jueves, 11 de agosto de 2016

TORREDONJIMENO EN LA LITERATURA ESPAÑOLA



Dedicado a D. Vicente Oya, 
Cronista de Jaén y amigo cuya noticia de su muerte me ha llegado hoy.


Manuel Fernández Espinosa


LÍMITES DE ESTE ARTÍCULO

Para centrarnos en el asunto que presenta el título queremos limitar nuestra búsqueda. 

Este artículo tiene como objetivo suministrar al lector un elenco glosado de menciones de Torredonjimeno en obras literarias de autores de todas las épocas. Entendemos por literatura todos los productos artísticos que pueden hallarse en novelas, poemas o bien obras de teatro. Las menciones a Torredonjimeno desde la Edad Media a nuestros días en documentación de cancillerías, Órdenes Militares, Religioso-Militares (Calatrava, p. ej.) o Religiosas (Orden de Predicadores, de Frailes Menores o Mínimos...), etcétera, no es competencia del presente artículo, sería objeto de una investigación más minuciosa y por mucho que se dilatara, siempre quedarían fondos por descubrir. Tampoco vamos a tratar aquí las menciones que de Torredonjimeno se han hecho en obras de carácter histórico, tampoco las monográficas que se han consagrado a Torredonjimeno (por ejemplo, las dedicadas al Tesoro Visigodo). Podríamos citar, entre ellas, los fragmentos de Ximena Jurado, Ximénez Patón o Rus Puerta... O las del P. Alejandro del Barco o del P. Juan de Lendínez; incluíriamos en ellas las entradas que de Torredonjimeno se han hecho en los diccionarios geográficos de Bernardo Espinalt o Pascual Madoz, pero no. Nuestro cometido, aquí y ahora, son exclusivamente las obras literarias.

Con el presente artículo vamos a ofrecer una aproximación lo más completa posible, pero teniendo en cuenta que dicha indagación siempre queda abierta a nuevos hallazgos de menciones de Torredonjimeno en obras literarias más recónditas y extrañas, así menciones hechas por autores tanto aquí citados como no citados que alguna vez (o varias) pudieron mencionar a Torredonjimeno en una novela, poema, obra de teatro o cualquier texto periodístico. Las menciones a Torredonjimeno las han hecho efectivamente los autores que aquí vamos a presentar, pero podemos suponer que los mismos hayan referido el nombre de Torredonjimeno en otras obras de su cosecha que no hayamos leído todavía. Y todavía podemos conjeturar que otros autores, leídos o todavía no leídos por nosotros, han podido hacer en el curso de su producción literaria menciones.

Hechas estas salvedades "metodológicas", procedo.

TORREDONJIMENO EN LA LITERATURA DEL SIGLO DE ORO

Torredonjimeno entra en la literatura española por la puerta grande y lo hace de la mano del eminente marteño Francisco Delicado (aprox. 1475 - aprox. 1535); marteño decimos, aunque parece que no lo fue de nacencia, sí que lo fue de crianza como él mismo dice. Nuestro amigo el P. Recio Veganzones estudió la obra de Francisco Delicado y descubrió que, además de la "novela" más famosa que le da nombre, el Vicario del Valle de Cabezuela en Cáceres escribió otras obras de diversa temática: interesante es un libro sobre los remedios médicos para curar el "morbo gálico" (la terrible sífilis que, como enfermedad venérea, hacía estragos en su época mucho más todavía que en la nuestra): en 1525 y en Roma, el Padre Delicado publicó en italiano "El modo de adoperare el legno de India occidentale: Salutifero remedio a ogni piaga et mal incurabile" ("El modo de preparar el leño de las Indias occidentales: salutífero remedio a toda plaga y mal incurable"); más tarde, en 1529, se haría una segunda edición en Venecia); también en Roma, en 1525, publicó -en latín- el "De consolatione infirmorum" ("Sobre la consolación de los enfermos"). En 1526, en italiano otra vez, daría a la estampa el "Spechio vulgare per li sacerdoti che administranno li sacramenti in chiaschedune parrochia" ("Espejo popular para los sacerdotes que administran los sacramentos en cualquier parroquia"). Las obras que acabo de reseñar son de temática médica, médico-moral y religioso-eclesiástica, como convenía a un culto clérigo de la época. 

Más asombra -podríamos decir que resulta hasta escandalosa para los mojigatos- la obra más famosa de Francisco Delicado, dado que fue escrita por un cura y la temática es altamente erótica. un mundo de putas y vicios se nos presenta en ella: me refiero a "Retrato de la Loçana andaluza en lengua española muy clarissima. Compuesta en Roma. El qual Retrato demuestra lo que en Roma passava y contiene muchas mas cosas que la Celestina" (a partir de ahora la citaremos como "Lozana Andaluza").  Camilo José Cela dice que "sus vivísimos diálogos, tan pródigos en andalucismos e italianismos, nos ofrecen una obra -antecedente de la novela picaresca- en la que, al gracioso retrato de la heroína y su divertida trayectoria, se suman los de los ciento y pico de personajes que pululan por el relato y sitúan sus lances en la Roma por aquel entonces considerada como un "paraíso de putas"." Aunque la trama de la novela dialogada tiene como escenario la Roma papal corrompida en sus costumbres, su autor muestra que, aunque puso su residencia tan lejos de la patria que le vio crecer, no olvidaba ni a Martos ni a los pueblos vecinos. En muchos pasajes de la "Lozana Andaluza" puede encontrarse aquí y allá menciones a Jamilena, a Alcaudete... Y, por supuesto, a Torredonjimeno. 

La referencia que de nuestro pueblo aporta Francisco Delicado se intercala cuando se comenta el habilidoso ingenio que mostraba la Lozana para hacer amistades en Roma, adaptándose a un medio extraño mediante  toda suerte de recursos, como eran por caso la de expresar reales o ficticios vínculos de la protagonista con las localidades de aquellos de sus interlocutores españoles con los que se encontraba en el extranjero: "...halló aquí de Alcalá la Real, y allí tenía ella una prima, y en Baena otra, en Luque, y en la peña de Martos natural parentela; halló aquí de Arjona y Arjonilla y de Montoro, y en todas estas partes tenía parientas y primas, salvo que en la Torre Don Ximeno que tenía una entenada, y pasando con su madre á Jaén, posó en su casa, y allí fueron los primeros grañones que comió con huesos de tocino". Interesante es ver que, de entre todas las localidades referidas, Torre Don Ximeno se menciona con especial énfasis, teniendo en cuenta que el grado de parentesco de "entenada" es más estrecho e íntimo que el de primos. También nos llama poderosamente la atención ese detalle culinario de los "griñones [...] con huesos de tocino".

A lo que parece, los "grañones", según apunta D. Agustín del Saz, uno de los estudiosos de nuestra "Lozana Andaluza", vienen a ser "Sémolas de trigo cocido en grano", pero también he leído en otras ediciones "griñones" y, en ese caso, téngase en cuenta que se llama "griñones" ("bruñones" también) a las nectarinas, esto es: melocotones con la piel lisa.

Allá por el siglo XVI o todo lo más, a principios del XVII, podemos calcular la fecha de un romance popular que también menciona a nuestra localidad, esta vez ensalzando sus caldos vinateros que deberían ser de fama nacional. No consta el nombre del autor en la antología de romances populares en el que figura este romance (lo reproducimos íntregamente abajo en las notas); haremos bien en titularlo con el mismo estribillo que se repite como último verso en cada estrofa: "Poco bebo, mas quiérolo bueno". Sobre el vino de antaño tosiriano dice:

"Blanco de Guadalcanal
y aloques de Baeza
me confortan la cabeza
con Yepes y Madrigal,
Martos e Ciudad Real,
con lo de Torre Ximeno:
poco bebo, más quiérolo bueno."

También merece señalar que, según su propio testimonio, era de Torredonjimeno la familia del ignaciano P. Sebastián de Escabias, amigo y compañero de San Juan de Ávila, éste último sobradamente conocido como Doctor de la Iglesia y Apóstol de las Andalucías. Por cierto que el P. Sebastián de Escabias es antepasado colateral mío. Este autor, además de testificar en las investigaciones que se incoaron para el proceso de beatificación del P. Ávila, escribió el curioso libro "Casos Notables de la Ciudad de Córdoba" en el que refiere que a un antepasado suyo -hablo de memoria, creo recordar que era su abuelo tosiriano, otro Escabias- se le apareció Satanás en Arjona.

De Torredonjimeno también fue el humanista Francisco de Cuenca, amigo y corresponsal epistolar de humanistas de la talla de Cascales o Ximénez Patón. Podríamos citar también al teólogo tosiriano fray Ildefonso de Padilla, de los mínimos de la Victoria, autor de un enjundioso comentario en latín del libro de Habacuc, cuya edición primera se hizo en las imprentas tosirianas de los Hermanos Copado (siglo XVII) y más tarde merecería la impresión incluso en varias ciudades centroeuropeas, de Alemania y Austria. Pero no queremos derramarnos por otros afluentes que no sean los de la literatura.

EN LA LITERATURA DEL SIGLO XIX

Torredonjimeno parece desaparecer en la literatura española que, a partir del siglo XVII va eclipsándose como la misma España en su poderío imperial. Tendremos que aguardar al siglo XIX, cuando la prominente figura del hijo más ilustre de Torredonjimeno, el mariscal carlista D. Miguel Sancho Gómez Damas, irrumpa en la escena nacional e internacional proyectando su capacidad estratégica y el heroísmo del carlismo popular acaudillado por él, no solo  en los fragores de todas las batallas en las que estuvo, sino sobre todo con la Expedición famosísima que lleva su nombre. Tendremos que contentarnos, por lo tanto, con las referencias que de Gómez se hacen que son copiosísimas y que, a veces sí y otras no, llevan al lado del nombre inmortal del carlista el de su villa nativa, nuestro Torredonjimeno.

Así tenemos al romántico Mariano José de Larra que en su artículo titulado "El día de Difuntos de 1836. Fígaro en el cementerio", refiere el nombre del General Gómez en estos renglones: "...un general constitucional que persigue a Gómez, imagen fiel del hombre corriendo siempre tras la felicidad sin encontrarla en ninguna parte...". También (aunque no sea propiamente en el marco de la literatura española) merece la pena decir que el espía británico y propagandista protestante George Borrow, en su libro de viajes "La Biblia en España" (traducido espléndidamente por Manuel Azaña: ojalá se hubiera dedicado solo a la literatura en vez de a la política este Azaña), se refiere a algunas anécdotas del tiempo en que nuestro General Gómez conquistó la ciudad de Córdoba. El filósofo y polígrafo catalán Mosén Jaime Balmes, en su severa biografía de Baldomero Espartero, también alude a Gómez: "Una de las principales operaciones que se encomendaron a Espartero antes de obtener el mando en jefe fué la persecución de Gómez; pero Gómez atravesó el reino de Asturias, penetró en Galicia, ocupó poblaciones importantes, revolvió sobre Castilla, y cuando acabábamos de leer pomposos partes en que se suponía que la división expedicionaria había sufrido fuertes descalabros, la vimos internarse hasta el corazón de España, destruir completamente la columna de López en Jadraque, marchar en dirección de Valencia, y con aliento bastante para pasearse por Andalucía y Extremadura, a pesar del desastre de Villarrobledo. El general Espartero había a la sazón caído enfermo [...] ignoramos si la enfermedad sería muy grave; pero lo cierto es que vino muy a tiempo": excelente resumen balmesiano de la Expedición Gómez y certero retrato del oportunista liberal y enemigo de Gómez, Baldomero Espartero. Podríamos añadir muchísimas más referencias a nuestro General Gómez y su expedición, pero, bien es verdad, en pocas se explicita el nombre Torredonjimeno. Aunque no era desconocido el origen de Gómez, como bien lo muestra el Diccionario de Pascual Madoz que precisa que nuestra localidad es el pueblo natal del "caudillo faccioso Miguel Gómez".

Benito Pérez Galdós, en su monumental serie de novelas, todas bajo el título de "Episodios Nacionales", también se refiere a Miguel Gómez en el tomo de "Zumalacárregui" y, sin relación con el general carlista, también menciona el nombre de Torredonjimeno en su "episodio" (tomo) correspondiente a "Bailén".

EN LA LITERATURA DEL SIGLO XX

A caballo del siglo XIX y del XX, nuestro Gómez sigue presente en los más conspicuos autores de la Generación del 98. Don Miguel de Unamuno refiere la gesta de Gómez que ya en su época tenía tonos legendarios en su magnífica novela "Paz en la guerra". También lo hace D. Ramón María del Valle Inclán, en su trilogía novelística titulada "Las Guerras Carlistas", pero será el vasco Pío Baroja el que, no sólo muestre un interés notable por la figura de nuestro General Gómez, sino que explicitará la oriundez tosiriana de Gómez. Gómez es protagonista de sendos artículos y de todo un reportaje "La Expedición Gómez" del prolífico novelista y articulista vasco. Dentro de la Generación del 98, Antonio Machado también mencionará -ya sin alusión alguna a Miguel Gómez- nuestra localidad en un poema, del cual reproducimos unas estrofas:

¡Qué bien los nombres ponía,
quien puso Sierra Morena
a la serranía!

...

¡Torredonjimeno!
¡Torreperogil!
Quien quedara hecho torre
cerca del Guadalquivir.

El siguiente autor de fama universal que citó Torredonjimeno -y del que tenemos constancia- fue D. Camilo José Cela, Premio Nobel de Literatura de 1989. En su "Primer viaje andaluz", el andariego gallego pasó por Torredonjimeno, dejando registrado en su libro de viaje: "De Torre del Campo a Torredonjimeno, hay la mitad de camino que esta mañana lleva ya andado el vagabundo. A poco de salir de Torre del Campo y a la mano izquierda, queda el camino de Jamilena, con su ermita de Nuestra Señora de la Estrella, que pertenece al curato torrejimenudo de San Pedro. En el término de Torredonjimeno hay varias ermitas más: la del Santo Cristo, la de la VIrgen de la Consolación, que es la más vieja y venerada, la de San Juan Bautista y la de San Cosme y San Damián. Torre del Campo y Torredonjimeno, con su Torre de Alcázar y su Torre Fuencubierta, son dos pueblos grandes y soleados, en los que el vagabundo, que hoy tiene gansa de andar, no se detiene más que para verlos, y olerlos, y tocarlos. En Torredonjimeno nació el cabecilla carlista Miguel Gómez, que en el 1836 salió de Álava con tres mil hombres, se llegó a Asturias y Galicia, pasó a León, se metió en la Mancha, tomó Córdoba, se paseó por Extremadura, acampó en Ronda, volvió grupas y se plantó en Burgos, y llegó a su cuartel de Orduña con un botín cuantioso y más hombres de los que mandara al partir. Y todo en seis meses y con Espartero y Narváez pisándole los talones".

Como queda patente, D. Miguel Gómez sigue presente, más allá de la Generación del 98, en la obra posterior de escritores universales como Cela, lo cual indica que el personaje más importante de toda nuestra historia local es, sin género de discusión, el carlista General Gómez.

Será otro gallego, injustamente menos conocido, el que no sólo se contentará con mencionar de pasada a Torredonjimeno, sino que dedicará una novela entera a nuestro pueblo: se trata de Ramón Nieto (La Coruña, 1934), entre cuyas novelas figura la titulada "La patria y el pan" (1962). Dicha novela, enmarcada en lo que podemos llamar "realismo social" de los años sesenta, tiene como protagonistas a personajes de nuestra localidad, se presentan algunos de nuestros rincones locales (la novela empieza describiendo la Fuente de Martingordo, p. ej.), aunque -al tratar la problemática social- los protagonistas de esta novela tienen que buscar el camino de la emigración, por lo que la novela no sólo se ambienta en Torredonjimeno, sino también en los barrios chabolistas del Madrid que empezaba a experimentar su crecimiento y desarrollo con la mano de obra venida de las provincias, como son los mismos personajes tosirianos, llenos de humanidad, crudeza y ternura, que nos presenta Ramón Nieto en este libro, pero -por la densidad de esta novela- prefiero reservale un artículo completo.

Para terminar, no podemos dejar de mencionar al escritor contemporáneo Juan Eslava Galán como el embajador vivo de nuestra localidad en la literatura. Como es sabido, Eslava Galán es natural de Arjona, pero tengo entendido (y creo no equivocarme) que sus orígenes maternos lo vinculan con Torredonjimeno. En algunos de sus libros, Eslava Galán otorga un lugar de honor a Torredonjimeno: así en "El enigma de la Mesa de Salomón" o en "Los templarios y otros enigmas medievales" aparece citada nuestra localidad, lástima que sean libros que combinan los datos históricos con hipótesis esoteristas y otras patrañas. Como resultado de estas incursiones de Eslava Galán en lo que llamo el género de la historia-ficción sí que hay un producto verdaderamente literario que es la novela "La lápida templaria", firmada, por motivos empresariales, por Eslava Galán bajo el pseudónimo de Nicholas Wilcox. En "La lápida templaria" podemos ver a Torredonjimeno ocupando un lugar muy destacado en la trama de la novela. Es posible que Eslava Galán haya citado a Torredonjimeno en otras obras suyas, me estoy acordando -por ejemplo- de algún artículo sobre El Molino del Cubo, sobre nuestro mismo Castillo de Torredonjimeno y hasta por ahí hay algo sobre nuestro paisano Francisco Roldán que lleva la firma de Eslava Galán, pero -como comprenderá el lector- aunque haya leído algo de Eslava Galán, tengo mejores cosas en que emplear el tiempo que en las obras completas del escritor arjonero. No obstante, pese a mis discrepancias con respecto al contenido y el sesgo ideológico de Eslava Galán, he de reconocerle que ha llevado el nombre de Torredonjimeno a la literatura contemporánea española. Y eso es algo que se agradece.



NOTA:

El romance báquico que menciona a Torredonjimeno (lo que indica lo antiguo y la nombradía de la producción vinícola de nuestra villa) es bastante largo, pero me parece oportuno publicarlo, aunque sea aquí en las notas, íntegro; a lo que parece, por ser cantar popular, es de autor anónimo. Dice así:

No me vea yo a la mesa 
sino siempre el jarro lleno: 
poco bebo, mas quiérolo bueno. 

Con tanto cada mañana 
como una blanca de agua 
mato y enciendo mi fragua 
y esto(y) alegre e vivo sana: 
de vino contino hay gana, 
por el pan poco me peno: 
poco bebo, más quiérolo bueno. 

Para mi pobre comida 
con una azumbre estoy buena 
y entre la comida y cena 
bien me basta una medida; 
después para la comida 
basta un pucherito lleno: 
poco bebo, más quiérolo bueno. 

Blanco de Guadalcanal 
y aloques de Baeza 
me confortan la cabeza 
con Yepes y Madrigal, 
Martos e Ciudad Real, 
con lo de Torre Ximeno: 
poco bebo, más quiérolo bueno. 

Quien el vino me quitare, 
quitada tenga la vida: 
nunca es pobre la comida 
donde el vino no faltare; 
no hay dolor que se compare 
con vello en poder ageno: 
poco bebo, más quiérolo bueno. 

Yo no siento igual dolor 
que estar comiendo sin vino: 
sólo en pensallo me fino 
y lloro al mejor sabor; 
Dios bendiga tal licor, 
que el agua hácese cieno: 
poco bebo, más quiérolo bueno. 

En mi fresca mocedad, 
con cuya memoria muero, 
siempre estaba lleno un cuero 
para mi necesidad; 
mas ya por mi pobre edad 
poco vale lo que ordeno: 
poco bebo, más quiérolo bueno. 

En un jarrillo cualquiera, 
boquituerto, desasado, 
tengo de ir, por mi pecado, 
a casa de la tabernera, 
y ella es tan limosnera 
que remedia el mal ajeno: 
poco bebo, más quiérolo bueno. 

Toma tocas y gorgueras, 
cofias, cuentas y sortijas 
y de esotras baratijas, 
madejas, telas, calderas, 
de aspas y devanaderas, 
un jaraíz tiene lleno: 
poco bebo, mas quiérolo bueno. 

(Revista Hispánica, t. XXXI (año 1914), pág. 585. Gallardo, t. I. 1929 - Cantar de Borracheras.

domingo, 19 de junio de 2016

DE LA PROSAPIA DE LOS APELLIDADOS LENDÍNEZ


Ruinas del palacete de los Marqueses de Lendínez, en Lendínez (Torredonjimeno)
 
ALGUNOS DATOS SOBRE ESTE APELLIDO DE LA COMARCA
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
El apellido Lendínez es un apellido de origen incierto. Por un lado podría pensarse a la ligera que es un apellido toponímico, dado que existen dos enclaves rurales en el Reino de Jaén llamados "Lendínez" (uno en Santisteban del Puerto y otro en Torredonjimeno), pero resulta que el apellido Lendínez es anterior a estos antiguos núcleos rurales homónimos: pasaría aquí como ocurre con otros cortijos y cortijadas (Tafur y Nicuesa, en Martos; o Uribe en Torredonjimeno, por citar tres ejemplos de lugares que reciben su topónimo respectivo de sus antiguos propietarios); en el caso de Tafur y Nicuesa nos hallamos con dos apellidos de reconocidos reconquistadores de tiempos de San Fernando Rey.
 
Parece, por lo tanto, que Lendínez sea un apellido antes de dar nombre a unas pedanías y, más tarde, a principios del siglo XVIII, incluso convertirse en un título nobiliario de Castilla: el de Marqués de Lendínez, sin que los marqueses hayan llevado nunca el apellido Lendínez. 
 
Sin embargo, los Lendínez de nuestra comarca fueron de antiguo hidalgos. Se dice por aquí que el apellido tal vez proceda de un supuesto caballero alemán que vino a la Reconquista en la Edad Media y cuyo nombre, presumiblemente, sería algo así como "Lend", lo que daría el patronímico "Lendínez" (donde -ez actúa como "hijo de", en ese caso, "Lend", al igual que Fernández es "hijo de Fernando").
 
En la Edad Media ya encontramos a los Lendínez comarcanos figurando como "lanzas" del Maestre de Calatrava, una especie de escolta. Esto lo sabemos por la información que existe de uno de estos Lendínez, José Lendínez Ladrón de Guevara que, allá por 1658 era uno de los Secretarios de Su Católica, Sacra y Real Majestad Felipe IV, oriundo de la comarca de Martos. De la documentación de éste se desprende que hubo otro Lendínez de su linaje que sirvió como Capitán de Infantería española en Sicilia y otro había servido más de veinte años en Napoles.
 
Éste José Lendínez se casó con Francisca, hija del cartógrafo y pirata portugués Pedro Tiexeira, (sobre el cartógrafo ver artículo enlazado) concertándose el matrimonio el 4 de marzo de 1658. Pedro Teixeira recibió el título de Cosmógrafo Real allá por 1622.
 
Otros dos Lendínez, de la rama de Torredonjimeno, fueron los franciscanos, hermanos de sangre también, del siglo XVIII: Fray Cristóbal Lendínez y Fray Juan Lendínez, rescatados por nosotros en la revista ÓRDAGO (el único que había mencionado sus nombres fue el Maestro Juan Montijano en su libro, pero con muy pocos datos en su día).
 
Fray Cristóbal fue misionero en América, fundador de un pueblo que pobló con indios traídos por él de la selva. Y su hermano Fray Juan fue Guardián del Convento de San Francisco el Grande de Martos, así como escritor de los anales de las antigüedades de la Encomienda de Martos.

domingo, 29 de mayo de 2016

LA CRUZ DE CRISTO Y LA CRUZ DE SAN PEDRO

Lápida de la Cruz crístico-petrina de la S. I. Catedral de Jaén,
fotografía: Eduardo López Pérez.



CONTRA LAS FALSAS ESOTERÍAS


Manuel Fernández Espinsoa


En mármol blanco, en cada una de las cuatro pilas de agua bendita (que corresponden a cada una de las cuatro puertas de nuestra iglesia catedral de Jaén) podemos ver esculpidas unas curiosas cruces que, además de tener su brazo horizontal arriba (como cualquier cruz de planta latina) exhibe otro brazo, de igual tamaño, al pie del eje vertical.
 
En "El enigma de la mesa de Salomón" el escritor Juan Eslava Galán ofrece una interpretación totalmente fantástica de este símbolo. Eslava Galán ve en ella un esoterismo absolutamente inventado por él: el brazo horizontal -según el de Arjona- sería el reconocimiento implícito de que, bajo el suelo del templo catedralicio, hubo un supuesto templo primitivo dedicado a la Diosa Madre. Bueno, cada cual ve lo que quiere ver. El problema es que, con explicaciones así, el público vive en una nueva ignorancia, aquélla con la que se nutre leyendo patrañas tantas veces -por no decir "siempre"- contrarias a la ortodoxia católica.
 
Para desfacer los embolismos del obscurantismo laicista con ribetes pseudo-esotéricos me propongo muy brevemente comentar el significado y origen de este símbolo, siguiendo la aportación de nuestro paisano y mi maestro, el Rvdo. Padre Juan Montijano Chica que, amén de canónigo de la S. I. Catedral de Jaén, fue un historiador e investigador que tuvo acceso privilegiado a los archivos diocesanos.
 
El Padre Montijano Chica comentó este símbolo en un artículo que le publicó el diario JAÉN, allá por el año 1978. En dicho artículo explica que el símbolo representa la Cruz de Cristo y la Cruz de San Pedro Apóstol que, como todo el mundo sabe, "boca abajo, es y representa en el caso que comentamos, la cruz de Pedro, pero tan unida a la de Jesucristo que esas dos cruces forman un todo misterioso e indivisible. Es el árbol cuya savia divina vivifica todo el cuerpo místico de la Iglesia".
 
El P. Montijano fue más allá e indagó hasta descubrir el origen de esta misteriosa cruz de nuestra Catedral, hallando en Beato Fray Diego José de Cádiz al responsable de la inspiración (puede verse algo sobre Beato Fray Diego José de Cádiz y nuestra comarca en mi artículo "Beato Fray Diego José de Cádiz, taumaturgo y profeta contra-revolucionario"). Nuestro paisano incluso pudo datar con bastante precisión el tiempo en que el místico capuchino misionero inspirò al Cabildo Catedralicio la idea de labrar estas cruces y ponerlas en donde las podemos ver hoy: esto ocurrió en los meses de abril y mayo de 1780, cuando fray Diego José se encontraba misionando en Jaén capital. Era un momento delicado para la diócesis, pues por aquellas fechas la regía un Vicario capitular, tras el fallecimiento del Obispo D. Antonio Gómez de la Torre y Jaraveitia (muerto el 23 de marzo de 1779) y sin que todavía se hubiera designado a ningún otro para ocupar la sede episcopal. Ésta vendría a dejar de estar vacante cuando se nombró a D. Agustín Rubín de Ceballos en el verano de ese año 1780,
 
Está claro, por lo tanto, que la Cruz crístico-petrina de las lápidas de los benditeros catedralicios nada tiene que ver con delirios ocultistas, como los que fomenta el oscurantismo de Eslava Galán. Existe la referencia histórica de la fecha en que se manda poner estas lápidas, así como consta la propuesta de fray Diego José de Cádiz, pero lo que todavía no ha sido averiguada es la razón por la cual Beato Diego José de Cádiz tuvo esa inspiración: teniendo en consideración que Diego José de Cádiz era un santo taumaturgo, superdotado con dones místicos, no es de extrañar que esta cruz -como comentaba el P. Montijano- le fuese inspirada por una moción del Espíritu Santo, actuando simbólicamente como un sello que cifra simbólicamente la absoluta adhesión al Romano Pontífice en tiempos revolucionarios, cuando Francia temblaba por los excesos y crímenes de las hordas revolucionarias, enemigas del Trono y del Altar.

martes, 29 de marzo de 2016

LA CALLE DÁVALOS Y SUS FRANCISCANOS MILAGROS



Piedra Armera de los Melgarejo,
emparentados posteriormente con los Moro-Dávalos,
hoy en la fachada de la Iglesia Parroquial Mayor de San Pedro Apóstol,
Torredonjimeno



Manuel Fernández Espinosa



La calle Dávalos conserva en su nombre la memoria de un apellido tosiriano de prosapia, el de la hidalga familia que en ella estuvo avecindada durante siglos: los Moro-Dávalos.

Nos cuenta Alejandro del Barco que el primero de los Moro-Dávalos que se asentó en Torredonjimeno fue D. Francisco Moro-Dávalos, que muy probablemente era natural de Úbeda, ciudad de la que vino cuando se instaló en nuestra localidad a mediados del siglo XVI. En Torredonjimeno D. Francisco tuvo tres hijos: D. Cristóbal, Don Francisco y Don Juan Moro-Dávalos. Dicen los mayores que la trasera de su casa palaciega venía a dar a la Plaza Mayor, y sus balconadas se han conservado hasta hace bien poco; permanece no obstante el espíritu de la fachada antigua, aunque transformado, en lo que es la fachada que va desde el Casino a la sede de CAJASUR. Pero queda por contrastar esta noticia oral.

No obstante, era en la casa de los Moro-Dávalos, ubicada en la calle homónima, en donde se hospedaban los frailes franciscanos cuando, ya del convento de Martos, ya del de Jaén, venían para pasar temporadas en Torredonjimeno, allegando limosnas, predicando y formando en la piedad a los miembros de la Orden Tercera de San Francisco de Asís.

Así como los Padilla eran de marcada vocación dominica, la familia Moro-Dávalos era franciscana, muy devota de San Francisco de Asís. Dos sucesos, atribuidos a milagro, ocurrieron en esta casa, como así nos lo cuenta el antiguo cronista franciscano de la provincia de Granada, P. Fray Alonso de Torres, en un libro del año 1683.



LA ORDEN TERCERA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS



Años antes de ser fundada la orden tercera de San Francisco había tenido lugar a las afueras de la villa un extraño suceso que se consideró milagrosa intervención y aparición de San Francisco de Asís. El lugar en que ocurrió aquel suceso se llamó desde entonces Pocito Santo. Este evento tuvo como protagonista a un empedrador de nación francesa que había españolizado su apellido, haciéndose llamar Juan Serrano. No nos vamos a detener ahora en las circunstancias que enmarcaron aquel acontecimiento, válganos la fecha de aquel episodio: miércoles, 23 de octubre de 1585.

La Orden Tercera franciscana, a la que pertenecía la familia Moro-Dávalos, al igual que muchas familias tosirianas de toda condición social, se había fundado en Torredonjimeno el año de gracia de 1610 de la mano del P. Fray Fernando de Castro, fraile francisco del convento de Jaén. La orden tercera franciscana estaba por aquellos años en su pleno apogeo, y no sólo en Torredonjimeno, sino en toda España. Pocos eran los pueblos españoles que no tenían su orden tercera de San Francisco de Asís. Pongamos por caso, y es caso notable, que, tres años después de que esta orden tercera se fundara en Torredonjimeno, D. Miguel de Cervantes Saavedra ingresaba como novicio en dicha orden. El sábado santo, 2 de abril, de 1616 D. Miguel de Cervantes pronunció los votos definitivos en su propia casa. Y para nuestra curiosidad sepamos también que estos hermanos terceros de Torredonjimeno eran enterrados, como el mismo Cervantes lo fue y como todos los hermanos terceros lo eran, con la cara descubierta, costumbre que tenía la Orden.



MILAGROS EN LA CASA DE LOS DÁVALOS TOSIRIANOS



Pasan los años y crece la devoción a San Francisco de Asís en Torredonjimeno. Y más que crecerá con la rara noticia que se difunde de lo que se consideran milagros debidos a su poderosa intercesión.

Uno de los Moro-Dávalos, D. Francisco, hijo de D. Francisco Moro Dávalos, había casado el 9 de enero de 1662 con Doña Antonia Huete Castellano, hija de D. Cristóbal Huete y doña Catalina Castellano. Seis años llevaban casados D. Francisco Moro-Dávalos y Doña Antonia de Huete, cuando, allá por septiembre de 1668, doña Antonia de Huete, a consecuencia de un mal parto que acabó en aborto, estuvo a las puertas de la muerte. No se darían prisa en enterrar al mortinato, pues a juzgar por el estado en que se encontraba la madre, todo hacía presagiar que ambos irían a la sepultura. Era la costumbre en estos casos la de abrir en canal a la difunta madre para introducir en su seno a la finada criatura (así se nos hace constar en una curiosa entrada que obra en los obituarios de los archivos parroquiales).

La familia y la servidumbre lloraba alrededor del lecho de dolor donde yacía la señora, debatiéndose entre la vida y la muerte, cuando el suegro de la convaleciente doña Antonia, D. Francisco Moro-Dávalos, se abrió paso entre las plañideras y, a voces recias, con esa fe que tenían los recios hidalgos castellanos de antaño, dice así: "¡Hija, hoy es día de las Llagas de nuestro Padre San Francisco, y no es posible suceda cosa adversa en mi casa!".

Después de implorar el favor del santo repetidamente, doña Antonia se restableció. Y en agradecimiento a lo que se supuso milagrosa intercesión de San Francisco de Asís, el esposo de doña Antonia de Huete labró en su casa un cuarto para aposentar a los religiosos de San Francisco. Por su parte, agradecida por la intercesión de San Francisco, Doña Antonia hace el voto de mandar Misa en cada aniversario de aquel suceso que la devolvió a la vida, observando su puntual cumplimiento de año en año.



EL INCENDIO DE LA CASA ENCENDIDA



Casa es la de los Moro-Dávalos encendida por la fe inquebrantable en las bondades de Dios y la intercesión de San Francisco de Asís. En 1672 muere D. Francisco Moro-Dávalos, el suegro de Doña Antonia que, en tan dramático trance, afincó su fe con aquellas firmes palabras de esperanza que hemos evocado. Un día de ese año 1672 la señora doña Antonia se va a oír Misa a San Pedro, cerrando la puerta de su casa con llave. En el traspatio de la casa se prende fuego, y los vecinos corren a avisar a la familia que está en la iglesia.

Pero, ¿qué creemos que hizo Doña Antonia cuando le llegaron con tan infaustas nuevas?. ¿Perdió los nervios ante la noticia y corrió a atender sus intereses?. Nos queda muy lejos aquel espíritu confiado de nuestros antepasados, "alcionismo" como le llama Julián Marías, que es la expresión de la entereza de nuestros antiguos. La señora, con todo el empaque que podemos imaginar en una hijadalgo de aquellos entonces, desoye el clamor de los vecinos que alarmados han venido a avisarla. Impasible escucha la novedad que le traen. Manda que se aparten de ella y la dejen en paz asistir a los oficios sagrados a los que ha venido a San Pedro. Se queda en la Misa hasta su término, sin importársele un ardite la deriva de las llamas que se han declarado y que amenazan la ruina de su casa.

Después del "Ite Misa est", doña Antonia regresa a su morada. Por fortuna -no olvidemos que ella tenía claro que por milagro providencial- no había nada que lamentar. El fuego no había ocasionado todo el perjuicio que se había calculado que podía causar. La casa se había encendido, pero no se había incendiado.

sábado, 19 de marzo de 2016

EL SÍMBOLO DEL VELO EN LOS TEMPLOS CATÓLICOS

Luis Gómez López


"Isis Alada"

            Las referencias al uso del velo en las religiones de la antigüedad son muy abundantes. Era muy normal que los dioses recibiesen culto en los templos o lugares sagrados, y estos estuviesen alejados de la vista de los mortales siendo sólo accesibles para los sacerdotes en cámaras especiales en el interior del edificio, eran los llamados santa sanctórum. En ocasiones especiales, los fieles podían ver al ídolo o dios pagano representado por una estatua, que con frecuencia aparecía cubierto por velos, para evitar así que los mortales mirasen directamente a la cara del dios, pues éste podría fácilmente fulminarlos con una mirada[i].

            Este tipo de prácticas fueron muy extendidas, y su significado radicaba en hacer entender a los fieles el poder de la divinidad, al mismo tiempo que se hacía imprescindible el poder de los sacerdotes o sirvientes del dios como mensajeros e intermediarios entre las peticiones terrenales de los hombres y la voluntad divina.  Las ofrendas llevadas al efecto servían para conseguir ese favor y ser atendido en la súplica. Ello obligaba a que los templos tuviesen una especial regulación y disposición dentro de las ciudades o santuarios, y que sus edificios mostrasen unas particularidades arquitectónicas que han sido respetadas durante siglos por los arquitectos o constructores. El velo, pues, oculta el conocimiento supremo a los infieles. Sólo los iniciados en los sagrados misterios son capaces de acceder a ese saber.

            Egipto fue uno de los centros principales de irradiación de esas tendencias, y el culto a Isis una de sus principales fuentes.
            Según la mitología egipcia, la diosa Isis tenía por nombre en egipcio Ast y se la representaba llevando un trono (ast) sobre su cabeza y, originalmente, fue la representación del trono para los egipcios.
            Isis era la Reina de los dioses o la gran diosa madre, que había recuperado y embalsamado del cuerpo de Osiris. Era además la protectora de otro dios egipcio Horus el Niño. Se la consideraba como especial protectora de la maternidad y del nacimiento y socorredora de las madres y de los niños y la familia en general.

            Dentro de la literatura egipcia, encontramos que Isis fue también llamada como “La Gran Maga” por haber recompuesto el cadáver de Osiris y procreado con él y por haber creado mediante magia la primera cobra y usado su veneno para obligar a Ra a revelarle su nombre secreto; el conocimiento de este nombre le daba poder sobre Ra; en ello se vio la iniciación a un culto secreto, descrito por Apuleyo en “El asno dorado”; por el poder adquirido podrá curar también las enfermedades de los dioses[ii].


 "Apuleyo escribió la obra El Asno de Oro"

Con el romanticismo del siglo XVIII y el resurgir de la egiptología del XIX, el culto a Isis se hizo famoso, creándose sociedades secretas (masónicas) y esotéricas que se hacían conocedoras de grandes secretos mágicos y poseedoras de poderes especiales provenientes de ese periodo[iii]. El velo, como elemento que oculta el conocimiento e impide ver la verdad y acceder al secreto, es por lo tanto, algo primordial e importante en este tipo de religiones y de sociedades secretas.

            Por su parte el humanista y político francés Charles François Dupuis, en los albores del siglo XIX trató de explicar la existencia de Dios mediante la mitología comparada, tratando de establecer paralelismos entre el Sol y Jesús. En su libro “Compendio del origen de todos los cultos” dice e lo que concierne al velo: “Y eso significa la sublime inscripción del templo de Sais[iv] -Yo soy todo cuanto fue, todo cuanto es y todo cuanto será y ningún mortal ha descorrido el velo que me encubre” Dicha frase fue el refugio de infinidad de personajes para concluir que en el culto antiguo de dicha diosa, existía un arcano o conocimiento oculto y que en el velo de esa diosa, y tal y como diría Javier Hernández-Pacheco en su trabajo sobre el Velo de Isis, se encuentra “La subjetividad de la diosa que guarda en si la clave interpretativa del mundo. Con esa clave seremos capaces de interpretar el lenguaje de su velo, y leyendo lo que significa podremos ver lo que oculta. Ahí está la verdad de todas las cosas, el significado de la Naturaleza”.

            El velo, por lo tanto, siempre ha estado relacionado con el conocimiento. El velo es lo que impide al mortal acceder a la verdad de todas las cosas. Es un aspecto iniciático imprescindible en muchas religiones, y el cristianismo no podía ser menos.



"El Velo del Templo se desgarra"

El velo en el Antiguo Testamento.

            En la Biblia, Moisés le dice a Jehová: “El entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria. Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. Y dijo aún Jehová: He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro”.

            En este pasaje Dios le revela a Moisés el verdadero poder de su Majestad advirtiéndole que si algún mortal ve el Rostro de Dios, morirá, y es por ello que no puede mirarse directamente a la cara de Dios. Sólo la presencia de Dios Todopoderoso es suficiente para que uno quede impregnado de su Majestad. El propio Moisés hubo de colocarse un velo sobre el rostro para evitar que sus congéneres tuviesen miedo, pues su piel resplandecía y era luminosa, pues había estado cerca de la Gloria Divina

Y aconteció que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, al descender del monte, no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía, después que hubo hablado con Dios. Y Aarón y todos los hijos de Israel miraron a Moisés, y he aquí la piel de su rostro era resplandeciente; y tuvieron miedo de acercarse a él.  Entonces Moisés los llamó; y Aarón y todos los príncipes de la congregación volvieron a él, y Moisés les habló. Después se acercaron todos los hijos de Israel, a los cuales mandó todo lo que Jehová le había dicho en el monte Sinaí. Y cuando acabó Moisés de hablar con ellos, puso un velo sobre su rostro. Cuando venía Moisés delante de Jehová para hablar con él, se quitaba el velo hasta que salía; y saliendo, decía a los hijos de Israel lo que le era mandado. Y al mirar los hijos de Israel el rostro de Moisés, veían que la piel de su rostro era resplandeciente; y volvía Moisés a poner el velo sobre su rostro, hasta que entraba a hablar con Dios” 


"Moisés presenta las Tablas de la Ley y despide Rayos de su cabeza por haber estado en presencia de Dios Padre"

Pero las referencias en el Antiguo Testamento sobre el velo no se quedan ahí. Quizás el pasaje del  “velo” más conocido sea el velo que se ubicaba en el Templo de Jerusalén y que separaba la parte de los fieles de la zona donde se guardaba el Arca de la Alianza.

            Según Flavio Josefo, un historiador judío del primer siglo dice sobre este particular: “Tenía más de una cortina de la misma largura, es a saber, el velo que llamaban de Babilonia, variado y tejido de colores; es a saber, cárdeno y como leonado, de grana y de carmesí muy excelente, hecho y labrado con obra maravillosa, y que había mucho que ver en la mezcla de los colores, porque parecía allí una imagen y semejanza de todo el universo: con la grana parecía que se representaba el fuego, con el leonado la tierra, con el cárdeno el aire, y con el color carmesí se representaba el mar, parte de esto por los colores ser tales; pero el carmesí y el como leonado, porque la tierra lo produce y nace de ella, de la mar el carmesí. Estaba pintado allí todo el orden y movimiento de los cielos, excepto los signos”.

            Un poco más abajo, nos sigue diciendo el mismo autor: “La parte del templo más adentro era de veinte codos; apartábase de la de fuera con otro semejante velo, y en ésta no había algo: ninguno la podía ver ni llegar a ella, porque era muy inviolada, y ésta era la que llamaban Santa Sanctorum: por los lados del templo más bajos había muchos repartimientos y galerías hechas a tres, y a cada lado había entrada para recogerse en ellas: la parte del templo superior no tenía los mismos apartamientos, por donde era más estrecha, y de cuarenta codos más alta, y no tan ancha ni de tanto cerco como la inferior”.

            Flavio Josefo utilizaba la medida del codo para medir la longitud de dicho velo, pero a día de hoy no hay seguridad respecto a cuánto equivalía exactamente un codo a nuestras medidas de metros y centímetros, pero es válido asumir que este velo tenía cerca de 18 metros de altura. Josefo también nos dice que el velo tenía 10 centímetros de espesor, y que aún a dos caballos atados a cada uno de sus extremos, les era imposible rasgarlo.

            El significado del velo en el Antiguo Testamento está claro. El velo oculta a los fieles la divinidad. En la entrada del Templo se celebraban las ofrendas según la tradición judía, pero en el interior se guardaba la “presencia de Dios” ya que Dios y los hombres estaban separados por culpa del pecado y sólo los sacerdotes tenían la capacidad de penetrar en el espacio sagrado para hacer expiación de los pecados en nombre de todo el pueblo de Israel. Según la tradición Judía y del Antiguo Testamento, Dios no se ha “desvelado” todavía a los hombres.

            Pero todo eso cambiará con la llegada de Jesús de Nazaret.

El velo en el Nuevo Testamento     
  
            Al expiar en la Sata Cruz por la salvación de los hombres la Biblia nos dice por boca del evangelista: “Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo…” Pero entonces ¿Qué significado simbólico tiene la rotura del velo para los cristianos en el Nuevo Testamento?

            Según los especialistas, el velo representa a Dios Mismo. Hasta la muerte de Jesús en la Cruz el sumo sacerdote tenía que entrar en el Lugar Santísimo a través del velo. Ahora Cristo es nuestro mayor y supremo Sumo Sacerdote y nosotros podemos entrar ahora en el Lugar Santísimo por Él. Según se dice en Hebreos 10:19-20 los fieles entran confiadamente al santuario “… teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne.” 


 "Fotografía antigua en la que se aprecia el antiguo retablo de la Iglesia de Santa María de la Inmaculada Concepción de Torredonjimeno, destruido por los rojos en la Guerra Civil"

            Por culpa de nuestros pecados Jesús ha sido azotado por los romanos. Su cuerpo ha sido lacerado por las caídas, los golpes, la tortura de los clavos que horadan sus pies y manos y finalmente ha sido atravesado por la Lanza de Longinus abriendo una profunda herida en su costado y desgarrando así su carne y al mismo tiempo “la tierra tembló y el velo del Templo se rasgó”. El sentido es claro. La carne de Jesús ha sido rasgada por nosotros así como Él rasgó el velo por nosotros. Ahora el Templo, la Salvación, está totalmente abierta a todos los hombres, tanto a los judíos como a los gentiles.


"Fotografías desde el coro superior del Convento de MMDD de Nuestra Señora de la Piedad de Torredonjimeno. Al fondo el retablo mayor barroco. En el fresco de la pared, en trampantojo, el velo que es descorrido por angelotes y querubines"


La representación simbólica del velo en la Liturgia de la Iglesia y en los adornos de los templos
            
El retablo de las iglesias es a decir de Jorgelina Araceli ”Una importante contribución española a la historia del arte que además de constituir un decorado escenográfico que respalda el ritual litúrgico de los Santos Oficios es una de las invenciones estéticas más sugestivas, bellas y dúctiles con que ha contado la Iglesia Católica como estrategia para persuadir al fiel”.

            En efecto. Las primeras iglesias no disponían de suntuosos y ricos retablos donde colocar el Santísimo Sacramento. Era tradición, que en los primeros siglos los fieles se llevasen la Forma Consagrada a sus hogares, y éstas estuviesen allí bajo su custodia. Se les proponía que estuviesen en sitio privilegiado del hogar y a ser posible, cubiertas con un velo o lienzo que las preservase de la suciedad. Pero lo normal en la iglesia oriental era que la Forma se guardase en el pastoforio[v] al lado del altar.

            Con el paso del tiempo estas piadosas costumbres se fueron regulando, y para evitar que la Sagrada Hostia se profanase se evitó el que se quedasen en el domicilio particular y fueron ubicadas en las primeras iglesias. El sitio elegido para ello no podía ser otro que un lugar preferente: detrás del Altar.

            Con el tiempo, los “retro tabularum” (o “detrás de la tabla” o “retablos”) se fueron decorando profusamente, sirviendo como catequesis o explicación plástica para los fieles sobre la advocación de la iglesia. En el centro y en la parte más solemne se ubicaba el Sagrario, donde se custodiaban las Formas Consagradas.

            Aún así y todo, en la actualidad, se especifica que “Todo sagrario donde se encuentra el Santísimo debe tener su puerta cubierta con un velo o conopeo. Y eso aunque la puerta esté ricamente trabajada. No se trata de admirar una obra artística, sino de adorar al Dios escondido”.
            La figura del velo en los templos tosirianos.

            A tenor de lo que llevamos dicho, en nuestra localidad podemos ver bellos ejemplos del velo detrás del Retablo. Así, en la parroquia de Santa María, podemos ver como el actual retablo mayor está enmarcado por un velo que, descorrido, permite ver a los fieles el retablo. El dorado de las calles y maderas que lo conforman dan a entender la Gloria de la ciudad de Dios. Allí, en los pedestales, las imágenes de los santos o la Virgen, encuentran un lugar preferente, y los fieles pueden ver por un momento “La Ciudad Celestial”.

            Otro ejemplo lo encontramos en la iglesia de Nuestra Señora de la Piedad de las Madres Dominicas, donde el artista pintó al fresco un bello velo encarnado que arranca desde el arco apuntado y que es abierto por angelotes, los cuales tiran de los pliegues para que los mortales podamos admirar así el interior de la Gloria divina.

            En una de las capillas laterales, en la que se custodia la imagen de Nuestra Señora del Rosario, el efecto es el mismo. Sobre la pared del convento el artista dibuja un velo, y sobre ese trampantojo se coloca el retablo de madera, que enmarca la hornacina de la Virgen y a cuyos píes se encuentra un pequeño Sagrario, el cual está decorado con una bella pintura al óleo sobre tabla del rostro de Jesús, del que podemos decir que posee una factura y trazos de considerable calidad.
            La presencia del velo descorrido en los altares y retablos de nuestras iglesias simbolizan ese supremo sacrificio que hizo Dios Hombre en la figura de Jesús, el cual, muerto por nuestros pecados y por nuestra salvación, sufrió y padeció en el Monte Calvario, desgarrando su cuerpo para permitir que por su Carne, entremos todos en la Gloria de Dios Padre.

            El velo en el Templo era un recordatorio constante de que el pecado mantiene a la humanidad apartada de la presencia de Dios. El hecho de que la ofrenda por el pecado fuera ofrecida en el Templo de Jerusalén anualmente y otros innumerables sacrificios repetidos diariamente, tenían como propósito demostrar gráficamente que el pecado no podía verdadera y permanentemente ser expiado o borrado por meros sacrificios de animales. Jesucristo, a través de Su muerte, quitó las barreras entre Dios y el hombre, y ahora podemos aproximarnos a Él confiadamente (Hebreos 4:14-16).

            El velo abierto que vemos en nuestras iglesias no es pues un mero detalle pictórico. En la tradición cristiana, como queda dicho, representa algo más serio y profundo. Es algo a tener en cuenta a partir de ahora, cada vez que nos arrodillemos frente al Retablo Mayor de una iglesia y lo contemplemos mientras rezamos por nuestros pecados y por nuestra salvación. 

BIBLIOGRAFÍA:
·         APULEYO, “El Asno de oro” Biblioteca Básica Gredos, Madrid, 2001
·         DUPUIS, CH. F., “Compendio del origen de todos los cultos Vol. I” Burdeos, 1820
·         P. SILVERMAN, David. “El Antiguo Egipto” BLUME, Barcelona. 2004
·         JOSEFO, F.  “La Guerra de los Judíos” Biblioteca Básica Gredos, Madrid, 2001
·         FATÁS G. y BORRÁS, G.  “Diccionario de Términos de Arte” Alianza Editorial, Madrid, 2004.
·         La Biblia”. Editada por “La Casa de la Biblia”, Madrid, 1992
·         ARACELI SCIORRA, J.  “Uso y función del retablo. Una aproximación estilística” UNLP, Navarra, 2003.
·         FATÁS G. y BORRÁS, G.  “Diccionario de Términos de Arte” Alianza Editorial, Madrid, 2004.




[i] El pastoforio es la cámara sacerdotal del Templo de Jerusalén, acepción acepción que toma la Biblia de la voz pastóforo, que designa a quien porta la imagen del dios hasta su capilla. FATÁS G. y BORRÁS, G.  “Diccionario de Términos de Arte” Alianza Editorial, Madrid, 2004.
[ii] Un ejemplo de cómo se “velaban” las estatuas o ídolos en el Antiguo Egipto lo podemos en David Silverman, cuando al relatarnos como se realizaban las ofrendas diarias a los dioses nos dice: “Tras el simbólico banquete, la estatua se purifica de nuevo con incienso, ungüentos y perfumes y por último se recubre con una tela de lino blanco”. P. SILVERMAN, David. “El Antiguo Egipto” BLUME, Barcelona. 2004, p. 150
[iii]Los sucesos que se citan ocurren en la obra clásica de Apuleyo “El asno dorado” Libro IX, donde Lucio, el personaje de la citada obra, que había sido convertido en asno, es vuelto a su figura humana gracias a las súplicas que hace a la diosa Isis. El protagonista, todavía convertido en asno, participa en la magna procesión que tiene lugar en honor de la divinidad mientras se va comiendo las rosas que los sumo sacerdotes portan en las manos como ofrenda a Isis. Este motivo hace que Lucio recobre su naturaleza humana y en agradecimiento entre al servicio de la diosa, aprendiendo los sagrados misterios de su culto.
[iv] Quizás la obra más conocida de esta materia sea la de la autora Helena Petrovna Blavatsky “Isis Unvelied” (Isis sin velo) escrito en 1877. “Madame Blavatsky” como se hacía llamar, fue la fundadora de la Sociedad Teosófica, una fraternidad que decía recibir enseñanzas de seres o “maestros ancestrales” y que mezclaba las religiones comparadas, el espiritismo y el ocultismo.
[v] Sais es el nombre griego de una antigua ciudad egipcia ubicada en el Delta del Nilo. La divinidad que adoraba esta población era la diosa Neit o Neith, diosa titular de la guerra y de la caza que posteriormente se asoció a Isis