí por un manso arroyuelo... Ya no te acuerdas de lo muchísimo
que...arroyuelasteis[7] tú y tus amigas, al hablar de
Paco Fresneda, el futuro pluscuamperfecto de Sarita Muñoz... Que si era
un farsante, un embustero, un vividor; que si no era cierto que su papá tuviese
casa de banca; que si era falso que él fuese ingeniero... ¡Qué sé yo! ¡El delirio!
-Ahora has dicho la
verdad: el delirio, el delirio de grandezas que se apoderó de unos y de otros.
Ya viste el resultado...”El prometido de mi niña”; —como decía la mamá de Sara
- es esto, y esto, y esto, y lo de más allá; que no parecía más sino que con él
se iba á agotar el saldo de novios en buen uso... Y ya vimos que de todo ello
sólo el más allá resultó exacto; pues de la noche á la mañana
desapareció el prometido, dejando tras de si una estela de promesas... Trampas
y escándalo... Hubo quien dijo que hasta á los Muñoz les sacó un buen
pellizco..., y no ha faltado quien me asegurase haberlo visto... no sé dónde...
¡pidiendo limosna!... ¡Jesús!...
—¿Ves tú, mamaíta?
Pues todo esto son murmuraciones también... algo más pecaminosas que las mías. ¡Murmuraciones!...
Porque lo sé lo digo... Yo he visto á Fresneda.
—¿Tú?
Yo. Ahorita, en
Barcelona... Y no pedía limosna, precisamente... Está sí, el pobre, demacrado,
envejecido, con la cara de truhán de siempre,.. Cuando me vio se le cambió el
color... Me reconoció en seguida. Yo disimulé todo cuanto pude... Pensando en
Sarita, la verdad, me avergoncé un poco.
—¿El gabán?... ¿Pero
hablan los conejos y los gatos?...
—Así que Fresneda
hubo pasado junto á mí, yo, con mi curiosidad de mujer..., volví la cabeza...
—¡Imprudente!
— ... Y vi que en la
espalda del sobretodo había un letrero, en el que, debajo de mías señas y del
nombre de un sastre, se leía claramente:
“COMO
ÉSTE, DOSCIENTAS PESETAS”
—¿No te equivocarías,
hija?
—No, mamá... Era el
gabán, y no el hombre, el que costaba los cuarenta duros... ¡Bien sabes tú que
Fresneda no los vale!...
VICENTE
DÍEZ DE TEJADA
[1] Una
semblanza del autor se puede encontrar pinchando
aquí.
[2] Hace alusión a la novelista,
escritora, periodista y ensayista española Dª Emilia Pardo Bazán, poseedora de dicho título nobiliario
y una de las escritoras españolas más reconocidas.
[3] El autor, por boca de los
personajes, trata de explicar lo que era una moda estilística de principios del
siglo XX que nace al calor de las vanguardias tipo cubismo, creacionismo y
otras típicas de esos años. En especial se refiere a los Caligramas. Según la Real Academia de la Lengua
Española un
caligrama es una palabra de origen francés, que vendría a significar “un escrito, por lo general poético, en que la
disposición tipográfica procura representar el contenido del poema”. En España uno de los mejores exponentes de este tipo de obras
lo encontramos en la obra de Gerardo Diego
[4] Se refiere a la “caña de azúcar” muy común en la zona de la
República Dominicana, en la actual zona de Punta Cana, o Higüey, cuyos cultivos
tropicales fueron a principios de siglo XX su mayor riqueza agrícola, antes de
que el turismo se convirtiese en motor económico de esa zona
[5] Baltasar de Alcázar es un poeta de origen sevillano
del s. XVI. Fue militar y cultivó la poesía y las letras. Durante su etapa como
militar destacar que llegó a servir dentro de la guarnición del Castillo de
Jaén. Es conocido por su obra poética y en particular por los epigramas, que son una composición poética breve en que con precisión y agudeza se expresa
un solo pensamiento principal, por lo común festivo o satírico
[6] Hirviendo
[7] Juega con la palabra anterior,
arroyo, creando la palabra arroyuelasteis
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