Piedra Armera de los Melgarejo, emparentados posteriormente con los Moro-Dávalos, hoy en la fachada de la Iglesia Parroquial Mayor de San Pedro Apóstol, Torredonjimeno |
Manuel Fernández Espinosa
La calle Dávalos conserva en su nombre la memoria de un
apellido tosiriano de prosapia, el de la hidalga familia que en ella estuvo
avecindada durante siglos: los Moro-Dávalos.
Nos cuenta Alejandro del Barco que el primero de los
Moro-Dávalos que se asentó en Torredonjimeno fue D. Francisco Moro-Dávalos, que
muy probablemente era natural de Úbeda, ciudad de la que vino cuando se instaló
en nuestra localidad a mediados del siglo XVI. En Torredonjimeno D. Francisco
tuvo tres hijos: D. Cristóbal, Don Francisco y Don Juan Moro-Dávalos. Dicen los
mayores que la trasera de su casa palaciega venía a dar a la Plaza Mayor, y sus
balconadas se han conservado hasta hace bien poco; permanece no obstante el
espíritu de la fachada antigua, aunque transformado, en lo que es la fachada que
va desde el Casino a la sede de CAJASUR. Pero queda por contrastar esta noticia
oral.
No obstante, era en la casa de los Moro-Dávalos, ubicada en la
calle homónima, en donde se hospedaban los frailes franciscanos cuando, ya del
convento de Martos, ya del de Jaén, venían para pasar temporadas en
Torredonjimeno, allegando limosnas, predicando y formando en la piedad a los
miembros de la Orden Tercera de San Francisco de Asís.
Así como los Padilla eran de marcada vocación dominica, la
familia Moro-Dávalos era franciscana, muy devota de San Francisco de Asís. Dos
sucesos, atribuidos a milagro, ocurrieron en esta casa, como así nos lo cuenta
el antiguo cronista franciscano de la provincia de Granada, P. Fray Alonso de
Torres, en un libro del año 1683.
LA ORDEN TERCERA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
Años antes de ser fundada la orden tercera de San Francisco
había tenido lugar a las afueras de la villa un extraño suceso que se consideró
milagrosa intervención y aparición de San Francisco de Asís. El lugar en que
ocurrió aquel suceso se llamó desde entonces Pocito Santo. Este evento tuvo como
protagonista a un empedrador de nación francesa que había españolizado su
apellido, haciéndose llamar Juan Serrano. No nos vamos a detener ahora en las
circunstancias que enmarcaron aquel acontecimiento, válganos la fecha de aquel
episodio: miércoles, 23 de octubre de 1585.
La Orden Tercera franciscana, a la que pertenecía la familia
Moro-Dávalos, al igual que muchas familias tosirianas de toda condición social,
se había fundado en Torredonjimeno el año de gracia de 1610 de la mano del P.
Fray Fernando de Castro, fraile francisco del convento de Jaén. La orden tercera
franciscana estaba por aquellos años en su pleno apogeo, y no sólo en
Torredonjimeno, sino en toda España. Pocos eran los pueblos españoles que no
tenían su orden tercera de San Francisco de Asís. Pongamos por caso, y es caso
notable, que, tres años después de que esta orden tercera se fundara en
Torredonjimeno, D. Miguel de Cervantes Saavedra ingresaba como novicio en dicha
orden. El sábado santo, 2 de abril, de 1616 D. Miguel de Cervantes pronunció los
votos definitivos en su propia casa. Y para nuestra curiosidad sepamos también
que estos hermanos terceros de Torredonjimeno eran enterrados, como el mismo
Cervantes lo fue y como todos los hermanos terceros lo eran, con la cara
descubierta, costumbre que tenía la Orden.
MILAGROS EN LA CASA DE LOS DÁVALOS TOSIRIANOS
Pasan los años y crece la devoción a San Francisco de Asís en
Torredonjimeno. Y más que crecerá con la rara noticia que se difunde de lo que
se consideran milagros debidos a su poderosa intercesión.
Uno de los Moro-Dávalos, D. Francisco, hijo de D. Francisco
Moro Dávalos, había casado el 9 de enero de 1662 con Doña Antonia Huete
Castellano, hija de D. Cristóbal Huete y doña Catalina Castellano. Seis años
llevaban casados D. Francisco Moro-Dávalos y Doña Antonia de Huete, cuando, allá
por septiembre de 1668, doña Antonia de Huete, a consecuencia de un mal parto
que acabó en aborto, estuvo a las puertas de la muerte. No se darían prisa en
enterrar al mortinato, pues a juzgar por el estado en que se encontraba la
madre, todo hacía presagiar que ambos irían a la sepultura. Era la costumbre en
estos casos la de abrir en canal a la difunta madre para introducir en su seno a
la finada criatura (así se nos hace constar en una curiosa entrada que obra en
los obituarios de los archivos parroquiales).
La familia y la servidumbre lloraba alrededor del lecho de
dolor donde yacía la señora, debatiéndose entre la vida y la muerte, cuando el
suegro de la convaleciente doña Antonia, D. Francisco Moro-Dávalos, se abrió
paso entre las plañideras y, a voces recias, con esa fe que tenían los recios
hidalgos castellanos de antaño, dice así: "¡Hija, hoy es día de las Llagas de
nuestro Padre San Francisco, y no es posible suceda cosa adversa en mi
casa!".
Después de implorar el favor del santo repetidamente, doña
Antonia se restableció. Y en agradecimiento a lo que se supuso milagrosa
intercesión de San Francisco de Asís, el esposo de doña Antonia de Huete labró
en su casa un cuarto para aposentar a los religiosos de San Francisco. Por su
parte, agradecida por la intercesión de San Francisco, Doña Antonia hace el voto
de mandar Misa en cada aniversario de aquel suceso que la devolvió a la vida,
observando su puntual cumplimiento de año en año.
EL INCENDIO DE LA CASA ENCENDIDA
Casa es la de los Moro-Dávalos encendida por la fe
inquebrantable en las bondades de Dios y la intercesión de San Francisco de
Asís. En 1672 muere D. Francisco Moro-Dávalos, el suegro de Doña Antonia que, en
tan dramático trance, afincó su fe con aquellas firmes palabras de esperanza que
hemos evocado. Un día de ese año 1672 la señora doña Antonia se va a oír Misa a
San Pedro, cerrando la puerta de su casa con llave. En el traspatio de la casa
se prende fuego, y los vecinos corren a avisar a la familia que está en la
iglesia.
Pero, ¿qué creemos que hizo Doña Antonia cuando le llegaron con
tan infaustas nuevas?. ¿Perdió los nervios ante la noticia y corrió a atender
sus intereses?. Nos queda muy lejos aquel espíritu confiado de nuestros
antepasados, "alcionismo" como le llama Julián Marías, que es la expresión de la
entereza de nuestros antiguos. La señora, con todo el empaque que podemos
imaginar en una hijadalgo de aquellos entonces, desoye el clamor de los vecinos
que alarmados han venido a avisarla. Impasible escucha la novedad que le traen.
Manda que se aparten de ella y la dejen en paz asistir a los oficios sagrados a
los que ha venido a San Pedro. Se queda en la Misa hasta su término, sin
importársele un ardite la deriva de las llamas que se han declarado y que
amenazan la ruina de su casa.
Después del "Ite Misa est", doña Antonia regresa a su morada.
Por fortuna -no olvidemos que ella tenía claro que por milagro providencial- no
había nada que lamentar. El fuego no había ocasionado todo el perjuicio que se
había calculado que podía causar. La casa se había encendido, pero no se había
incendiado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario