sábado, 19 de marzo de 2016

EL SÍMBOLO DEL VELO EN LOS TEMPLOS CATÓLICOS

Luis Gómez López


"Isis Alada"

            Las referencias al uso del velo en las religiones de la antigüedad son muy abundantes. Era muy normal que los dioses recibiesen culto en los templos o lugares sagrados, y estos estuviesen alejados de la vista de los mortales siendo sólo accesibles para los sacerdotes en cámaras especiales en el interior del edificio, eran los llamados santa sanctórum. En ocasiones especiales, los fieles podían ver al ídolo o dios pagano representado por una estatua, que con frecuencia aparecía cubierto por velos, para evitar así que los mortales mirasen directamente a la cara del dios, pues éste podría fácilmente fulminarlos con una mirada[i].

            Este tipo de prácticas fueron muy extendidas, y su significado radicaba en hacer entender a los fieles el poder de la divinidad, al mismo tiempo que se hacía imprescindible el poder de los sacerdotes o sirvientes del dios como mensajeros e intermediarios entre las peticiones terrenales de los hombres y la voluntad divina.  Las ofrendas llevadas al efecto servían para conseguir ese favor y ser atendido en la súplica. Ello obligaba a que los templos tuviesen una especial regulación y disposición dentro de las ciudades o santuarios, y que sus edificios mostrasen unas particularidades arquitectónicas que han sido respetadas durante siglos por los arquitectos o constructores. El velo, pues, oculta el conocimiento supremo a los infieles. Sólo los iniciados en los sagrados misterios son capaces de acceder a ese saber.

            Egipto fue uno de los centros principales de irradiación de esas tendencias, y el culto a Isis una de sus principales fuentes.
            Según la mitología egipcia, la diosa Isis tenía por nombre en egipcio Ast y se la representaba llevando un trono (ast) sobre su cabeza y, originalmente, fue la representación del trono para los egipcios.
            Isis era la Reina de los dioses o la gran diosa madre, que había recuperado y embalsamado del cuerpo de Osiris. Era además la protectora de otro dios egipcio Horus el Niño. Se la consideraba como especial protectora de la maternidad y del nacimiento y socorredora de las madres y de los niños y la familia en general.

            Dentro de la literatura egipcia, encontramos que Isis fue también llamada como “La Gran Maga” por haber recompuesto el cadáver de Osiris y procreado con él y por haber creado mediante magia la primera cobra y usado su veneno para obligar a Ra a revelarle su nombre secreto; el conocimiento de este nombre le daba poder sobre Ra; en ello se vio la iniciación a un culto secreto, descrito por Apuleyo en “El asno dorado”; por el poder adquirido podrá curar también las enfermedades de los dioses[ii].


 "Apuleyo escribió la obra El Asno de Oro"

Con el romanticismo del siglo XVIII y el resurgir de la egiptología del XIX, el culto a Isis se hizo famoso, creándose sociedades secretas (masónicas) y esotéricas que se hacían conocedoras de grandes secretos mágicos y poseedoras de poderes especiales provenientes de ese periodo[iii]. El velo, como elemento que oculta el conocimiento e impide ver la verdad y acceder al secreto, es por lo tanto, algo primordial e importante en este tipo de religiones y de sociedades secretas.

            Por su parte el humanista y político francés Charles François Dupuis, en los albores del siglo XIX trató de explicar la existencia de Dios mediante la mitología comparada, tratando de establecer paralelismos entre el Sol y Jesús. En su libro “Compendio del origen de todos los cultos” dice e lo que concierne al velo: “Y eso significa la sublime inscripción del templo de Sais[iv] -Yo soy todo cuanto fue, todo cuanto es y todo cuanto será y ningún mortal ha descorrido el velo que me encubre” Dicha frase fue el refugio de infinidad de personajes para concluir que en el culto antiguo de dicha diosa, existía un arcano o conocimiento oculto y que en el velo de esa diosa, y tal y como diría Javier Hernández-Pacheco en su trabajo sobre el Velo de Isis, se encuentra “La subjetividad de la diosa que guarda en si la clave interpretativa del mundo. Con esa clave seremos capaces de interpretar el lenguaje de su velo, y leyendo lo que significa podremos ver lo que oculta. Ahí está la verdad de todas las cosas, el significado de la Naturaleza”.

            El velo, por lo tanto, siempre ha estado relacionado con el conocimiento. El velo es lo que impide al mortal acceder a la verdad de todas las cosas. Es un aspecto iniciático imprescindible en muchas religiones, y el cristianismo no podía ser menos.



"El Velo del Templo se desgarra"

El velo en el Antiguo Testamento.

            En la Biblia, Moisés le dice a Jehová: “El entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria. Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. Y dijo aún Jehová: He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro”.

            En este pasaje Dios le revela a Moisés el verdadero poder de su Majestad advirtiéndole que si algún mortal ve el Rostro de Dios, morirá, y es por ello que no puede mirarse directamente a la cara de Dios. Sólo la presencia de Dios Todopoderoso es suficiente para que uno quede impregnado de su Majestad. El propio Moisés hubo de colocarse un velo sobre el rostro para evitar que sus congéneres tuviesen miedo, pues su piel resplandecía y era luminosa, pues había estado cerca de la Gloria Divina

Y aconteció que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, al descender del monte, no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía, después que hubo hablado con Dios. Y Aarón y todos los hijos de Israel miraron a Moisés, y he aquí la piel de su rostro era resplandeciente; y tuvieron miedo de acercarse a él.  Entonces Moisés los llamó; y Aarón y todos los príncipes de la congregación volvieron a él, y Moisés les habló. Después se acercaron todos los hijos de Israel, a los cuales mandó todo lo que Jehová le había dicho en el monte Sinaí. Y cuando acabó Moisés de hablar con ellos, puso un velo sobre su rostro. Cuando venía Moisés delante de Jehová para hablar con él, se quitaba el velo hasta que salía; y saliendo, decía a los hijos de Israel lo que le era mandado. Y al mirar los hijos de Israel el rostro de Moisés, veían que la piel de su rostro era resplandeciente; y volvía Moisés a poner el velo sobre su rostro, hasta que entraba a hablar con Dios” 


"Moisés presenta las Tablas de la Ley y despide Rayos de su cabeza por haber estado en presencia de Dios Padre"

Pero las referencias en el Antiguo Testamento sobre el velo no se quedan ahí. Quizás el pasaje del  “velo” más conocido sea el velo que se ubicaba en el Templo de Jerusalén y que separaba la parte de los fieles de la zona donde se guardaba el Arca de la Alianza.

            Según Flavio Josefo, un historiador judío del primer siglo dice sobre este particular: “Tenía más de una cortina de la misma largura, es a saber, el velo que llamaban de Babilonia, variado y tejido de colores; es a saber, cárdeno y como leonado, de grana y de carmesí muy excelente, hecho y labrado con obra maravillosa, y que había mucho que ver en la mezcla de los colores, porque parecía allí una imagen y semejanza de todo el universo: con la grana parecía que se representaba el fuego, con el leonado la tierra, con el cárdeno el aire, y con el color carmesí se representaba el mar, parte de esto por los colores ser tales; pero el carmesí y el como leonado, porque la tierra lo produce y nace de ella, de la mar el carmesí. Estaba pintado allí todo el orden y movimiento de los cielos, excepto los signos”.

            Un poco más abajo, nos sigue diciendo el mismo autor: “La parte del templo más adentro era de veinte codos; apartábase de la de fuera con otro semejante velo, y en ésta no había algo: ninguno la podía ver ni llegar a ella, porque era muy inviolada, y ésta era la que llamaban Santa Sanctorum: por los lados del templo más bajos había muchos repartimientos y galerías hechas a tres, y a cada lado había entrada para recogerse en ellas: la parte del templo superior no tenía los mismos apartamientos, por donde era más estrecha, y de cuarenta codos más alta, y no tan ancha ni de tanto cerco como la inferior”.

            Flavio Josefo utilizaba la medida del codo para medir la longitud de dicho velo, pero a día de hoy no hay seguridad respecto a cuánto equivalía exactamente un codo a nuestras medidas de metros y centímetros, pero es válido asumir que este velo tenía cerca de 18 metros de altura. Josefo también nos dice que el velo tenía 10 centímetros de espesor, y que aún a dos caballos atados a cada uno de sus extremos, les era imposible rasgarlo.

            El significado del velo en el Antiguo Testamento está claro. El velo oculta a los fieles la divinidad. En la entrada del Templo se celebraban las ofrendas según la tradición judía, pero en el interior se guardaba la “presencia de Dios” ya que Dios y los hombres estaban separados por culpa del pecado y sólo los sacerdotes tenían la capacidad de penetrar en el espacio sagrado para hacer expiación de los pecados en nombre de todo el pueblo de Israel. Según la tradición Judía y del Antiguo Testamento, Dios no se ha “desvelado” todavía a los hombres.

            Pero todo eso cambiará con la llegada de Jesús de Nazaret.

El velo en el Nuevo Testamento     
  
            Al expiar en la Sata Cruz por la salvación de los hombres la Biblia nos dice por boca del evangelista: “Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo…” Pero entonces ¿Qué significado simbólico tiene la rotura del velo para los cristianos en el Nuevo Testamento?

            Según los especialistas, el velo representa a Dios Mismo. Hasta la muerte de Jesús en la Cruz el sumo sacerdote tenía que entrar en el Lugar Santísimo a través del velo. Ahora Cristo es nuestro mayor y supremo Sumo Sacerdote y nosotros podemos entrar ahora en el Lugar Santísimo por Él. Según se dice en Hebreos 10:19-20 los fieles entran confiadamente al santuario “… teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne.” 


 "Fotografía antigua en la que se aprecia el antiguo retablo de la Iglesia de Santa María de la Inmaculada Concepción de Torredonjimeno, destruido por los rojos en la Guerra Civil"

            Por culpa de nuestros pecados Jesús ha sido azotado por los romanos. Su cuerpo ha sido lacerado por las caídas, los golpes, la tortura de los clavos que horadan sus pies y manos y finalmente ha sido atravesado por la Lanza de Longinus abriendo una profunda herida en su costado y desgarrando así su carne y al mismo tiempo “la tierra tembló y el velo del Templo se rasgó”. El sentido es claro. La carne de Jesús ha sido rasgada por nosotros así como Él rasgó el velo por nosotros. Ahora el Templo, la Salvación, está totalmente abierta a todos los hombres, tanto a los judíos como a los gentiles.


"Fotografías desde el coro superior del Convento de MMDD de Nuestra Señora de la Piedad de Torredonjimeno. Al fondo el retablo mayor barroco. En el fresco de la pared, en trampantojo, el velo que es descorrido por angelotes y querubines"


La representación simbólica del velo en la Liturgia de la Iglesia y en los adornos de los templos
            
El retablo de las iglesias es a decir de Jorgelina Araceli ”Una importante contribución española a la historia del arte que además de constituir un decorado escenográfico que respalda el ritual litúrgico de los Santos Oficios es una de las invenciones estéticas más sugestivas, bellas y dúctiles con que ha contado la Iglesia Católica como estrategia para persuadir al fiel”.

            En efecto. Las primeras iglesias no disponían de suntuosos y ricos retablos donde colocar el Santísimo Sacramento. Era tradición, que en los primeros siglos los fieles se llevasen la Forma Consagrada a sus hogares, y éstas estuviesen allí bajo su custodia. Se les proponía que estuviesen en sitio privilegiado del hogar y a ser posible, cubiertas con un velo o lienzo que las preservase de la suciedad. Pero lo normal en la iglesia oriental era que la Forma se guardase en el pastoforio[v] al lado del altar.

            Con el paso del tiempo estas piadosas costumbres se fueron regulando, y para evitar que la Sagrada Hostia se profanase se evitó el que se quedasen en el domicilio particular y fueron ubicadas en las primeras iglesias. El sitio elegido para ello no podía ser otro que un lugar preferente: detrás del Altar.

            Con el tiempo, los “retro tabularum” (o “detrás de la tabla” o “retablos”) se fueron decorando profusamente, sirviendo como catequesis o explicación plástica para los fieles sobre la advocación de la iglesia. En el centro y en la parte más solemne se ubicaba el Sagrario, donde se custodiaban las Formas Consagradas.

            Aún así y todo, en la actualidad, se especifica que “Todo sagrario donde se encuentra el Santísimo debe tener su puerta cubierta con un velo o conopeo. Y eso aunque la puerta esté ricamente trabajada. No se trata de admirar una obra artística, sino de adorar al Dios escondido”.
            La figura del velo en los templos tosirianos.

            A tenor de lo que llevamos dicho, en nuestra localidad podemos ver bellos ejemplos del velo detrás del Retablo. Así, en la parroquia de Santa María, podemos ver como el actual retablo mayor está enmarcado por un velo que, descorrido, permite ver a los fieles el retablo. El dorado de las calles y maderas que lo conforman dan a entender la Gloria de la ciudad de Dios. Allí, en los pedestales, las imágenes de los santos o la Virgen, encuentran un lugar preferente, y los fieles pueden ver por un momento “La Ciudad Celestial”.

            Otro ejemplo lo encontramos en la iglesia de Nuestra Señora de la Piedad de las Madres Dominicas, donde el artista pintó al fresco un bello velo encarnado que arranca desde el arco apuntado y que es abierto por angelotes, los cuales tiran de los pliegues para que los mortales podamos admirar así el interior de la Gloria divina.

            En una de las capillas laterales, en la que se custodia la imagen de Nuestra Señora del Rosario, el efecto es el mismo. Sobre la pared del convento el artista dibuja un velo, y sobre ese trampantojo se coloca el retablo de madera, que enmarca la hornacina de la Virgen y a cuyos píes se encuentra un pequeño Sagrario, el cual está decorado con una bella pintura al óleo sobre tabla del rostro de Jesús, del que podemos decir que posee una factura y trazos de considerable calidad.
            La presencia del velo descorrido en los altares y retablos de nuestras iglesias simbolizan ese supremo sacrificio que hizo Dios Hombre en la figura de Jesús, el cual, muerto por nuestros pecados y por nuestra salvación, sufrió y padeció en el Monte Calvario, desgarrando su cuerpo para permitir que por su Carne, entremos todos en la Gloria de Dios Padre.

            El velo en el Templo era un recordatorio constante de que el pecado mantiene a la humanidad apartada de la presencia de Dios. El hecho de que la ofrenda por el pecado fuera ofrecida en el Templo de Jerusalén anualmente y otros innumerables sacrificios repetidos diariamente, tenían como propósito demostrar gráficamente que el pecado no podía verdadera y permanentemente ser expiado o borrado por meros sacrificios de animales. Jesucristo, a través de Su muerte, quitó las barreras entre Dios y el hombre, y ahora podemos aproximarnos a Él confiadamente (Hebreos 4:14-16).

            El velo abierto que vemos en nuestras iglesias no es pues un mero detalle pictórico. En la tradición cristiana, como queda dicho, representa algo más serio y profundo. Es algo a tener en cuenta a partir de ahora, cada vez que nos arrodillemos frente al Retablo Mayor de una iglesia y lo contemplemos mientras rezamos por nuestros pecados y por nuestra salvación. 

BIBLIOGRAFÍA:
·         APULEYO, “El Asno de oro” Biblioteca Básica Gredos, Madrid, 2001
·         DUPUIS, CH. F., “Compendio del origen de todos los cultos Vol. I” Burdeos, 1820
·         P. SILVERMAN, David. “El Antiguo Egipto” BLUME, Barcelona. 2004
·         JOSEFO, F.  “La Guerra de los Judíos” Biblioteca Básica Gredos, Madrid, 2001
·         FATÁS G. y BORRÁS, G.  “Diccionario de Términos de Arte” Alianza Editorial, Madrid, 2004.
·         La Biblia”. Editada por “La Casa de la Biblia”, Madrid, 1992
·         ARACELI SCIORRA, J.  “Uso y función del retablo. Una aproximación estilística” UNLP, Navarra, 2003.
·         FATÁS G. y BORRÁS, G.  “Diccionario de Términos de Arte” Alianza Editorial, Madrid, 2004.




[i] El pastoforio es la cámara sacerdotal del Templo de Jerusalén, acepción acepción que toma la Biblia de la voz pastóforo, que designa a quien porta la imagen del dios hasta su capilla. FATÁS G. y BORRÁS, G.  “Diccionario de Términos de Arte” Alianza Editorial, Madrid, 2004.
[ii] Un ejemplo de cómo se “velaban” las estatuas o ídolos en el Antiguo Egipto lo podemos en David Silverman, cuando al relatarnos como se realizaban las ofrendas diarias a los dioses nos dice: “Tras el simbólico banquete, la estatua se purifica de nuevo con incienso, ungüentos y perfumes y por último se recubre con una tela de lino blanco”. P. SILVERMAN, David. “El Antiguo Egipto” BLUME, Barcelona. 2004, p. 150
[iii]Los sucesos que se citan ocurren en la obra clásica de Apuleyo “El asno dorado” Libro IX, donde Lucio, el personaje de la citada obra, que había sido convertido en asno, es vuelto a su figura humana gracias a las súplicas que hace a la diosa Isis. El protagonista, todavía convertido en asno, participa en la magna procesión que tiene lugar en honor de la divinidad mientras se va comiendo las rosas que los sumo sacerdotes portan en las manos como ofrenda a Isis. Este motivo hace que Lucio recobre su naturaleza humana y en agradecimiento entre al servicio de la diosa, aprendiendo los sagrados misterios de su culto.
[iv] Quizás la obra más conocida de esta materia sea la de la autora Helena Petrovna Blavatsky “Isis Unvelied” (Isis sin velo) escrito en 1877. “Madame Blavatsky” como se hacía llamar, fue la fundadora de la Sociedad Teosófica, una fraternidad que decía recibir enseñanzas de seres o “maestros ancestrales” y que mezclaba las religiones comparadas, el espiritismo y el ocultismo.
[v] Sais es el nombre griego de una antigua ciudad egipcia ubicada en el Delta del Nilo. La divinidad que adoraba esta población era la diosa Neit o Neith, diosa titular de la guerra y de la caza que posteriormente se asoció a Isis

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