sábado, 13 de febrero de 2010

LOS QUE ESTÁN DETRÁS DE ÓRDAGO


P. FRAY ANTONIO ROYO MARÍN, O. P.

El Rvdo. P. Fray Antonio Royo Marín nació en 1913 en Morella (Castellón), la capital del Maestrazgo. De esa comarca tan profundamente carlista, como nuestro Torredonjimeno, no podrían salir sino una preclara mente y un ardiente corazón de firmezas tradicionales. Es el teólogo más eminente que dio la Iglesia Católica en la España del siglo XX. Y fue lector de ÓRDAGO y amigo de sus directores.

En 1939 ingresó en la Orden de Predicadores, destacando en los estudios de Filosofía y de Teología. En aquellos años, además del apogeo en vocaciones que caracterizó la posguerra como fruto de la sangre de los mártires, la formación de los dominicos era profundamente seria y de sólidas bases escolásticas: Santo Tomás era la luz clara que iluminaba a los jóvenes estudiantes y brillaba de un modo especial la reciente aportación doctrinal y espiritual de destacados frailes españoles de la Orden, como el P. Juan González Arintero. En este ambiente de entusiasmo y de estudio, Fray Antonio Royo Marín fue ordenado sacerdote en 1944.

Sus dotes intelectuales serían aprovechadas para el campo de la enseñanza, y así fue profesor en Salamanca, cuando el convento de San Esteban y la Universidad Pontificia se encontraban en pleno auge en todos los aspectos. Tal vez una de las pruebas mayores del reconocimiento alcanzado por el P. Royo sería su nombramiento como Predicador General de la Orden, sin dejar de lado, por supuesto, el hecho de que recibió del Papa la condecoración Pro Ecclesia et Pontifice. Desde luego, destacó pronto como orador sacro y sus predicaciones se hicieron enormemente famosas.

A partir de los cambios venidos en el Posconcilio, hubo de sufrir, como muchos religiosos, por su fidelidad a la Tradición de la Iglesia y de su Orden. Cabe recordar, en el mismo sentido, lo que también tuvo que padecer su hermano de hábito el P. Victorino Rodríguez, tan unido a la revista Verbo y con quien el P. Royo se vio muy ligado por varios motivos. La asunción de la Cruz de Cristo, en un Calvario final de su vida, le llevó a amar aún más al Redentor y a unirse más estrechamente todavía a María y a la Trinidad. Y en medio del marasmo creciente tras el Concilio, el P. Royo prestó su colaboración a diversas iniciativas en las que veía una garantía de ortodoxia doctrinal y un medio de difundir la verdad teológica, como la valiente revista Iglesia-Mundo, en la que colaboraron también otros dominicos como el ya mencionado P. Victorino Rodríguez y los igualmente eminentes teólogos P. Armando Bandera y P. Marceliano Llamera. Quizá nunca sea del todo suficiente el agradecimiento que se pueda hacer a publicaciones como Iglesia-Mundo y Roca Viva, por la labor que realizaron en unos años en los que otras no difundían más que disparates.

Desde bien pronto, el P. Royo sobresalió también como prolífico escritor en diversas vertientes de la Teología, y siempre ha llamado la atención en él su increíble capacidad para armonizar el tratamiento en profundidad de cuestiones nada fáciles, con una exposición tan clara que le llevó a convertirse en un autor ampliamente leído a niveles más o menos populares. Tal vez muchos no hayan reparado (o no hayan querido hacerlo) en el hecho de que, gracias a su sólida formación escolástica, que se revela a la perfección en sus obras, consiguió tanto la claridad doctrinal como la claridad expositiva, y parece indudable que fue eso lo que le ganó el nutrido aprecio entre el público católico. Por supuesto, las citas del Aquinate son muy frecuentes en sus libros, pues en él siempre vio al guía seguro en Filosofía y Teología. Pero, al lado del Doctor Angélico, conoció en alto grado las aportaciones de numerosos autores de la Tradición de la Iglesia, desde los Santos Padres hasta otros recientísimos, y valoró mucho a algunos como Santa Teresa de Lisieux. El P. Royo, asimismo, recibió y comprendió los documentos del Concilio Vaticano II a la luz de la Tradición y quiso transmitirlo así en sus obras, frente a tantas desviaciones como a raíz de él se han producido. En fin, sus conocimientos de Sagrada Escritura son igualmente evidentes en sus escritos.

Las obras del P. Royo han venido siendo publicadas desde los años 50 por la B.A.C. (Biblioteca de Autores Cristianos), la cual ha realizado numerosas reediciones de buena parte de ellas, dado su éxito. Como heredero en buena medida de la doctrina espiritual del P. Arintero, entre otros, adquirió pronto gran fama por su magnífica Teología de la perfección cristiana, que fue muy alabada por sus destacados hermanos de hábito, los PP. Garrigou-Lagrange y Philipon. Por supuesto, la Teología Moral para seglares le hizo muy popular, pero no hay que olvidar otros grandes compendios y estudios como su Teología de la Salvación. En el campo de la Teología Dogmática, también hay que resaltar títulos como Dios y su obra, que responde en gran medida a la materia propia de “Dios Uno y Trino”, y El gran desconocido. El Espíritu Santo y sus dones, preciosa obrita de Pneumatología en la que consigue poner al alcance de los fieles la doctrina acerca de la Tercera Persona de la Trinidad y la importancia que tiene para la vida del cristiano, porque tristemente queda con frecuencia en el olvido. En la Cristología, sobresale Jesucristo y la vida cristiana, y en Mariología, La Virgen María. Teología y espiritualidad marianas. En atención a los diversos estados dentro de la Iglesia, dedicó su atención a La vida religiosa, estupendo tratado que, sobre todo en sus partes segunda y tercera, mantiene plena actualidad y que debería ser más conocido por los consagrados; y Espiritualidad para los seglares.

En la serie de la “B.A.C. Minor” publicó otros libros, generalmente con un carácter de mayor divulgación para el ámbito seglar, aunque siempre al mismo tiempo con una incuestionable profundidad teológica. Podemos recordar algunos como La fe de la Iglesia. Lo que ha de creer el cristiano de hoy, o La oración del cristiano, o también su tratadito sobre la gracia titulado Somos hijos de Dios. De un gran interés por el momento en el que apareció, de pleno auge de la filosofía del absurdo y de sus más conocidos representantes como Sartre y Camus, resulta la Teología de la esperanza. Respuesta a la angustia existencialista (1969).

El terreno de la Historia de la Espiritualidad atrajo asimismo la atención del P. Royo, que escribió una considerable obra de consulta, e incluso de lectura, como fue Los grandes maestros de la vida espiritual. Historia de la Espiritualidad Cristiana. Su aprecio por la aportación femenina a la espiritualidad católica le condujo a elaborar un estudio acerca de las Doctoras de la Iglesia. Doctrina espiritual de Santa Teresa de Jesús y Santa Catalina de Siena, al que más recientemente sumó el dedicado a Santa Teresa de Lisieux. Doctora de la Iglesia, y posteriormente quedó todo sintetizado en un volumen sobre las tres.

Entre otras obras recientes, cabe destacar al menos Alabanza a la Santísima Trinidad, así como Ser o no ser santo… Ésta es la cuestión, y el precioso librito, tan importante para nuestro tiempo y que aclara varias cuestiones a veces un tanto oscurecidas, Sentir con la Iglesia. La Iglesia de Cristo y la salvación eterna, donde tiene presentes las enseñanzas de San Ignacio al respecto.

Tal vez el broche de oro que pueda ponerse a esta rápida relación de algunas de las obras del P. Royo Marín, es recordar que dedicó siempre todas ellas “a la Inmaculada Virgen María”. Confiamos así en que una Madre agradecida le habrá presentado ya ante la Santísima Trinidad, a la que este egregio fraile de la Orden de Predicadores alabó en la Tierra, y que ahora se encuentre cantando en su honor junto con su Padre Santo Domingo de Guzmán y sus santos hermanos Alberto Magno, Tomás de Aquino, Raimundo de Peñafort, Pedro de Verona, Catalina de Siena, Vicente Ferrer, Martín de Porres y una larga lista, amén de todos los demás bienaventurados del Cielo, entre los que se hallan algunos a los que el P. Royo tanto estimó, como Santa Teresa de Jesús, Santa Teresa del Niño Jesús, San Bernardo de Claraval o San Ignacio de Loyola.

Pasó a mejor vida el domingo 17 de abril de 2005 en Pamplona, a los 92 años de edad. Aunque pertenecía últimamente a la Comunidad de Nuestra Señora de Atocha de Madrid, se hallaba en el convento dominico de la ciudad navarra desde quince días antes, con el fin de recibir la asistencia médica necesaria para la que fue su última enfermedad, de tipo cardíaco.

Para esta biografía, añadiendo muy poca cosa, nos hemos servido del texto de Santiago Cantera Montenegro, O. S. B. publicado en: http://es.catholic.net/sacerdotes/202/485/articulo.php?id=26333.

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