La familia Machado, con Antonio y Manuel |
Dedicado a la memoria de Antonio Machado Ruiz
Por Manuel Fernández Espinosa
Cuando conocí a Don Juan Montijano,
a mediados de los años 80 del siglo XX, el ilustre canónigo y cronista oficial de Torredonjimeno
era bastante anciano, sin embargo, pese a las mermas que la vejez produce en
las naturalezas incluso más fuertes, recuerdo a un Don Juan Montijano afable
que, a medida que se desplegaba la conversación, iba como recobrando vitalidad y memoria. Casi
todos los sábados, durante meses y meses, me encaminaba a la calle Rabadán, con
la ilusión de mantener aquellos gratos encuentros en su domicilio. A veces,
algunos amigos de D. Juan se llegaban y aquello se convertía en una amena
tertulia sabatina de mediodía.
Cuando joven D. Juan Montijano sintió
la vocación sacerdotal, le vino de la mano del Siervo de Dios Padre Tarín que tanto
predicó en Torredonjimeno y otras poblaciones de la comarca (Porcuna, Escañuela…).
El padre de D. Juan, comerciante textil y secretario de la Comunión
Tradicionalista de Torredonjimeno, fue reticente a consentir que su hijo se hiciera sacerdote, pensando que tal vez no fuese nada más que un capricho de mocedad; pero la perseverancia del
hijo convenció al progenitor para que le diera la autorización y bendición
paternas. Y así fue como D. Juan ingresó en el Seminario de Baeza, según sus
memorias todo hace suponer que en el año 1913 que fue el año en que falleció D.
Marcelino Menéndez y Pelayo, como así hace constar D. Juan en sus “Recuerdos de
mi vida” (tuvimos el honor de publicar en primicia el manuscrito autobiográfico de D. Juan Montijano, "Recuerdos de mi vida (1899-1925)" en la Revista ÓRDAGO, nº 4, año 2000.)
El día 1º de noviembre de 1912, un profesor sevillano, viudo y melancólico, procedente de Soria, tomaba posesión de la cátedra de Lengua Francesa en el Instituto General y Técnico de Baeza. Aquel profesor se llamaba D. Antonio Machado Ruiz y ha pasado a la historia como uno de los poetas más grandes de la literatura española.
La formación académica de D. Juan Montijano Chica en Baeza coincidió, pues, con la presencia del gran poeta D. Antonio Machado Ruiz (1875-1939).
El día 1º de noviembre de 1912, un profesor sevillano, viudo y melancólico, procedente de Soria, tomaba posesión de la cátedra de Lengua Francesa en el Instituto General y Técnico de Baeza. Aquel profesor se llamaba D. Antonio Machado Ruiz y ha pasado a la historia como uno de los poetas más grandes de la literatura española.
La formación académica de D. Juan Montijano Chica en Baeza coincidió, pues, con la presencia del gran poeta D. Antonio Machado Ruiz (1875-1939).
Cierto sábado en que me hallaba
en casa de D. Juan Montijano , no recuerdo bien cómo vino a cuento, pero salió
a relucir Antonio Machado en Baeza; es muy probable que por aquel entonces yo
tuviera recién descubierta la poesía de Machado, en la que me sumergí gracias a
mi profesor de Lengua y Literatura, D. José Juan López Altuna (q.e.p.d.),
apasionado de Machado que contagiaba su entusiasmo por “Campos de Castilla”.
Al conjuro de su nombre, Don Juan
Montijano sonrió condescendiente, como el anciano que acaricia sus recuerdos, y
dijo algo así (compréndame el lector que han pasado muchos años como para
recordar las palabras literales):
-Antonio Machado… Todavía lo
recuerdo. Fue profesor de francés en Baeza, mientras estudiaba yo para cura. Machado
era bastante conocido en Baeza; y no por poeta, sino por alguien estrafalario, un
buen hombre, pero despistadísimo y muy descuidado en su vestir. Contaban que, en cierta ocasión, le tocó la lotería, pero no sabía en dónde había puesto el boleto… Y se quedó sin la fortuna.
Y sus alumnos (que le tenían tomada la medida) bien que se aprovechaban de su
descuido. ¡Hasta tortillas hacían en clase! Era un aula muy fría y se llevaban el infernillo y la sartén
y, cuando menos acordaba el profesor, se estaban haciendo las tortillas los alumnos. Machado se desentendía y seguía dando su lección de francés.
Con el tiempo, mucho después de
que D. Juan Montijano me contara esta anécdota, me encontré un pasaje de ese
delicioso libro en prosa que nos dejó el poeta, me refiero a “Juan de Mairena. Sentencias,
donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo” (del año 1936, en
vísperas de la tragedia bélica que terminaría llevándolo al exilio y a su
muerte). Para entender bien lo que “apócrifo” significa para Machado, el mismo
Juan de Mairena, su “alter ego”, nos lo dice:
“…os aconsejo una incursión en
vuestro pasado vivo, que por sí mismo se modifica, y que vosotros debéis, con
plena conciencia, corregir, aumentar, depurar, someter a nueva estructura,
hasta convertirlo en una verdadera creación vuestra”.
O lo que es lo mismo: suplantar
el yo histórico del profesor Antonio Machado Ruiz por el ente ficticio: el “apócrifo”
Juan de Mairena.
Así es como, Juan de Mairena no
ve a una pandilla de alumnos díscolos que, desafiando a su profesor, se hacen las
tortillas en clase, sino que transforma la verdad histórica de la anécdota en una situación
distinta. Y hete aquí que las tortillas de clase se tornan en un ejercicio didáctico que Juan de Mairena pone en clase a sus alumnos, donde
se hace un elenco de todos los arreos que se necesitan para hacer “un huevo
pasado por agua”: “infiernillo de alcohol con su llama azulada, la vasija de
metal, el agua hirviente, el relojito de arena” (véase en “Juan de Mairena”,
VIII)
Desde 1912 (cuando solicita el
traslado a Baeza tras la defunción de Leonor Izquierdo Cuevas, su querida
esposa) hasta el año 1919 Antonio Machado residió en Baeza. Después de vivir
durante un tiempo en la fonda, toma un piso en la calle de Cárcel, con los
balcones dando a la fachada de un palacio, diseñado por Andrés de Vandaelvira
en 1559. Parece que bien temprano, la madre de Machado (Doña Ana Ruiz
Hernández) se establecerá en Baeza y madre e hijo se darán mutua compañía hasta el fin de sus días en Colliure (Francia).
Cuentan que el primer día en que
Machado se apeó del tren correo de Madrid, en la Estación-Baeza, el poeta con
sus maletas creyó, a tenor de leer el rótulo ferroviario, que ponía pie en la misma
ciudad de Baeza; pero la realidad era que Baeza estaba a 19 kilómetros de la Estación. Un alma
caritativa, viéndole tan perdido, le invitó a subir al tranvía que lo llevaría
a la ciudad de su destino.
No dejaron de sucederle anécdotas
al forastero recién llegado. Ese mismo día, a primera hora de la tarde,
Machado, tras instalarse en su habitación de la fonda, se asea y va a
presentarse al Instituto para tomar posesión de su plaza docente y ponerse a
disposición del centro. Llegado que fue al Instituto, se dirigió al bedel,
presentándose y preguntando si podía ver al director. El conserje va y le
responde:
-¿El señor director, dice usted?
Pues el señor director está en la agonía…
Machado se queda boquiabierto: “En
qué mala hora he llegado, que el director se está muriendo…” –piensa nuestro
poeta y dice al portero:
-Hombre, pues lo siento mucho.
Quisiera hacer algo por él o por lo menos ver a su familia. Pues sí que he
llegado en mala hora.
El bedel las caza al vuelo y,
comprendiendo el malentendido al que ha dado lugar su respuesta, sin contar con
que aquel profesor es un forastero que no conoce los usos del lugar, se
apresura a aclararle que no, que no se trata de lo que piensa; que el director
no está en el lecho de muerte, agonizando, sino que hay un casino en la calle
Barreras de Baeza, que es donde el director acostumbra a tener sus tertulias y
que el pueblo llama “La Agonía”. ¿Y por qué le llaman así? Pues por estar muy
concurrido de labradores que todo el día se lo pasan mirando al cielo y allí
entonan sus lamentos, pues los labradores son como aquel “hombre del casino
provinciano” que nos pinta Machado en su poema “Del pasado efímero”:
“Un poco labrador, del cielo
aguarda
Y al cielo teme; alguna vez
suspira,
Pensando en su olivar, y al cielo
mira
Con ojo inquieto, si la lluvia
tarda”.
Así vive el director y sus
contertulianos del casino de Barreras, en una “agonía” por la cosecha y es por eso que los baezanos, con socarronería, le
llaman a aquel lugar de encuentro “La Agonía”; pues los que allí se allegan viven en una “agonía” y
todos son unos “agonías”.
Son muchos años los que Machado
pasó en Baeza. Hizo buenas migas con algunos baezanos que siempre le guardaron
lealtad: Don Rogelio Garrido Malo y Don Cristóbal Torres serán dos de esos
amigos baezanos con los que intimará Machado. Cristóbal Torres era coronel de
Caballería y abogado que no gusta de ejercer, confiando su manutención a sus
rentas. A Baeza vendrá Manuel Machado Ruiz, el hermano también poeta, que es un
torrente de optimismo y risas en contraste con Antonio, que siempre ha sido más
tímido y altivo en su reservada introversión. Y en Baeza, el gran poeta
sevillano conocerá al gran poeta granadino, Federico García Lorca. García Lorca
era un estudiante de Filosofía y Letras, cuando su maestro Martín Domínguez
Berrueta, profesor de Teoría de la Literatura y de las Artes y pionero en eso
de los viajes de estudio, decida llevar a sus alumnos de excursión a Baeza,
donde sabe que reside su amigo Antonio Machado y tanto arte hay por descubrir.
En Baeza, Machado y García Lorca se encontrarán por vez primera, cuentan que
García Lorca improvisó al piano haciendo una de sus magistrales
interpretaciones pianísticas, pues no en balde había sido discípulo de Manuel
de Falla.
Baeza será para Antonio Machado
un recurrente motivo de inspiración poética: ahí están sus poemas para
atestiguarlo. Cuando Machado abandone Baeza llevará en su ligero equipaje unos
recuerdos inolvidables de todo lo vivido en aquella ciudad provinciana.
Durante un tiempo, Antonio
Machado fue una figura poética que no sólo se reivindicó por su indudable calidad
literaria, sino con propósitos ideológicos: Machado había tomado partido por la
II República Española y había muerto en el exilio francés, tras la victoria de
Francisco Franco. Sin embargo, muy pronto se desvaneció aquel bastardo
entusiasmo por la figura del gran poeta. ¿Qué había pasado? ¿Qué ha pasado con
Antonio Machado?
Como todos los grandes españoles,
Antonio Machado es muy poco instrumentalizable por las ideologías más
combativas que reclaman la “memoria histórica” de una sola España. Tal vez, por
esa misma razón su “Juan de Mairena” haya sido una obra a la que
muy pocos han querido aludir, pasándola por alto. Machado está lejos del
sectarismo y su opinión sobre el marxismo es francamente negativa. Valga una
cita de “Juan de Mairena” (hay muchas más) para ello:
“Carlos Marx, señores –ya lo
decía mi maestro-, fue un judío alemán que interpretó a Hegel de una manera
judaica, con su dialéctica materialista y su visión usuraria del futuro”
(“Juan de Mairena”, Antonio
Machado).
Redescubrámoslo.
Redescubrámoslo.
Fotografía de una de las expediciones didácticas de D. Martín Domínguez Berrueta con sus alumnos. Entre el grupo de universitarios, puede reconocerse a Federico García Lorca (el segundo por la derecha, sentado en el suelo con las piernas cruzadas). |
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