martes, 24 de septiembre de 2013

ALGUNAS DE LAS ANDANZAS DE JOAQUÍN COSTA EN JAÉN

D. Joaquín Costa
 
JOAQUÍN COSTA EN JAÉN: ESTUDIOS ARQUEOLÓGICOS, EPIGRÁFICOS, SOCIOLÓGICOS Y ETNOGRÁFICOS DEL GRAN REGENERACIONISTA ARAGONÉS


Por Manuel Fernández Espinosa

Es curioso que prominentes figuras de la política y la filosofía españolas del siglo XIX recalaran en Jaén, o al menos transitaran por nuestra provincia. En otra ocasión he aludido a Francesc Pi y Margall (1824-1901), como ideólogo del feredalismo y maestro político de nuestro poeta Bernardo López. Pi y Margall tuvo ocasión de pasar por Jaén, dejando esta descripción de la capital del antiguo reino y actual provincia:

“Está asentada Jaén en la falda de un cerro cuya cumbre ocupan las imponentes ruinas de un castillo […] se destacan bellamente las torres de sus templos y las agujas de su catedral suspendida al parecer sobre los techos del contorno…”

Pero este eminente hombre de letras que sería uno de los ideólogos revolucionarios más cultos del XIX, artífice de la sistematización del federalismo hispánico de izquierdas y uno de los presidentes de la Primera República Española, había pasado por Jaén deteniéndose poco, pues su meta la tenía puesta en Granada, ciudad que capitalizaba las visitas de los románticos occidentales. Fueron varios los viajes que Pi y Margall hizo a Andalucía, como agitador político republicano y también para nutrirse de impresiones estéticas sobre el terreno que después destilaría en su libro “Recuerdos y bellezas de España”.

Pero si Pi y Margall estuvo de paso, otro fue el caso de Joaquín Costa Martínez (1846-1911). La imponente obra de Joaquín Costa se eleva como una de esas montañas que todo el mundo ha podido ver, pero no todos han tenido la ocasión de escalar. Por desgracia, hoy es tal el paupérrimo nivel de la enseñanza que recibe nuestra juventud que el nombre de Joaquín Costa, en el mejor de los casos, se ha podido escuchar de pasada, tal vez en literatura cuando se revisa a los regeneracionistas, o si acaso en Historia de España. Su formidable obra y su pensamiento han sido reducidos a la mínima expresión con una de sus consignas propagandísticas que lo hizo famoso: “Escuela y despensa”. Pero cifrar toda la hondura del pensamiento de Joaquín Costa, toda su profunda preocupación por elevar a España de la postración en que se la encontró y toda su erudición, la vastedad de sus inquietudes y sus estudios poligráficos con una frasecita es como conformarse con un telegrama.

Costa nació en Monzón (Huesca) y se formó en Derecho, en Filosofía y Letras. Contribuyó con sus estudios a los campos más varios de la historia del Derecho, de la Economía, de la etnología, de la epigrafía, etcétera y no hubo nada que no atrajera su curiosidad, siempre con miras prácticas y con el sano propósito de servir a España. Economista, jurista, historiador encontró en la Institución Libre de Enseñanza un ámbito propicio para desarrollar sus inquietudes docentes, aunque no está dicho que fuese de observancia krausista como lo eran casi todos los institucionistas. Pero en 1888 ganó unas oposiciones a Notarías en Granada y a finales de noviembre de ese mismo año lo vemos instalado en Jaén, ocupando con su despacho notarial un local alquilado al Conde de Corbiel, en la calle Maestra Baja. Más tarde, en abril de 1889 Joaquín Costa se acomodó con su despacho en otro local, sito éste en la plaza de San Francisco, nº 27. Allí trasladó su notaría, en el piso principal que quedaba encima de la entonces famosa librería Fe. Mientras residió en Jaén, el gran regeneracionista oscense vivió en la calle del Duende. Esta calle, tras el fallecimiento de Costa, mudó su nombre por el que actualmente lleva y que lo recuerda: “calle Joaquín Costa”. Esta mudanza de callejero se debió a las instancias que uno de los grandes amigos jaeneros de Joaquín, D. Julián Espejo y García, elevó al Ayuntamiento de Jaén. De Julián Espejo tendremos ocasión de tratar más abajo.

Plaza de San Francisco (Jaén), dode mudó la Notaría D. Joaquín Costa
No parece que prosperase mucho la notaría de Joaquín Costa en Jaén. En ese entonces, los jaeneros contaban con cinco notarías bien arraigadas en el vecindario, de manera tal que los vecinos siempre sabían el notario al que iban a acudir; Costa era un desconocido. El hecho de ser novicio en el oficio, con sus oposiciones flamantes; el no contar con una agenda de relaciones y compromisos; el hecho de carecer de amistades en Jaén por la razón de ser forastero y estar recién llegado, sumieron a Costa -en una primera etapa de su vida jiennense- en el aislamiento y la melancolía, como se desprende de la correspondencia epistolar. Costa añoraba con nostalgia a los amigos de Madrid, como Giner de los Ríos, la biblioteca y el Ateneo, la Institución Libre de Enseñanza y la vida que había llevado hasta que decidió hincar los codos para ganarse la oposiciones a Notario.
D. Julián Espejo y García


Sin embargo, Joaquín Costa empezó a trabar relaciones cordiales con algunos jaeneros que compartían con él aficiones históricas, arqueológicas y patrióticas. Es el caso de D. Julián Espejo y García, un jiennense que había sido compañero de oposiciones con Costa y que las ganó el mismo año. Julián se había licenciado en Derecho Civil y Canónico en la Universidad Central de Madrid el año 1884 y en 1889 se colegió como abogado en Jaén. Propuesto como Correspondiente de la Real Academia de la Historia en 1890, fue nombrado como tal ese mismo año, apresurándose a dar las gracias en estos términos: “Acepto con entusiasmo una distinción tan honrosa y procuraré cumplir con los deberes que ella impone”. Por documentos de 1897 se sabe que Julián Espejo y García era miembro a su vez de la Comisión Provincial de Monumentos, participando con sus colegas de la comisión en el acopio de material arqueológico para los depósitos del Museo Provincial de Jaén. Es posible que Julián hubiera conocido a Joaquín Costa en Madrid, pero lo ignoramos. Lo que sí está claro es que coincidieron en las oposiciones a Notarías convocadas en Granada en 1888 y que ambos las ganaron airosamente, aunque el triunfo de Costa fue clamoroso por su brillantez y talento.


Fue Julián el que logró interesar a Joaquín Costa en cierto hallazgo arqueológico habido en la villa de Jódar, a 50 kilómetros de Jaén. Y fue Joaquín Costa el que, tras exhaustivo estudio de las lápidas epigráficas y después de algunas gestiones, logró descubrir para los vecinos de Jódar de aquel entonces y para los del porvenir el hermoso topónimo pre-romano de la villa: Galduria. El descubrimiento se había producido en 1875, cuando tras pedir permiso para retirar piedras del castillo arruinado de Jódar, con vistas a edificar una capilla en la iglesia parroquial, aparecieron piedras labradas con inscripciones. En 1889, un galduriense (D. Luis Blanco y Latorre) envía a D. Julián la copia de algunas de estas inscripciones. D. Julián Espejo las comparte con el polígrafo aragonés que reside en Jaén y Costa se ve sinceramente interesado por las inscripciones. Consulta al Padre Fita, director de la Academia de la Historia, y se procede a descifrar estas inscripciones hasta que se averigua que una de las lápidas en cuestión dice: “Segus Gerez [está aquí enterrado] Alzó esta memoria Ger, su padre, señor de los de Galdur”. Fue así como se descubrió que donde actualmente se emplaza Jódar existió una gente llamada de “Galdur”; y de ahí “Galduria”, que es el nombre primitivo de la localidad jaenera (como el de Torredonjimeno es Tosiria).

Interesante en toda esta historia es también D. Luis Blanco y Latorre. Nacido en Jódar en 1845 falleció en su patria chica en 1902. Fue primero Secretario del Ayuntamiento y más tarde llegó a ser Alcalde. Sus intereses históricos y arqueológicos eran sobradamente conocidos por todos sus vecinos. Además de emprender algunas iniciativas para beneficio del municipio: como alumbrado, cuidarse de la higiene en carnicerías, lavaderos, etcétera, supo defender a los más desfavorecidos de sus vecinos, a los que se les quería despojar de los llamados "derechos de los espartos" (es de saber que los más pobres de Jódar vivían del esparto) y también edificó el cementerio público (se dice que trabajó en esas obras, incluso con sus manos). Este hombre fue un apasionado de la historia local y a lo largo de su vida fue tomando notas para redactar una historia de Jódar que no sabemos si llegó a publicarse íntegramente: “Crónicas de Jódar”.
D. Luis Blanco Latorre


El interés que suscitó en Joaquín Costa la noticia de estos hallazgos hizo que se desplazara con su colega notario D. Julián Espejo a la misma Jódar. Según contará D. Julián Espejo, aquella visita del polígrafo a Jódar estuvo, en todo momento, guiada solícitamente por las fuerzas vivas de la villa: el mismo D. Luis Blanco, amigo de D. Julián; el alcalde D. Francisco Mengíbar (en ese entonces D. Luis no ocupaba la alcaldía); el párroco D. Antonio Cerdán; el secretario del Ayuntamiento, D. Tomás Tirado; y el farmacéutico de la villa, D. Antonio Herrera. Pero, amén de este séquito de “notables” locales, a las ruinas del castillo galduriense fue con Joaquín Costa gran parte del vecindario, que le secundaba en las pesquisas que realizaba el forastero y su cortejo. Y esa multitud acompañó a Costa, aunque en aquel entonces Costa no era en España nada más que un notario de provincias y su fama vendría más tarde. Suponemos que la curiosidad de los vecinos por la visita de un forastero los animaría a acompañar a aquella peculiar expedición arqueológica.

Pero la visita de Joaquín Costa no se limitó a explorar los vestigios arqueológicos de Jódar. Costa se interesó muy mucho por las condiciones de vida y habitación de los galdurienses. En aquel entonces, la situación de extrema pobreza que se venía arrastrando de generación a generación había resuelto la necesidad de habitación de muchas familias aprovechando las cuevas, donde vivían en régimen de trogloditas. Costa contabilizó 406 cuevas habitadas y registró pormenorizadamente el modo de vida de los cavernícolas de Jódar. Es de suponer que el contacto con aquellas condiciones infrahumanas de vida fuese acusado por el gran hombre como una realidad indignante, en contraste con la suntuosidad y la opulencia en que vivían las clases acomodadas: no sólo de Jódar, sino de cualquier país civilizado.

En 1888-1889, cuando Costa llegó y se instaló en Jaén –hemos dicho- el intelectual aragonés no había proclamado, como lo haría más adelante, su execración del caciquismo y la oligarquía. Por aquellos años estaba haciendo los primeros tanteos, pero la experiencia de Jódar quedó plasmada en su libro “Derecho consuetudinario y Economía popular de España”, donde pinta al vivo, haciendo gala de una impecable observación sociológica y antropológica, las condiciones de vivienda y el estilo de vida de la población más menesterosa de Jódar; y así será como, con el título de “Vida troglodítica en Jódar”, anexará su estudio local en el apéndice de esa obra, publicada en 1902.

Podemos decir para terminar que, además de la experiencia arqueológica y sociológica habida en Jódar, Joaquín Costa encontró en el desempeño de su profesión notarial en Jaén ciertas irregularidades que excitaron su sentido de la honestidad profesional y que le llevaron a tomar cartas en el asunto. Costa halló que los oficios practicados en los despachos notariales estaban plagados de irregularidades que incluso podrían calificarse como fraudulentas, por lo que apeló a las altas instancias para que estas realizaran las inspecciones pertinentes a fin de corregir las corruptelas. De su correspondencia con los amigos del exterior de la provincia se deduce que Costa nunca pensó mal de sus colegas notarios, sino que atribuía estos abusos e irregularidades a la falta de formación profesional de los pasantes, escribientes y empleados leguleyos. Lo importante de este asunto no son las causas de esta falta de profesionalidad y los posibles chanchullos que se cocinaban en los despachos notariales, no es eso ahora lo que nos importa. Lo que nos parece digno de resaltar es la reacción firme de Costa que, lejos de contemporizar con esas chapuzas, intervino por honestidad y celo profesional sin parar mientes en las consecuencias que pudiera tener aquel su inconformismo.

En resumidas cuentas podemos decir que la residencia de Joaquín Costa en Jaén constituyó un ingrediente fundamental para la sólida formación práctica y vital del intelectual oscense.

Estamos convencidos de que cuando Joaquín Costa abandonó Jaén no lo hizo apesadumbrado, pues su máxima ilusión era regresar a su patria aragonesa, a Huesca, y vivir con su familia. Pero de lo que sí podemos estar seguros es de que la experiencia jaenera de Joaquín Costa contribuyó no poco a la formación de muchas de sus grandes ideas: a su valiente denuncia del caciquismo y las oligarquías; a la consideración de las insoslayables deficiencias y laxitudes propias de la burocracia y la administración españolas, que había que denunciar; a la denodada empresa, en fin, de lograr una mejor calidad de vida para todos los españoles, pues sin esas condiciones humanas de vida el patriotismo es patriotería insustancial y, por lo tanto, falso patriotismo.
Confiamos poder abordar todos esos temas muy pronto, pero será en otro lugar. Por hoy, baste este reconocido agradecimiento a uno de los hombres más enterizos que tuvo España: Joaquín Costa Martínez, un patriota sin fisuras.

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